Algunos de los llamados candidatos independientes o candidatos ciudadanos inspiran la misma confianza que un evangelizador con pulsera de diamantes. La emergencia de candidatos de la sociedad civil es un fenómeno generalizado en el mundo occidental, en respuesta al repudio que provocan los malos usos y abusos de la clase política profesional. Político se ha convertido en una palabra políticamente incorrecta.
El problema es que bajo el toldo ciudadanos conviven especies de toda índole, y algunas pueden ser tanto o más dañinas que aquellas de las que nos pretenden rescatar. Para no ir más lejos, Donald Trump. En caso de ganar las elecciones el empresario millonario, que se presenta a sí mismo como el candidato anti-Washington, seguramente nos haría sentir nostalgia por los políticos profesionales. En Guatemala están en proceso de descubrir lo que significa ser gobernados por un cómico popular y ocurrente, sin experiencia política. Y en Cuernavaca no se ríen nada quienes eligieron como alcalde a Cuauhtémoc Blanco, el extraordinario goleador mexicano que no ha parado de meterse autogoles en calidad de funcionario público.
Como en la olla de tamales, hay de chile y de dulce y, por lo mismo, habría que diferenciarlos. No ser un político profesional es un rasgo demasiado vago para que pueda ser útil y, desde luego, no basta para convertir a alguien en un buen administrador público o un legislador sensato.
Para empezar, porque ni siquiera es cierto en todos los casos. Ser un candidato independiente no significa necesariamente ser un candidato ciudadano. La trayectoria de El Bronco lo ilustra. Jaime Rodríguez es un político que había sido funcionario y alcalde por el PRI en el estado de Nuevo León; al fracasar en su intento por convertirse en candidato por su partido a la gubernatura, se lanzó por la vía libre y venció al aparato. Es decir, se trata de un político que logró ganar por vías distintas a las del entramado político tradicional. Desde luego eso no le quita ningún mérito, y abre canales estimulantes para romper el monopolio de la partidocracia y sus incontables abusos. Pero la manera en que fue elegido no modifica su pasado ni lo convierte en un ciudadano en el poder, como quieren hacerlo ver sus publicistas.
Y existe el caso inverso: ciudadanos sin experiencia política que son lanzados por los partidos tradicionales. Es el caso del mencionado Cuauhtémoc Blanco en Cuernavaca, o el de la actriz de comedias Carmen Salinas en la Cámara de Diputados, postulados respectivamente por el PSD y el PRI. En estos casos, la narrativa de campaña suele ser profundamente hostil contra el mundo de la política. Un discurso preparado por los estrategas de un partido tradicional, lo cual no deja de ser paradójico.
Los dos casos anteriores, políticos que se lanzan por fuera de los partidos y ciudadanos postulados por ellos, no descalifican esta vía, pero conviene precisar la diferencia. Los primeros, los políticos, no son candidatos ciudadanos y desde luego los segundos, los Cuauhtémoc Blanco, no son candidatos independientes.
Y como en el reino animal, habría que encontrar los matices de raza entre las especies.
Difícilmente podríamos considerar a Jorge Castañeda, a Juan Ramón de la Fuente o a Manuel Clouthier como candidatos ciudadanos, en caso de que lo fueran, considerando su extracción y sus actividades políticas anteriores. Pero bien podrían argumentar que sus posiciones a favor de agendas ciudadanas les cerraron las vías institucionales tradicionales. ¿Y qué sería Margarita Zavala, la esposa de Felipe Calderón, en caso de que se lance por la libre? Un verdadero desafío para la taxonomía política.
Candidatos ciudadanos tan variados e indefinibles como un franciscano hipster de calcetines rojos, un general antimilitarista o un poeta metido a cadenero de bar.
@jorgezepedap.
Leído en
http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/30/actualidad/1459373882_831383.html
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