La renuncia de Manlio Fabio Beltrones a la dirigencia nacional del PRI estuvo llena de señales y mensajes que por directos no admiten interpretación.
Se ajustó a lo que su maestro, Fernando Gutiérrez Barrios, expresaba con frecuencia: “Lo más importante en la vida de un político es el epílogo”.
No fue, por tanto, una renuncia más. No estuvo apegada a la disciplina de muchos otros que también se han ido. Asumió la responsabilidad de la derrota electoral del 5 de junio, pero al mismo tiempo puso al PRI frente al espejo para obligarlo a hacerse a sí mismo la pregunta ineludible: ¿por qué nos odian?
¿Por qué la ciudadanía ha dejado de creer en el PRI? ¿Por qué la marca se ha convertido en sinónimo de corrupción, excesos y malos gobiernos?
Beltrones, ante la presencia de todos los gobernadores priistas, menos el de Veracruz, identificó los factores que influyeron en el fracaso: falta de conexión con la ciudadanía, corrupción e impunidad, reticencia de los funcionarios públicos a rendir cuentas.
Dibujó un partido que, como todos los otros partidos, no ha resuelto su relación con el gobierno. No lo dijo, pero en el ambiente flotaba el recuerdo del 2000: la “sana distancia” de Ernesto Zedillo y, en este caso, lo que él llamó “la necesidad de que el PRI apoye al gobierno y que el gobierno se comunique más con su partido”.
Hay una laguna, por decir lo menos, que permitió lo que muchos vieron en los doce estados donde hubo elecciones para gobernador: delegados federales que apoyaron libre y abiertamente con recursos y operación política al Partido Acción Nacional.
Hubo también vacíos construidos ex profeso, o no, que dieron pie a la deserción y a la traición abierta, como sucedió en Tamaulipas, donde dos candidatos a presidentes municipales llamaron claramente a votar a favor del PAN.
El PRI pasa por una situación extraordinaria que exige soluciones extraordinarias. Un voto duro en extinción, una sociedad que ya nada quiere con él, aunque la “numeralia” lo siga ubicando como el partido más votado.
La gran duda —la enorme duda— es si las cúpulas van a tener los arrestos para iniciar un proceso que, por su complejidad, profundidad e impacto tendría que recibir más bien el nombre de revolución.
¿Aceptarán iniciar juicios contra gobernadores, diputados y senadores corruptos? ¿Corregir la ley anticorrupción para que el servidor público esté obligado a la máxima publicidad de bienes, cuentas bancarias, negocios, y dar muestras de que, en el PRI, se acabó con la cultura de la simulación?
Saber responder el ¿por qué nos odian? está lejos de ser una pregunta frívola, como algunos lo han manifestado en las redes sociales.
Pretende plantear que de la honestidad y el valor con que acepte el priismo responder esta pregunta depende el futuro de un partido que es gobierno, que pretende —hasta donde se sabe— mantenerse en el poder y que necesita ser factor de gobernabilidad y no de crisis.
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http://www.enlagrilla.com/not_detalle.php?id_n=70293
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