El miedo se ha metido en el cuerpo mexicano. Desde hace unos días circularon por WhatsApp mensajes idénticos pero con voces diferentes, que advertían sobre los riesgos para sus hijos el día de las marchas del 20 de noviembre y urgían a no enviar a sus hijos a las escuelas. Las madres hicieron viral el mensaje y en varias escuelas se suspendieran clases o se recortaran los horarios. Fue una estrategia de contrainformación para construir una realidad a través de verosimilitudes, que encontró carta de autenticidad con el anuncio de la cancelación del desfile del 20 de noviembre.
El miedo genera incertidumbre y desasosiego. También lleva a la sensación que el gobierno está rebasado y es incapaz de dar seguridad a los ciudadanos. Alegar que el miedo no tiene razón de ser y que la violencia responde a intereses políticos que quieren desestabilizar al gobierno, no tiene mucho sentido. La guerra por las mentes, a través de las imágenes y los mensajes, la está perdiendo el gobierno federal porque ningún discurso, o la presencia permanente del Presidente Enrique Peña Nieto en televisión, puede con la construcción de violencia en el imaginario colectivo.
Las verosimilitudes se derrumban con verdades, pero la certidumbre se alcanzar mediante acciones concretas que la fortalezcan. Un plan de acción, con táctica y estrategia, tiene que desarrollarse para que la nación, indignada por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa empiece a serenarse, y las angustias y frustraciones que vive la sociedad mexicana, sintetizadas en la brutal violación de derechos humanos en Iguala, dejen de contaminarse por la violencia de las últimas semanas.
Se tiene que sellar el territorio en donde la violencia forma parte de una estrategia de insurrección. La violencia real está focalizada, pero la percepción es que afecta a todo el país. La violencia es un plan de acción de grupos anti sistémicos en la cuenca del descontento que componen Guerrero, Oaxaca, Michoacán y Chiapas. La falta de un plan de contención claro provocó que la violencia en Guerrero se extendiera a Oaxaca y Michoacán, tocara las puertas de la ciudad de México, y empezara a afectar también a Chiapas.
En esa cuenca, los enemigos del gobierno están claros. Son la Coordinadora de maestros y la guerrilla. Con los movimientos armados, no hay forma de pactar. La guerrilla le tiene declarada la guerra al Estado mexicano, aunque en estos momentos no han utilizado las armas para profundizar la desestabilización. La lucha contra esos grupos es la propaganda y la comunicación política, donde el gobierno federal, que va perdiendo esa batalla, tiene que encontrar los caminos para aislarlos.
La guerrilla no tiene posibilidades de avanzar si carece de un frente de masas político que opera en la legalidad y el respaldo de fuerzas políticas. Una de las fuerzas políticas que en este momento los está respaldando por convenir a sus intereses es el líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador. ¿Cómo neutralizar ese apoyo? La respuesta la dio esta semana el gobernador de Morelos, Graco Ramírez: exigirle que se deslinde de ellos. Lo mismo se puede hacer con las organizaciones sociales en Guerrero que responden a los intereses de la guerrilla, que no dejarán de hacerlo, pero se les elevarán los costos políticos.
La Coordinadora de maestros, la fuerza disidente del sindicato, es la que articula la violencia callejera en la cuenca del descontento. Los líderes de la disidencia magisterial, algunos conectados con la guerrilla en el sur del país, han hecho acciones de propaganda armada –la quema del Palacio de Gobierno, del Congreso en Chilpancingo, y la toma de propiedad de multinacionales-, para fortalecer su demanda: la abrogación de la Reforma Educativa. Hasta ahora el gobierno les ha dicho que es irreversible, lo que permite suponer que la insurrección seguirá. ¿Qué se puede hacer?
Una estrategia puede ser similar a como se enfrenta un incendio descontrolado en un bosque. No se busca apagarlo, sino que no se extienda. En ese caso se tumban árboles y se limpia el material inflamable alrededor de él. Guerrero puede aislarse de Oaxaca y Michoacán, donde están sus vasos comunicantes y dejar que la agitación se consuma en el estado y se vaya apagando por falta de oxígeno. Esto equivaldría, desgraciadamente, a que el conflicto se mantenga por algún tiempo más en Guerrero, pero al control sus fronteras, se evitaría que crezca de la retroalimentación nacional.
Las imágenes de violencia es lo que anima a otros grupos a sumarse contra un gobierno que ven debilitado. Si la violencia se aísla en Guerrero, los incentivos de los grupos que quieren cobrar sus agravios escondidos en esa irrupción, bajarán ante el riesgo de que sus verdaderos motivos queden expuestos. La disminución de la violencia por el acotamiento en Guerrero, ayudará a la sociedad a reducir sus miedos, y disminuirá los efectos de la contrainformación desestabilizadora.
Sin embargo, esta propuesta para contener la violencia que reduzca el miedo, no tendrá éxito en la medida en que el gobierno federal no explique con verdades jurídicas qué sucedió con los 43 normalistas de Ayotzinapa. Esa es la causa legítima detrás de la que se escudan quienes buscan descarrilar al gobierno, y mientras se mantenga viva, las estrategias y las tácticas tendrán un alcance limitado. Pero tiene que empezarse a hacer algo con rumbo y objetivos claros. Y Guerrero es por donde comienza el camino.
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