martes, 5 de mayo de 2015

William F. Nolan - La muerte llama


William F. Nolan  (1928)

La muerte llama

Hacía un mes que había muerto Len cuando sonó el teléfono.

Medianoche. Frío en la casa y tuve que levantarme de la cama para contestar la llamada. Helen se había ido por el fin de semana. Yo estaba solo en casa. Y el teléfono que sonaba…

-Hola.

-Hola, Frank.

-¿Quién habla?

-Tú me conoces. Soy Len… el viejo Len Stiles.

Frío. Un frío profundo e intenso. El auricular un objeto muerto en mi mano.

-Leonard Stiles murió hace cuatro semanas.

-Cuatro semanas, tres días, dos horas y veintisiete minutos, para ser exactos.







-Quiero saber quién es usted.

Una risa ahogada. La misma risa ahogada que había oído tantas veces.

-Vamos, muchacho… son veinte años. Vaya si me conoces.

-¡No me parece una broma muy inteligente!

-No es una broma, Frank. Tú estás ahí, vivo. Y yo estoy aquí, muerto. Y, ¿sabes una cosa?… Me alegro de haberlo hecho.

-¿Hacer… qué?

-Matarme. Porque… la muerte es exactamente lo que yo esperaba que fuese. Hermosa… gris… tranquila… sin tensiones.

-La muerte de Len Stiles fue un accidente… una barrera de cemento de una autopista… Su auto…

-Apunté con el auto a la barrera -me dijo la voz del teléfono-. Acelerador al piso. Iba a más de ciento treinta cuando choqué… No fue accidente, Frank. -La voz era fría… fría-. Quería estar muerto. Y no lo lamento.

Traté de reír, de tomar la cosa en broma, de imitarle la risita.

-Los muertos no usan teléfonos.

-En realidad no estoy usando el teléfono, al menos en un sentido físico. Simplemente decidí ponerme en contacto contigo de este modo. Se podría decir que es cuestión de “electricidad psíquica”. Como espíritu desencarnado puedo sincronizar mis vibraciones cósmicas con las vibraciones de la línea telefónica. Muy simple.

-Desde luego. Una tontería. Facilísimo.

-Por supuesto, no me crees. Es lo que esperaba. Pero… escúchame con atención, Frank.

Y escuché -apretando el teléfono en la mano en aquella fría casa nocturna- mientras la voz me contaba cosas que sólo Len podía saber… detalles íntimos de experiencias compartidas durante dos décadas. Y cuando terminó de hablar, yo estaba seguro de algo: era Len Stiles.

-Pero, ¿cómo?… Todavía no…

-Digamos que este teléfono funciona como un “médium”, una línea de energía tendida sobre el abismo que nos separa. -Otra vez la risa seca y ahogada-. Tienes que admitir que es mejor que tomarse las manos alrededor de una mesa en la oscuridad, aunque el principio es el mismo.

Había estado todo el tiempo de pie junto al escritorio, paralizado por la voz. Fuí detrás de la mesa, me senté y traté de absorber ese siniestro milagro. Tenía los músculos tensos como alambres, y los dedos agarrotados sobre el auricular. Aspiré con lentitud, oprimido por la humedad nocturna de la habitación.

-Está bien… No… creo en fantasmas, no… voy a fingir que entiendo esto, pero… lo acepto. Tengo que aceptarlo.

-Me alegro, Frank… porque es importante que hablemos. -Un largo momento de vacilación. Luego la voz, más baja, más suave.- Sé que todo ha andado bastante mal.

-¿Qué quieres decir?

-Sé cómo andan tus cosas. Y… quiero ayudarte. Como amigo, quiero que sepas que te comprendo.

-Bueno… la verdad es que no…

-Últimamente te has sentido mal, ¿no es así? Un poco “caído”, ¿verdad?

Sí… creo que un poco.

-Y no te echo la culpa. Tienes tus motivos. Muchos motivos. Por ejemplo… el problema del dinero.

-Espera un momento. Shendorf me lo prometió para dentro de algunas semanas.

-No te lo dará, Frank. Lo sé. Te miente. Ahora mismo, en este momento, está buscando a otra persona para reemplazarte en la empresa. Shendorf piensa despedirte.

-Nunca le gusté… Nunca nos llevamos bien desde el día que entré en esa oficina.

-Y tu mujer… todas las discusiones que has tenido con ella últimamente… Es una señal, Frank. Tu matrimonio ha terminado. Helen te va a pedir el divorcio. Está enamorada de otro hombre.

-¡Maldita sea! ¿Quién? ¿Cómo se llama?

-No lo conoces. Aunque lo conocieses, no te serviría para nada. Helen ya no te quiere… eso es todo. A las personas les ocurren esas cosas.

-Nos hemos estado… alejando todo este último año, pero no sabía por qué. No imaginaba que ella…

-Y luego está Jan. Volvió al problema, Frank. Sólo que ahora es peor. Mucho peor.

Yo sabía a qué se refería, y el frío me corrió por el cuerpo. Jan tenía diecinueve años, era mi hija mayor, y hacía tres años que consumía drogas. Pero había prometido dejarlas.

-¿Qué sabes de Jan? ¡Cuéntame!

-Usa las más fuertes. Está atrapada. Ya es demasiado tarde.

-¿Qué demonios dices?

-Digo que la has perdido… Te ha rechazado, y no tienes modo de llegar a ella. Te odia… te echa la culpa de todo.

-¡No voy a aceptar esa clase de culpa! Hice por ella todo lo que pude.

-No fue suficiente, Frank. Ambos lo sabemos. No la volverás a ver nunca.

Sentía que adentro me crecía la oscuridad, una ola sofocante que me recorría el cuerpo.

-Escúchame, amigo. Las cosas no van a mejorar sino a empeorar. Lo sé. Yo también pasé por mi propio infierno mientras estaba vivo.

-Empezaré… de nuevo… Dejaré la ciudad, iré al Este, trabajaré con mi hermano en Nueva York.

-Tu hermano no te quiere metido en su vida. Serías un intruso… un extraño. Nunca te escribe, ¿verdad?

-No, pero eso no significa…

-Ni siquiera una tarjeta en la última Navidad. Ni cartas ni llamadas telefónicas. No te quiere tener cerca, Frank, créemelo.

Y entonces comenzó a contarme otras cosas… Comenzó a hablar de la madurez, y de cómo era ya tarde para empezar de nuevo… Habló de enfermedades… soledad… del rechazo y de la desesperación. Y la oscuridad fue completa.

-Existe una única solución verdadera, Frank, sólo una. Esa pistola que guardas en el escritorio, en el piso de arriba. Úsala, Frank. Usa la pistola.

-No podría hacerlo.

-Pero, ¿por qué? ¿Qué alternativa tienes? La solución está allí. Sube y usa la pistola. Te estaré esperando. No te encontrarás solo. Será como en los viejos tiempos… estaremos juntos… La muerte es hermosa, Frank. Yo lo sé. La vida es fea, pero la muerte es hermosa… Usa la pistola, Frank… la pistola… usa la pistola… la pistola… la pistola…


*

Hace un mes que estoy muerto, y Len tenía razón. Aquí se está bien. No hay tensiones. No hay preocupaciones. Un sitio gris y tranquilo y hermoso…

Sé que tus cosas andan muy mal. Y no van a mejorar.

¿Qué es eso? ¿El teléfono?

Te conviene atenderlo.

Es importante que conversemos.





Leído en https://lacanciondelasirena.wordpress.com/2013/11/14/la-muerte-llama-william-francis-nolan/

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