La regresión democrática navega libremente en México sin muchos obstáculos, ante un sistema político que grita por las libertades al tiempo de encargarse de mutilarlas. Las dos grandes reformas democráticas de segunda generación, la ley de transparencia y los órganos electorales ciudadanos, están siendo alteradas y modificadas al gusto de los políticos. El último paso en esta escalera hacia abajo fue el fallo por unanimidad de la Comisión de Quejas y Denuncias del Instituto Nacional Electoral el viernes pasado, donde ordenó a Proyecto 40 suspender las cortinillas en las pantallas donde aclaraban a la audiencia que lo que estaban viendo era spots de los partidos políticos.
Ante la queja directa de Morena, la Comisión dictaminó que notificar a los televidentes en la pantalla que “continuamos con mensajes políticos, faltan 3 minutos para regresar con sus programas favoritos”, violaba un requisito legal, dentro de la obligación a todos los concesionarios de radio y televisión del país a difundir durante este proceso electoral 13 millones de spots. La Comisión reconoció que esa pauta es propaganda y forma parte de las prerrogativas de los partidos para acceder a los tiempos del Estado. O sea, todos los mexicanos que pagan impuestos y financian a partidos y campañas, el INE les regala a cambio propaganda disfrazada de información.
Puede argumentarse que el fallo del INE violenta el derecho constitucional a informar y ser informado, ante la chicanada leguleya dictada por el órgano electoral, donde la equidad que buscan para todos los partidos se traduce en desinformación para los electores. Finalmente subordinados los consejeros electorales a los partidos, estos responden a sus patrones. Los electores son instrumentales para sus propósitos autócratas –la construcción de una democracia sin demócratas-, aunque aleguen que su intención es la defensa del valor primo de la democracia, elecciones justas y libres.
El fallo del viernes golpea y mina de un dedazo la lucha de décadas dentro de los medios para transparentar ante sus audiencias lo que es información, opinión o propaganda. Lo troglodita de los consejeros –puede uno imaginarlos discutir y decidir en las cavernas estos temas- obligará a Proyecto 40 –en donde, aclaro por razones de transparencia, colaboro en un noticiero diario- a ocultar de su auditorio que lo que ven en las pantallas no es información u opinión, sino propaganda política.
Los partidos están en su libre derecho de anunciarse y promoverse. Lo ha hecho siempre el anunciante privado que busca el mismo fin: vender su producto vis-a-vis persuadir para vender a su candidato o su franquicia. Los comerciales privados no engañan a nadie por su transparencia; los spots políticos sin notificación que se trata de espacios pagados por los políticos timan a la gente, que cada vez tiene menos opciones al estar prohibidas las campañas negativas –donde más información obtiene un votante-, y llevar al extremo de la censura iniciativas periodísticas al coartarles implícitamente políticas editoriales a partir de lo relevante y significativo, y demoler el justo medio aristotélico que genera iniquidad.
Las lucha dentro de los medios ha sido permanente para que toda la publicidad política aclare que se trata de un espacio pagados por los políticos. Ha sido difícil por razones comerciales en los medios, pero han habido avances con el tiempo en los interminables esfuerzos por la autoregulación. Lo que establece la diferencia significativa en los dos casos que involucran políticos, es que la campaña de spots en temporada electoral busca inducir a un electorado para un fin concreto inmediato, donde se otorgan privilegios abiertos y legales a todos los candidatos y sus partidos para engañar –porque ese es el resultado- al electorado. El INE, por la puerta del frente, recurrió a lo que normalmente entra por la puerta de atrás en los medios: las gacetillas políticas.
En el número 16 de la revista Este País en 1991, este reportero escribió un artículo intitulado “Ministerios de la Verdad”, que decía: “La propaganda política disfrazada de información ha desplazado a la información real. Los comunicadores han preferido garantizar la publicación de discursos y acciones de sus obras, críticas o denuncias de sus opositores, por encima de dejar que por su propio peso las ideas ganen sus espacios en los medios. “El temor a que ideas huecas o su falta de credibilidad les impidan competir por espacios periodísticos ha llevado a situaciones lamentables y lastimosas dentro del sistema político mexicano… Una buena parte de los comunicadores… concibe su trabajo y la comunicación social en términos de gacetillas y fotografías pagadas en los diarios, incapaces de comunicar e inhabilitados para informar con veracidad y profesionalismo.
“La cultura que arropa al diseño de la comunicación social no es el de puentear entre gobernantes y gobernados para transmitir mensajes y lograr que se entiendan, sino el de difundir su verdad y su realidad sin importarles que por ocultar o manipular hechos y acontecimientos no necesariamente sobrevivan las pruebas de credibilidad. En el abuso de la propaganda política en la comunicación social se encuentra mucho del agotamiento del discurso oficial… Un lugar común sería el sugerir que aún es tiempo para cambiar, pero eso no se ve en el horizonte próximo. ¿Se podrá algún día revolucionar la comunicación social? Al paso que se marcha, difícilmente”.
En efecto, difícilmente.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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Raymundo Riva Palacio |
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