miércoles, 29 de junio de 2016

Raymundo Riva Palacio - El Africano de Peña Nieto

Este lunes, en su columna en El Universal, Ciro Gómez Leyva refirió un encuentro que tuvieron los directivos del Grupo Imagen el viernes pasado en Los Pinos con el Presidente Enrique Peña Nieto, en donde, al final de la larga reunión, le recomendó de despedida la trilogía El Africano, la obra de mil páginas de Santiago Posteguillo sobre Publio Cornelio Escipión, uno de los grandes generales de Roma en el Siglo III antes de Cristo. El columnista escribió que Peña Nieto le habló de uno de los capítulos esenciales de la obra, la derrota de Aníbal Barca, otro gran general cartaginés, para subrayar “lo cerca que estuvo Roma de caer en manos de los que representaban valores opuestos”. El contexto que le dio Gómez Leyva fue el de Andrés Manuel López Obrador y su cruzada antisistémica por la Presidencia en 2018. Pero la obra no habla de valores opuestos, sino de dos imperios con el mismo orden político y ambiciones. Se trata de fuerzas opuestas, llenas de rencor y venganza sin escrúpulos.

Aníbal, recuerda el notable maestro Raúl Quintanilla, director y dramaturgo que encabezó largo tiempo el Centro de Formación Actoral de TV Azteca, siguió a su padre Amílcar a la conquista de la Hispania Romana al final de la Primera Guerra Púnica, cuando los romanos derrotaron a los generales de Cartago en Sicilia. Durante la ocupación Amílcar fue emboscado por rebeldes oretanos en Alicante y su hijo no pudo llegar a tiempo para rescatarlo de la muerte. Decidió en ese momento que Roma tenía que pagar por ello, y se enfiló a través de Los Alpes. Desde la montaña vio como los cartagineses rodearon en el campo de batalla a Publio Cornelio, padre de Escipión El Africano, y cómo, luchando contra los enemigos, lo rescataba.










“¿Quién ese joven?”, cita el maestro Quintanilla de historia y los poemas sobre ese momento. “Él sabía, como Hitler y Churchill, que iban a pelearse. Es la premonición de los grandiosos”. Aníbal marchó sobre Roma y pasó por la Toscana, en ese entonces una tierra de pantanos. El Senado romano envió a su jefe de las legiones, Escipión El Africano, pero por el miedo que le tenían que se rebelara, no le enviaron ni todas las tropas, ni todo el dinero que necesitaba. Aún así, acumulaba victorias. Aníbal, contra lo que esperaban, no se dirigió directamente a Roma. Durante 25 años midió a los romanos y diagnosticó: su debilidad es su exceso de fuerza. Aníbal, sin embargo, se quedó sin dinero, perdió Hispania ante Escipión y regresó a África. Hasta allá lo persiguió el general romano, de cuyas batallas adquirió el mote de El Africano.

Julio César, un emperador romano posterior, recuerda Quintanilla, escribió la historia de esa, la Batalla de Zama, en donde Escipión mostró su talento de estratega –tendió una trampa a los miles de elefantes que corrían hacia los romanos, o los sorprendió por la retaguardia, aprovechando la baja marea caminaron por los lagos, y sorprendieron a los guardias de Cartago que no vigilaron las aguas porque los romanos no sabían nadar-. Aníbal y Cartago se rindieron, en lo que fue la Segunda Guerra Púnica. Al reflexionar sobre la derrota, agrega Quintanilla, Aníbal admitió: “Fui el más fuerte de todos, pero no pude proteger a mi familia. Fui víctima de mí mismo”. No había podido ver sus problemas, de soberbia y vanidad. Aníbal se refugió en el Senado de Cartago, donde formó el Partido Democrático, que se enfrentaba a un grupo político financiado por la oligarquía, que veía en los impuestos y el libre comercio, su prosperidad. En la lucha política Aníbal los derrotó y fue elegido sufete, una especie de juez, desde donde hizo reformas que afectaron los intereses de la oligarquía.

Ante la amenaza a los suyos, la oligarquía lo traicionó y buscó que Roma lo derrocara. Antes de que eso sucediera, se autoexilió en Siria. En el camino coincidió con Escipión en Éfeso, una de las grandes urbes de la Antigüedad, donde de acuerdo a Tito Livio en su Ab Urbe Condita Libri, se reunieron en Las Termas. Allí, Escipión le preguntó: “¿Quién ha sido el más grande general?”. En espera de reconocimiento, Aníbal lo sorprendió: “Alejandro de Macedonia (Magno)”. Entonces, replicó, ¿quién el segundo? “Pirro”, dijo. ¿Y el tercero? “Yo mismo”, afirmó Aníbal, quien dice el maestro Quintanilla, había jugado con la soberbia de Escipión, que también fue víctima de sí mismo.

En algún lugar del Medio Oriente, Aníbal tomó veneno antes de que 20 mil soldados romanos pudieran ponerle una mano encima, que lo encontraron muerto, sentado en una silla, donde aún, en esa condición, les inspiraba respeto y temor. Uno de ellos musitó: “Si Aníbal nos atemoriza, ¡qué grande es Escipión!”. Aníbal nunca pudo advertirle a su verdugo de batallas que los políticos romanos también lo habían traicionado, y murió sin jamás regresar a Roma. Esta es la historia de la Batalla de Zama a la que se refirió Peña Nieto, donde los paralelismos de los dos generales emocionaron al Presidente. Lo que quedará en duda es si Gómez Leyva lo interpretó mal. Si se equivocó, lo que Peña Nieto adelantó con su descripción del fondo de la obra de “valores opuestos” es cómo sus reformas lastimaron a los poderosos y generó reacciones, con la premonición expresada que lo perseguirán después de la Presidencia, hasta acabarlo.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

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Leído en http://www.ejecentral.com.mx/el-africano-de-pena-nieto/



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