Cuando alguien pregunta a las personas que conocen a Mauricio Macri casi desde niño, la respuesta se repite: “Mauricio cambió, aprendió”. Él mismo no para de decirlo: “He aprendido mucho en estos años hablando con la gente”. Este ingeniero de 56 años, nacido en el seno de una de las familias más ricas del país, educado en el elitista colegio Cardenal Newman, guapo, rico y famoso desde muy joven, acompañado por las mujeres más bellas de Argentina, se ha reinventado por completo con un objetivo: dejar de dar miedo a los pobres y a las clases populares.
Hace solo dos años, todas las encuestas detectaban que Macri tenía un techo electoral porque millones de argentinos lo veían como alguien distante, millonario, alejado de los problemas de la gente común. Era un representante clásico de la derecha argentina, siempre minoritaria. Para muchos no era más que el hijo de Franco Macri, una referencia de los grandes empresarios del menemismo, constructor de grandes obras y miembro destacado de lo que en Argentina se llama “la patria contratista”, esto es los hombres de negocios cercanos al poder que obtienen las mayores obras públicas.
En ese momento, en 2014, Macri estaba en el 13% de apoyo electoral. No ayudaba su forma de hablar, claramente de clase alta, e incluso su forma de comportarse con la gente. Macri sufrió un durísimo secuestro en 1991 que lo mantuvo 12 días “encerrado en un ataúd”, según su propia definición. Lo organizó una banda de policías para sacar dinero. Asfixiado, atado a la cama, lo pasó muy mal hasta que su familia pagó el rescate y lo liberaron. Le dejó un gran trauma. Le quedó una cierta agorafobia, que sumada a su timidez reforzaba esa imagen distante, altiva.
Jaime Durán Barba, el asesor ecuatoriano que acaba de disparar su cotización en el mercado con el éxito de su cliente argentino, se puso manos a la obra para diseñar a un nuevo Macri. Y el candidato puso todo de su parte. Cambió, como dicen sus amigos.
Dejó atrás la agorafobia, y cada día, tres veces por semana, se iba a la casa de algún simpatizante elegido por Facebook a que le contara sus problemas. También iba casa por casa tocando el timbre, y enfrentándose a gente que le criticaba. Todo era grabado por un enorme equipo de prensa para lanzarlo de nuevo en Facebook con vídeos emotivos de esos encuentros. En todos los carteles publicitarios, Macri aparece con gente, nunca solo. Todo estudiado para mostrar cercanía.
Durán Barba explotó al máximo la faceta más popular del candidato: fue presidente de Boca Juniors, el club más importante de Argentina con River Plate. El fútbol lo humaniza, y Macri no para de sacarlo. En plena jornada electoral, y a sus 56 años, anunció a los periodistas que se iba a jugar al fútbol para relajarse.
Llamadas al azar
El propio Durán Barba señalaba el jueves pasado en conversación con un grupo reducido de periodistas que otra clave del cambio han sido las centenares de llamadas que ha hecho a números elegidos al azar. Les preguntaba qué harían si fueran presidentes. Y se limitaba a escuchar. A una familia de Luján que se quejaba de la inseguridad les contó cómo le marcó su secuestro.
El Macri que siempre vivió entre la élite se mezcló con los problemas de la clase media y se reinventó. Y ganó, algo impensable hace solo dos meses. Con esa victoria ha logrado otro hito personal: superar a su padre, un líder carismático con un carácter durísimo que marcó su vida. En un país en el que hacer terapia es más frecuente que ir al gimnasio, los que conocen a Macri aseguran que la idea freudiana de “matar al padre” ha movido su ambición, sus ganas de luchar.
Hasta el pasado enero, Franco Macri apoyaba abiertamente al kirchnerismo, defendía que el jefe de Estado tenía que “salir de La Cámpora” y decía que su hijo “no tiene corazón para ser presidente”. Ahora el padre, ya anciano, está en silencio y parece haberse reconciliado con el hijo triunfador que le ha superado. “No esperen de él mucho protagonismo, ya está grande”, resumió el hijo esta semana. El momento en el que dejó la empresa familiar fue un gran trauma para los Macri.
El presidente electo conserva su círculo íntimo entre sus compañeros del colegio, sobre todo el empresario Nicolás Caputo, una especie de hermano que se encargó de llevar el dinero para pagar a los secuestradores en 1991. Pero a la vez habla de “pobreza cero” y llena su gestión como alcalde de Buenos Aires de gestos hacia las clases bajas, como trasladar el Ayuntamiento al sur pobre o hacer líneas de metrobús de barrios populares al centro.
Macri no para de contradecir el cliché que los argentinos tienen de él. Gracias a eso ganó, pero sabe que tendrá que hacer mucho más para conquistar a una parte de ese 48,6% de argentinos que aún le tiene miedo o desconfianza. Ayer empezó ese trabajo.
Leído en
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/11/23/actualidad/1448318222_868069.html
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