jueves, 11 de febrero de 2016

Rafael Loret de Mola - Papa con soluciones

Francisco, el primer Papa Latinoamericano, sabe que en México “el diablo” ha metido su cola más de una vez; por ejemplo, aseveró, durante la persecución religiosa –esto es la Cristiada entre 1926 y 1929.

Que marcó dos tipos de fanatismos extremos:

El clerical, enfrentado con el gobierno liberal; y el jacobino caracterizado por la expresión de “come-curas”, por la influencia moral y política de los sacerdotes y sus jerarquías sobre una gran mayoría de mexicanos, casi el noventa y ocho por ciento, inalcanzable para cualquiera de los partidos políticos con registro.

La llamada “guerra cristera” poco resolvió en cuanto a las relaciones entre México y El Vaticano, bajo el muro de las intolerancias mutuas y la aplicación de la reforma juarista que dispuso de los bienes del clero –templos y conventos múltiples- para convertirlos en posesiones del Estado.









En esencia, libró a los jerarcas eclesiásticos de una carga: No pagan impuestos y además gozan del privilegio de que el gobierno mantenga sus heredades en buen estado -y el descuido es achacado a la misma estructura oficial-, con escasa intervención de las altas autoridades de la Iglesia.

SOlo que, bajo el mando de Carlos Salinas, las cosas cambiaron de manera diametral. El entonces delegado apostólico, Girolamo Prigione Pozzi, siguiendo instrucciones precisas del Papa Juan Pablo II, cuyo carisma atrajo sin remedio a millones de mexicanos, maniobró hasta lograr la reforma al artículo 130 para reconocer la personalidad jurídica de las iglesias -de todas ellas-, y abrir la ruta hacia la reanudación de relaciones diplomáticas entre nuestro país y el Estado Vaticano.

Era bastante absurdo que una nación eminentemente católico viviera en una lejanía tan honda con respecto al Obispo de Roma, si bien venerado, no reconocido como jefe de Estado por nuestro gobierno.

Tal, por supuesto, no implicó, como algunos despistados aducen, el término de la separación de la Iglesia y el Estado marcada con la sangre de más de doscientos mil mexicanos y la sabiduría del Constituyente de 1917 que, precisamente, pretendió evitar, sin lograrlo, un duelo fratricida tan inútil y tan doloroso.

El señor salinas aprovechó la coyuntura y presionó lo necesario al Congreso -en tiempos en que el Legislativo apenas chistaba pero ya lo hacía-, para llevarse la presea al bolsillo y poder con ello negociar cuanto fue indispensable para su régimen, como la burda negligencia gubernamental sobre el crimen del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en 1993 y en pleno despegue de los cárteles –el de Tijuana y el de Sinaloa, sobre todo-, logrando con ello el tiempo necesario para lavarse las manos como Poncio Pilatos.

Por ahí anduvo Joaquín Guzmán Loera “El Chapo”, quien escapó sobre la cajuela de un taxi hasta ser capturado meses después en Guatemala por primera vez, mientras huían, en avión de Aeroméxico, los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix hacia sus feudos de Tijuana.

Luego estos llegarían, muy orondos hasta la sede de la ahora nunciatura para pedir confesión mientras Prigione avisaba a Gobernación de la inusual presencia, habilitada por el entonces Arzobispo de Tijuana, Carlos Emilio Berlié Belauzarán –luego arzobispo de Yucatán, destinado a avalar el fraude electoral en pro del cacique cervera-, con la mediación del padre Albero Athié Gallo, quien perdería su ministerio al colocarse en un bando contrario y denunciar, acreditándolos, más de cuatro mil casos de pederastas de oficiantes católicos, solo en México.

Durante el Pontificado del Papa Ratzinger, Benedicto XVI, el sucesor de Posadas, cardenal Juan Sandoval Íñiguez, ahora en el retiro, fue impulsado para mantener su línea de investigaciones, con el aparato oficial en contra, sobre el magnicidio ocurrido en el aeropuerto de la capital tapatía el lunes 24 de mayo de 1993. Había acudido a recibir al nuncio Prigione, luego de la normalización jurídica, para que realizase una seria de visitas privadas.

Y el Alto Prelado visitante se enteró del suceso al bajar del avión aunque, por sus palabras, la versión oficial quedó siempre manchada:

--Cuando descendíamos del avión –me confió Prigione- escuchamos una balacera en el interior del aeropuerto por lo cual nos hicieron volver a la aeronave; y ahí esperamos entre veinte y veinticinco minutos.

Cuando bajamos me preguntaron sobre la muerte del cardenal y no supe qué decir. Me encontré con su automóvil, baleado y después me trasladé a la Cruz Roja, donde vi el cadáver de Posadas con decenas de tiros; nunca había visto un cuerpo tan herido brutalmente.

Antes, me llamó Carlos Salinas para decirme que acudiría a la Catedral para las Exequias.

Pese a ello, Prigione, acaso aconsejado por la superioridad política, declinó cuestionar la hipótesis gubernamental, armada por quien fungía como secretario de Gobernación, el ateo Jorge Carpizo MacGregor, en el sentido de que se había tratado de un error en pleno fuego cruzado... aunque a Posadas lo asesinaron casi a quemarropa dentro de su vehículo.

De este hecho incontrovertible surgieron las dudas que aún perduran y que El Vaticano ha soslayado durante casi veintitrés años pese a las promesas del hoy retirado -y pensionado- Benedicto XVI, quien no se atrevió a dar un paso determinante ni siquiera durante su periplo por México en marzo de 2012, con el horno político caliente.

El Papa Francisco, quien arriba mañana a la capital del país para celebrar el sábado una misa en la Basílica de Guadalupe y realizar visitas a:

Puebla, Chiapas, Morelia, Ecatepec y Ciudad Juárez, Chihuahua, en seis jornadas medidas, pero sin mayor respiro, considerando los males que le quejan –carece de un pulmón y sufre de fuerte dolores de ciática, que en Brasil le obligaron a suspender su gira por tres días-, ha querido adelantar algunos puntos sobresalientes, sobre todo su carácter de peregrino, quien viene en busca de la calidez y la fe de los mexicanos, sin que por ello deba ofrecer “soluciones” a los graves males del país, entre ellos la violencia, la represión del Estado y la tremenda desigualdad social.

Alegan que se ha comprometido a no tocar “asuntos políticos”, si bien lo apuntado rebasa esta condición.

Pero en lo que sí DEBE ofrecer soluciones y medidas drásticas es en cuanto a tres serios problemas que asfixian al clero mexicano y hacen dudar a millones de feligreses:

1.- Los miles de casos documentados sobre pederastas con sotanas, impunes ante la ley mexicana y protegidos por las jerarquías eclesiásticas que dicen someter a “tribunales especiales, canónicos” los encubrimientos mientras solo se traslada a los señalados por los crímenes de lesa humanidad a otras parroquias librándolos de la justicia. Esto es ya INADMISIBLE.

No es posible que siga reinando la impunidad contra estos monstruos que, usando su fuerza comunitaria, abusan de los menores y les destruyen sus existencias afrentando, también, a miles de familias silenciadas a mansalva. Esta es una deplorable falacia que confunde los fueros eclesiásticos suponiéndolos superiores al Estado de Derecho. No puede ser. Y Francisco lo sabe.

2.- En este mismo horizonte es menester investigar y deplorar, junto a la Congregación de los Legionarios de Cristo, el proceder del ya extinto Marcial Maciel, nacido en Cotija, Michoacán, y de cuyos abusos ya nadie duda.

3.- El punto culminante, desde luego, es la indagatoria sobre el crimen contra el cardenal Posadas, que duerme en los archivos de la Procuraduría General.

Mientras este tremendo asunto no sea debidamente esclarecido tendrá un deplorable tufo de complicidad. Aún vive Girolamo Prigione, con noventa y cuatro años encima, en Alessandria, Italia, para cualquier consulta que quiera hacérsele. Está lúcido y disfruta sus últimos años en el Piamonte.

Francisco sí puede dar cauce y soluciones a semejantes atentados contra su grey en México. Además, claro, de pedir cuentas sobre el célebre Templo en donde se honraría a San Juan Diego -en la intersección de las avenidas Insurgentes y Montevideo de la ciudad de México-, presentado a su ilustre predecesor, Juan Pablo II, en ocasión de su quinta –y última- visita a nuestro país el 30 de julio de 2002, menos de tres años antes de su fallecimiento.

Las afrentas duelen; más cuando se lastima la fe de un pueblo. Y si se trata de resarcir la devoción, el argentino Jorge Mario Bergoglio, tiene ante sí la enorme oportunidad de pasar a la historia y no como un cómplice más de los proxenetas. Qué Dios lo ilumine y ayude.

E-Mail:loretdemola.rafael@yahoo.com



Leído en http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/papa-con-soluciones-1455174262



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