El de la migración es un problema gigantesco y a punto del estallido. Es ya una compleja realidad cada vez más cruel y dolorosa. Involucra a por lo menos tres de los países centroamericanos, México y Estados Unidos, donde además tiene desde ahora una creciente importancia al interior, de cara a las campañas por la Casa Blanca.
Los demócratas saben que difícilmente obtendrán el voto de los hispanos, decepcionados por la falsa promesa de una reforma migratoria que fue incapaz de conseguir el gobierno de Barack Obama. Abusando de ello, los republicanos han optado por el endurecimiento a fin de reforzar su base electoral antimigrantes.
El riesgo inmediato es que en cualquier momento pueda producirse algún incidente que involucre un niño muerto al cruzar la frontera. No sería la primera vez. Pasaríamos de una crisis migratoria a una crisis política y social de consecuencias inimaginables. La temperatura a ambos lados está en el punto más alto del termómetro.
A ver: los 76 mil niños migrantes contabilizados recientemente -18 mil de ellos mexicanos- están provocando un triple efecto: han hecho detonar todas las alarmas internas por una crisis humanitaria a causa de logísticas elementales de hospedaje, alimentación, atención médica y, sobre todo, el proceso jurídico para tratarlos; están provocando un enfrentamiento cada vez más ríspido entre conservadores frente a liberales, extremistas del Tea Party contra activistas hispanos; y por supuesto republicanos contra demócratas, en la cíclica batalla por la presidencia de Estados Unidos; adicionalmente es cada vez más preocupante el deterioro de la imagen global de Washington ahora a causa de una crisis humanitaria no lejana sino al interior mismo de su territorio: los campeones de la democracia y los derechos humanos derivando en intolerantes, represores y expulsadores; ellos que históricamente han presumido de ser un país de oportunidades para los migrantes.
Y lo que falta: el gobernador de Texas, Rick Perry, precandidato republicano a la presidencia, autorizó el pago de 12 millones de dólares al mes para el despliegue fronterizo de por lo pronto mil soldados de la mismísima Guardia Nacional, como si se tratase de un desastre natural de grandes proporciones o de un atentado a la seguridad territorial: “¡los texanos estamos bajo asalto!”, dijo un histérico Perry, quien cuenta ya con 3 mil agentes de la Patrulla Fronteriza, la tristemente célebre migra. En pocas palabras, la militarización de la frontera es un hecho. Los niños centroamericanos y mexicanos que huyen de la miseria y la violencia serán recibidos por soldados armados.
A propósito, llama la atención el anuncio de que el presidente Obama se reunirá de emergencia este viernes con los presidentes Hernández de Honduras, Sánchez de El Salvador y Pérez Molina de Guatemala. ¿Y México? Por supuesto que preocupa la ausencia no aclarada como escenario y actor de este rompecabezas alarmante. En el que no hay que olvidar ese otro fenómeno brutal que significa la expulsión y destrucción de familias enteras: actualmente son ya 400 mil los niños -en su gran mayoría de origen mexicano- que, por haber nacido allá, tienen la nacionalidad y la custodia del gobierno de Estados Unidos. Pero cuyos padres han sido deportados a México por su estatus de ilegales.
Una expulsión masiva que aquí tampoco hemos querido reconocer y que está retrotrayendo a nuestra frontera a los tiempos del caos: hordas de desempleados que deambulan por las calles de Tijuana y otras ciudades esperando la oportunidad de intentar un nuevo cruce para volver a ver a sus hijos. Un factor de reunificación familiar que también opera en el caso de los niños migrantes. Aunque ya sabemos que todo se fragua en la violencia de nuestra miseria y subdesarrollo. Son miles lo que marchan. Miles los dedos en los gatillos.
* Periodista
ddn_rocha@hotmail.com
Leído en http://elmanana.com.mx/opinion/39445/Migrantes--bomba-de-tiempo.HTML
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