Friedrich Nietzsche (1844 - 1900) |
Los prisioneros
Una mañana, los prisioneros salieron al patio a trabajar: el guardián estaba ausente. Unos se entregaron inmediatamente al trabajo, como era su costumbre, pero otros permanecieron sin hacer nada, lanzando en torno miradas provocativas. Entonces, uno salió de las filas y dijo en voz alta: “Trabajad tanto como queráis o no hagáis nada; es completamente indiferente. Vuestras secretas maquinaciones han sido todas descubiertas y el guardián de la prisión os ha sorprendido y va pronto a pronunciar sobre vuestras cabezas su juicio terrible. Como sabéis, es duro y rencoroso. Pero estad atentos a lo que voy a deciros: hasta hoy no me habéis conocido aún; yo no soy el que creéis. Soy hijo del guardián de esta prisión y puedo conseguirlo todo de él. Puedo salvaros y quiero salvaros. Pero debo advertiros que sólo salvaré a aquellos de vosotros que crean que soy el hijo del guardián de la prisión. Los que no me crean, que recojan los frutos de su incredulidad”.
“¡Bien! —dijo después de un momento de silencio uno de los prisioneros más maduros—; ¿qué importancia tiene para ti que te creamos o no? ¡Si eres verdaderamente el hijo y puedes hacer lo que dices, intercede en nuestro favor y harás de veras una buena obra! ¡Pero guárdate esas tonterías de fe y de incredulidad!”.
“¡No quiero creerte! —interrumpió un joven—. ¡Todo esto son chifladuras! ¡Apuesto a que dentro de ocho días estaremos aún aquí, en la misma situación que hoy, y que el guardián no sabe nada!”.
“Y dado el caso que sea verdad lo que dices, no sabe nada ya —exclamó el último de los prisioneros, que acababa de descender al patio—: nuestro guardián ha muerto de repente”.
“¡Bravo! —exclamaron a la vez casi todos los prisioneros—. ¡Bravo! ¡Eh, señor hijo, señor hijo! ¿Y la herencia? ¿Somos quizá ahora prisioneros tuyos?”.
“Ya os lo he dicho —respondió dulcemente el burlado—; daré la libertad al que tenga fe en mí, y lo afirmo con tanta convicción como que mi padre está aún vivo”.
Y los prisioneros ya no rieron y alzaron las espaldas y le dejaron en el patio.
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