En su deslumbrante historia sobre las causas que detonaron la
Primera Guerra Mundial, Margaret MacMillan escribe que a veces personas
con grandes responsabilidades son un manojo de emociones con
comportamientos erráticos.
Pensaba que podría ser el caso de Lilian Tintori, la bella mujer de 37 años que, súbitamente, heredó la formidable responsabilidad de ser una de las portavoces de la oposición venezolana al dictatorial régimen de Nicolás Maduro.
Estaba equivocado. La mujer con la que conversé ayer es mucho más que la esposa de Leopoldo López, el líder opositor encarcelado desde hace 10 meses. Lilian tiene personalidad propia, discurso, sensibilidad. Y la no siempre común serenidad de los protagonistas emergentes, a la que solo se accede con horas de trabajo, concentración y mucha disciplina.
Su historia, al menos en 2014, es sin duda la del dolor. Pero, como me ocurrió con la cubana Yoani Sánchez, no escuché en sus palabras el resentimiento ramplón tan común en el disidente latinoamericano. Lilian debe creer aquello de que la ética sirve también para abaratar los costos del sufrimiento.
Me dijo que triunfarán, pues las torpezas y rudezas de Maduro están consiguiendo el imposible de unir a antichavistas con chavistas desesperadas. Se despidió sonriente, amable, platicando de sus hijos de cuatro y un año. Y con la certeza de que ceder al miedo o el fatalismo no apaciguará lo que queda del régimen y sus gorilas.
¿Errática?, le pregunté a mis compañeros de programa. Coincidieron que no. Tiene más bien esa sabiduría añeja de que quien no progresa cada día retrocede cada día.
Pensaba que podría ser el caso de Lilian Tintori, la bella mujer de 37 años que, súbitamente, heredó la formidable responsabilidad de ser una de las portavoces de la oposición venezolana al dictatorial régimen de Nicolás Maduro.
Estaba equivocado. La mujer con la que conversé ayer es mucho más que la esposa de Leopoldo López, el líder opositor encarcelado desde hace 10 meses. Lilian tiene personalidad propia, discurso, sensibilidad. Y la no siempre común serenidad de los protagonistas emergentes, a la que solo se accede con horas de trabajo, concentración y mucha disciplina.
Su historia, al menos en 2014, es sin duda la del dolor. Pero, como me ocurrió con la cubana Yoani Sánchez, no escuché en sus palabras el resentimiento ramplón tan común en el disidente latinoamericano. Lilian debe creer aquello de que la ética sirve también para abaratar los costos del sufrimiento.
Me dijo que triunfarán, pues las torpezas y rudezas de Maduro están consiguiendo el imposible de unir a antichavistas con chavistas desesperadas. Se despidió sonriente, amable, platicando de sus hijos de cuatro y un año. Y con la certeza de que ceder al miedo o el fatalismo no apaciguará lo que queda del régimen y sus gorilas.
¿Errática?, le pregunté a mis compañeros de programa. Coincidieron que no. Tiene más bien esa sabiduría añeja de que quien no progresa cada día retrocede cada día.
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