domingo, 31 de agosto de 2014

Raymundo Riva Palacio - El segundo tercio


Los gobiernos mexicanos se miden por sexenios, partes, tercios y años. Los más engañosos son los tercios porque no son iguales. Es el caso de Enrique Peña Nieto, cuyo primer tercio de gobierno concluyó formalmente a los 18 meses de administración con la aprobación de la Reforma Energética, pero se puede argumentar que comenzó antes de que tomara posesión como Presidente, cuando se empezó a negociar con los líderes de la oposición lo que sería el Pacto por México. Durante todo ese periodo fue un Peña Nieto contenido que castró a su gobierno y al PRI para que no alteraran el humor de sus adversarios, los incomodaran o irritaran, a fin que mantuvieran fuera de peligro la aprobación de las reformas económicas. Con todo lo que quería en la bolsa, arrancó el segundo tercio de su gobierno.



Equivocados están todos aquellos que piensan que esa nueva fase será después del 1 de septiembre, cuando rinda su segundo informe de gobierno. Las cosas ya cambiaron, y lo han empezado a notar en la evolución de los contenidos en los spots presidenciales, y lo observarán aún más el 2 de septiembre, al escuchar su discurso político en Palacio Nacional. El cambio de piel inició el 20 de agosto en Guadalajara, al ponerse en marcha el programa de la Financiera Nacional de Desarrollo, para el campo, a donde el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, convocó a los banqueros mexicanos, que corrieron a la capital de Jalisco para atender un evento que era eminentemente financiero. No fue así. Tampoco sabían que en ese momento iban a atestiguar otra inauguración, la del segundo tercio de gobierno.











“Había unas 5 mil personas, pocos banqueros, con matracas y pancartas”, dijo uno de los banqueros que asistió al evento. “Creíamos que era para financieros, y era un mitin político. Cuando nombraban a los gobernadores presentes, se oía el coro de gritos con aplausos desde alguna parte del auditorio. Cuando se mencionaba el nombre de Peña Nieto, hacían ruido más fuerte”. Fue, por lo que narraron, como los actos políticos de los mejores tiempos de Peña Nieto, como candidato a gobernador y a la Presidencia.



“Tardó 45 minutos en llegar al presídium de tanta gente que saludó”, recordó el banquero. “Y tardó muchos más en salir, porque no sólo saludaba sino platicaba”. Tanta era la demora, que contra todos sus protocolos el Estado Mayor Presidencial, que se encarga de la seguridad del mandatario, dejó salir a los banqueros antes de que abandonara Peña Nieto el recinto.



El Presidente ya viste el traje electoral. Estaba oculto porque estableció como prioridad sacar sus reformas en lugar de hacer proselitismo político, pero no lo arrumbó. Con cuidado y discreción, ordenó acciones preventivas relevantes para evitar malestares electorales. La primera fue repetir lo que hizo en el estado de México con su entonces secretario de Desarrollo Social, Ernesto Nemer, para revertir la debacle electoral de 2006; y la segunda, reforzar al estado de México, el principal granero de votos a nivel nacional, para no perderlo.



Nemer convenció al gobernador Peña Nieto de permitirle conectar la política social con el electorado, a lo que, dubitativo, aceptó. Nemer se lanzó por todo el Estado de México para revertir esos magros resultados donde aunque la coalición encabezada por el PRI alcanzó el 31.81% del voto, el PRD tuvo 31.22% y el PAN 26.67%, le impedía construir una plataforma de mayores vuelos. En 2009, Nemer entregó los resultados: la coalición priista arrolló con 52.10% del electorado, contra 25.74% del PRD y sus aliados, y 10.90% del PAN. Para 2015, Nemer, actual subsecretario de Desarrollo Social, tiene la misma encomienda que hacer seis años, y lleva semanas recorriendo el país.


En el caso del estado de México, una vez que Peña Nieto sacrificó a su primo Alfredo del Mazo e hizo a un lado a su alter ego, Luis Videgaray en la sucesión mexiquense, la designación pragmática sobre Eruviel Ávila mostró el acierto de su decisión. Ávila ganó la gubernatura con el 61.97% del voto, despedazando a Alejandro Encinas, el candidato de la izquierda, que obtuvo 20.96% -perdió 3 a 1-, y aniquilando al panista Luis Felipe Bravo Mena, que sólo alcanzó el 12.28% del respaldo electoral –casi perdió 6 a 1-. Ávila, dos veces alcalde en Ecatepec, resultó una decepción como gobernante. “Le ha ido mal”, admitió un cercano colaborador de Peña Nieto. “Pero la verdad es que cuando nos venimos al gobierno federal, nos trajimos a las dos primeras líneas de funcionarios estatales”.


Ávila se quedó con lo más pobre que tenía el estado en términos de administración pública, y las consecuencias fueron claras. El presidente Peña Nieto nunca marginó al gobernador Ávila. Pero recursos, obras y más de 23 giras de trabajo presidenciales para apoyarlo fueron insuficientes. Lo siguiente fue tomar el gobierno del estado de México y manejarlo prácticamente desde la ciudad de México. En dos meses vaciaron de funcionarios de primer nivel a Ávila, y con la excepción de su secretario de Finanzas, le enviaron a todo un equipo para que lo rescatara. Los secretarios de Hacienda y Gobernación se encargaron de armarle el nuevo gabinete, y el subsecretario de Gobernación, el ex secretario de gobierno mexiquense, Luis Miranda, el PRI.


Peña Nieto no podía esperar el segundo tercio de su sexenio para revertir los costos políticos de sus reformas. Tiene en la actualidad los peores niveles de aprobación desde que se mide a los presidentes mexicanos hace casi 40 años, sólo equiparable a la etapa de las crisis financiera en 1995 durante el primer año de gobierno de Ernesto Zedillo. Las encuestas, sin embargo, son engañosas. Si es cierto que 46% en términos mexicanos es mediocre, ese porcentaje en los estándares internacionales no es malo.



El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, por ejemplo, están en los 30 por cientos; el de Francia, François Hollande, en 15. La presidenta brasileña Dilma Rousseff no ha podido subir de los 40 por cientos de aprobación y el peruano Ollanta Humala está en 25%. Más grave pueden ser los niveles de desaprobación, que le han crecido al presidente Peña Nieto, actualmente en 47% -sólo por mera referencia, la desaprobación de la presidenta argentina Cristina Fernández, alcanza el 67.5%-.



Las encuestas, sin embargo, tienen que ser vistas bajo distintos ángulos. Los negativos de Peña Nieto, hasta hoy, no se trasladan al PRI. Las encuestas tienen al PRI con el 40% de preferencia electoral, más de 15% por encima de sus adversarios que, además, están divididos. Las percepciones con las que arranca el segundo tercio de gobierno de Peña Nieto no corresponden fielmente a la realidad policía-electoral nacional. Ahí viene el escenario donde se moverá Peña Nieto, quien regresará la terreno que le gusta, se siente cómodo, su hábitat natural. El mitin político con banqueros acarreados fue la señal. El Presidente, como lo hizo en campaña, quiere volver a remangarse las mangas y luchar por los votos, aunque él no aparezca en la boleta del próximo año. No hay que olvidar que frente al pobre retorno que tendrán las reformas en los bolsillos de los mexicanos en el corto plazo, circo y acción es lo que se necesita para tenerlos ocupados y atentos. Ese tiempo lo necesita para llegar al 2018.



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