lunes, 28 de marzo de 2016

Raymundo Riva Palacio - El odio de los marginados

NUEVA YORK.— Los terroristas no son iguales que los sicarios del narcotráfico. Esta es la idea convencional a partir del argumento que los terroristas buscan intimidar o coercionar a la población civil para alcanzar objetivos políticos, mientras que los sicarios matan por razones económicas, por lo que no tienen causa sino la búsqueda de lucro. Las diferencias, en función del impacto de terror que causan entre la población civil, realmente es nula. Los dos operan para consolidar territorios mediante el uso de tácticas salvajes. Por ejemplo, luego que Al Qaeda comenzó a difundir videos de decapitados para enviar mensajes políticos, Los Zetas la copió en la pasada década para causar miedo a sus adversarios. Terroristas y narcos han trabajado en función de intereses particulares de Estados Unidos. Los líderes de Al Qaeda fueron entrenados por la CIA para luchar contra el Ejército soviético cuando invadió Afganistán en los 70´s; los cárteles mexicanos ayudaron a la CIA cuando creó la Contra para derrocar a los sandinistas en los 80’s. Ambos usan las ganancias del tráfico de drogas para financiarse y buscan a sus soldados en los mismos segmentos de la población.

Los atentados en Bruselas la semana pasada y los atentados de París en noviembre, expusieron el perfil de quienes se convierten en bombas humanas. Provienen de los grupos sociales más marginados, donde hay mayor desempleo y están menos integrados. Bélgica tiene una gran mayoría musulmana que no ha sabido ni querido integrar. Hay componentes culturales. Las viejas colonias belgas en África se distinguían por la crueldad, la violencia y el racismo con el que trataban a sus colonizados, que sólo rivalizaban con las colonias francesas. Los franceses tampoco han resuelto la marginación y la desintegración de las minorías musulmanas, ubicadas en los suburbios de París y en el barrio XVIII, parecido a Molenbeek en Bruselas, donde se concentran las células terroristas.










Cuatro de los siete terroristas en los atentados de París salieron de Molenbeek, incluido su jefe, Salah Abdeslam, detenido hace dos viernes. Todos los terroristas tienen apellidos árabes, pero nacieron en Europa. Pertenecen a una segunda y tercera generación de musulmanes que crecieron y se formaron en un entorno occidental, que se unieron al Estado Islámico para luchar contra todo aquello que los rodeó en su niñez. No es algo inusual. Un reciente estudio realizado por el semanario digital New America, pudo documentar que 450 de cuatro mil 500 integrantes del Estados Islámico provienen de 25 países occidentales.

El informe registra el incremento de mujeres estadounidenses reclutadas por los terroristas, que han encontrado el apoyo existencial en el Estado Islámico lo que hubo en su casa. En vísperas del atentado en Bruselas, el Centro para el Análisis del Terrorismo en París dio a conocer un informe donde reveló que casi seis mil 500 europeos han viajado a Siria desde enero de 2013 –cuando comenzó el reclutamiento de occidentales- para pelear con el Estados Islámico y regresar a sus países de origen, donde varios de ellos cometieron actos terroristas.

Si en Estados Unidos el terrorismo está encontrando en la crisis existencial de sus jóvenes tierra fértil para sus comandos globales, en Europa son las condiciones socioeconómicas las que los están radicalizando. En Molenbeek, por ejemplo, el 30% de sus 95 mil habitantes, no tienen empleo. La variable económica es la que cruza en otras naciones, como México, con los sicarios, que son la parte más débil y violenta de las organizaciones criminales, en cuya marginación encuentran los cárteles de las drogas esa tierra fértil para sus asesinos. Hace una semana, el secretario de Salud, José Narro, dijo que la pobreza y la desigualdad son “los verdaderos enemigos de México”. No era la primera vez que Narro hablaba del tema. Como rector de la UNAM, enfrentó al gobierno de Felipe Calderón al afirmar que había siete millones y medio de jóvenes mexicanos entre 15 y 29 años que ni estudiaban, ni trabajaban.

En enero del año pasado la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico dio que la cifra de “ninis” había disminuido 2.7%, pero el entonces rector dijo que el 22% de los jóvenes vivían en esa situación. El reporte anual de la OCDE divulgado en verano ubicó el desempleo juvenil en 8.6%, aunque de ese número, el 61% tienen un empleo informal que les paga muy bajo porque en su mayoría sólo tienen la primaria. La marginación es un cáncer que también afecta a México. Frente a ella, los reclutadores de los cárteles de Sinaloa y del Golfo pagan por recolectar las deudas del pequeño comercio, casi 15 mil pesos al mes al tipo de cambio actual. Si trabajan bien pueden aspirar a un salario fijo de mil 500 dólares (unos 27 mil pesos) por secuestrar o golpear, y si son eficientes, los meten al negocio formal de las drogas y del sicariato.

El gobierno no ha podido revertir esta tendencia, ni disminuir la violencia que generan los “ninis” en las calles del país. Las reformas económicas no resuelven el problema en el corto y mediano plazo, ni existen políticas públicas que impidan que los cárteles de la droga, como los terroristas, encuentren en la desesperación y las angustias reclutas para el terror, en una lucha que van ganando y una espiral que por la dinámica del fenómeno, van controlando las organizaciones ilegales que merman sistemáticamente a los Estados.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

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