Descarada, la empresa que a pesar de contar con inventivos guionistas no halla manera de redactar una explicación mínimamente coherente ante el descaro; descarado, el Sr. Presidente que con una vehemente reacción instantánea –misma que no tuvo ante las sucesivas desapariciones, muertes y conflictos que se acumulan en estos meses de su mandato (mismos que quizá alguien le aconsejó ponderase con prudencia y parsimonia para verter una opinión o postura)– sale entonces a des-informarnos con que “sin tener obligación” su patrimonio personal también suma millones en una suerte de crucigrama contable donde aparece una casita comprada hace años en el equivalente a 13 dólares de hoy y entonces, en involuntaria aceptación de que su carrera política y los años que ha dedicado a la función pública no han sido más que un noble sacrificio laboral si se compara con la descarada fortuna que le permite a su mujer, declararse como una mujer “autosuficiente” y descarada la propia Primera Dama que en coreografiado video intenta des-informarnos, con tono de regaño y rostro parpadeante, una vergonzosa explicación de sus millonarios ingresos ante millones de pobres televidentes que le llegaron a aplaudir sus sensuales lances en telenovelas deleznables.
Descarada evasión de los probables –aunque casi evidentes—conflictos de interés al fardar una mansión construida en un posible acuerdo amoroso de pareja triunfadora, salvo que con dinero dudoso y exagerado, pagado a un constructor de dudosos beneficios obtenidos con la administración de quien –circunstancialmente—pudo ser inquilino del inmueble… y descarada aceptación de ciertas culpas al poner inmediatamente a la venta y orquestar instantáneas explicaciones de transparencia, si en sus palabras argumentaban lo contrario y descarada Dama que evita explicar cómo no considerarla “funcionaria pública” si ostenta oficialmente el cargo de Presidenta del organismo encargado del Desarrollo Integral de la Familia en México y, de paso, circunstancialmente, efectivamente casada con el Jefe del Poder Ejecutivo de la Federación.
Pero todo ello, en realidad, es vergonzosa distracción. Hoy marcho por los muertos todos que somos nosotros y marcho por los desaparecidos que soy desde el pasado 27 de septiembre, desde siempre.
Hoy marcho en solidaridad con los padres de todos los jóvenes que no tienen a la vista una esperanza de progreso universitario en un país que mata a sus potenciales maestros y marcho por tantos y todos los que no entramos en la derrama de ese delicado programa fiduciario que irónicamente llaman Prospera y que asumíamos con pereza, des-información y conformismo culposo que las cacareadas reformas que supuestamente encarrilan a México hacia la panacea del siglo XXI en realidad, si acaso, serán verificables y palpadas por nuestros nietos o sus hijos.
Marcho ante todo mentiroso, ratero, infiel, agresor, abusador, engreído y corrupto que creen siempre tener la razón en todo y suponen merecer en medio de todas sus tautologías la segunda oportunidad para esa falsa felicidad fincada en abusos y engaños para placebos de lujo, ocio continuo, viajes sin viajar, vehículos de lujo y triciclos de diversión, camisas impolutas y depilaciones de spa… pero que no se llene de bilis la tinta, pues en realidad marcho con quienes damos la cara y por los que han dado la cara.
En particular, marcho con el fantasma del joven Julio César Mondragón, estudiante de la Escuela Normal de Ayotzinapa, que murió desollado por la descarada violencia que se ha desatado sobre la piel de México. Le arrancaron la piel de la cara, mas no el verdadero semblante de su rostro que hoy mismo se ve en millones de personas que marchamos, bajo lluvia, contra insinuaciones necias de poder trasnochado y ante la confundida ira de quienes en realidad merman todo reclamo con taparse el rostro. Que todo inconforme muestre la cara, sin temor a ningún tipo de reclamo o represalia, o ¿será acaso que son alacranes infiltrados, reventadores oportunistas u orquestados agentes de guante blanco?
La descarada realidad de México se revela en su pueblo, en las caras de las madres de los muertos y en los rostros de los padres de los desaparecidos que dan la cara en público, en los palacios del poder y ante la geta de los policías que los interrogan dizque en abono de ofrecerles justicia. La descarada realidad de México se observa en todos sus paisajes de todos los climas y en las calles de las ciudades donde marchan hoy caras sin maquillaje, peinados sin copetes de gomina, sin corbatas ni tacones… marchamos de negro, de luto por los que no están y un respeto convencido de que somos muchísimos más de los que imaginan los ignorantes. Marcho de indignación ante la descarada soberbia de los poderosos y sus desplantes, ante la implacable imbecilidad de sus argumentos y ante la absoluta falsedad de sus simulacros diarios.
Vamos porque no nos vamos. Vamos porque creemos en un México que nada tiene que ver con el territorio que han mancillado y la población que intentan callar quienes tienen una idea de México descaradamente distorsionada por la hipnosis de las telenovelas y el egoísmo engreído de su poder y provecho personales. Vamos porque el Estado se compone de nosotros: Población plural, incluyente, tolerante y más que prometedora, Territorio, fértil, productivo que no merece seguir en vendimia y Gobierno, ante el cual tenemos todo derecho de manifestar nuestra inconformidad, hartazgo y desesperado desamparo. Se equivoca quien cree resolver todo nudo clamando la mesiánica y anárquica fórmula de que vamos en contra del Estado (que somos Todos) y se equivoca el arlequín que farda acusarnos de que todas las voces discordantes no son más que verbos de desestabilización o corrientes en contra de su proyecto político.
Marcho porque en realidad no pasa una sola madrugada que, como otros y como muchos, me marcho muy lejos de esta pesadilla. Marcho porque me marcho hacia dónde están las mejores voces y voluntades de México que ya no pueden marchar en los cementerios, en las páginas de los libros, en los versos de poetas que cumplen cien años, en los murmullos de los llanos, en todas las páginas de la Historia que nos honra con mayúsculas y todas las microhistorias que nos dan Matria. Marcho porque me marcho lejos… y no me quiero marchar.
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