viernes, 17 de julio de 2015

Jorge Zepeda Patterson - Chapo 2.0, ¿qué sigue?

La fuga de El Chapo Guzmán demuestra que en México todo se puede comprar. Una frase demoledora de la prensa extranjera, que bien podría fungir como epitafio del Gobierno de Enrique Peña Nieto. Y es que el presidente se había comprometido con la comunidad nacional e internacional a que eso, la fuga del capo, no volvería a ocurrir. Lo dijo en su momento, como si la mera posibilidad fuera una idea inconcebible, absurda. La negativa de entregar a El Chapo a Estados Unidos, que solicitaba su extradición, fue asumida y aplaudida como un desplante de soberanía. Hoy los mexicanos constatan, en medio del rubor y la vergüenza, que sus autoridades ni siquiera eso han podido cumplir.

No somos una república bananera ni el mexicano es un Estado fallido. ¿Pero cómo diablos lo vamos a demostrar? La comitiva de varios cientos de personas que acompaña al presidente Peña Nieto a Francia ahora mismo es más propio del desembarco de la corte de un reino centroafricano deseoso de aprovechar la oportunidad para conocer París, que la de cualquier país más o menos serio. Sobre todo considerando que nuestro intercambio comercial con los galos representa sólo el 0,68%, y es apenas el quinto país europeo en esa escala (detrás de Alemania, España, Italia y Holanda). Con Estados Unidos, con quien sostenemos el 65% de nuestro comercio exterior, hace cuatro meses que la embajada en Washington está acéfala. Pues sí, paradojas de país bananero.








Se da por descontado que la fuga de El Chapo del penal de máxima seguridad del país entraña la complicidad de custodios y autoridades. Eso significa que Peña Nieto ha terminado por quedar atrapado en las miasmas de la corrupción que nunca quiso ver, que nunca quiso combatir. Una corrupción que ha minado las bases mismas del propio Estado y las condiciones mínimas de gobernabilidad.

Su Administración asumió que bastaba con echar a andar las reformas económicas para que la inseguridad pública y la corrupción se desvanecieran como una neblina derrotada por la luz del sol. Obviamente minimizó los alcances de esas lacras y sobrestimó los efectos de reformas que resultaron tibias y mutiladas. Hoy su Gobierno ya no es identificado con las reformas, sino con las tragedias de Ayotzinapa y Tlatlaya, con los escándalos de corrupción de su círculo inmediato y con la fuga “inconcebible” de El Chapo. Justo los problemas para los cuales nunca se desarrolló una estrategia. Vamos, ni siquiera una narrativa: hace unos meses Peña Nieto aseguró que la corrupción tenía raigambres culturales, que era un producto histórico. Más recientemente se desdijo y describió el fenómeno como algo propio de la condición humana. En realidad no son más que declaraciones coyunturales para intentar salir al paso de lo que en su fuero interno considera un exabrupto de la realidad.

Justamente ese es el problema, que el Gobierno priista afronta cada tragedia y cada escándalo como si se tratase de una anomalía, una embestida momentánea que sólo requiere ser capoteada. La realidad es que lo excepcional se ha convertido en lo cotidiano y el gobierno va dando tumbos de una crisis de credibilidad a otra, siempre a la defensiva y cada vez más desbordado por los demonios sueltos.

El sexenio no llega aún a la mitad y ya parece agotado. Mientras Peña Nieto no esté dispuesto a atacar la corrupción frontalmente, los siguientes tres años estará condenado a vivir maniatado, acosado por las dentelladas de ese México salvaje que quiere tomar el control.

Claro, atacar la corrupción requiere eliminar la impunidad y las prebendas de la maquinaria política que sustenta al PRI y erradicar el tráfico de influencias del grupo político del cual él mismo procede, peor aún, de su círculo íntimo. Ese es su dilema.



Leído en http://internacional.elpais.com/internacional/2015/07/15/actualidad/1436991154_034126.html



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