Cada vez es más difícil gobernar México. Un presidente de la república, gobernador o presidente municipal debe enfrentar, dentro del área de su competencia, múltiples y complejos problemas económicos, sociales y políticos y tratar de resolver, si no todos, una gran parte de ellos.
Ahora bien, si de por sí gobernar con cierta eficiencia es complicado, la tarea se dificulta muchísimo más cuando el gobernante no cuenta con el apoyo de un porcentaje mayoritario de la población o cuando el órgano legislativo que con él cogobierna es dominado por legisladores pertenecientes a partidos políticos opuestos al suyo.
En nuestro país es claro cómo, desde 1994, los presidentes de la república han enfrentado cada vez mayores problemas para realizar su gestión.
Carlos Salinas fue el último titular del Poder Ejecutivo federal que llegó al poder al ganar la elección presidencial de 1988 con el 50.36 por ciento de los votos a su favor, una mayoría insignificante, pero mayoría al fin. Su partido, el PRI, obtuvo la mayoría de las diputaciones federales (262 de 500) y de las senadurías (60 de 64) elegidas en las elecciones federales de ese año. Tres años, al renovarse la Cámara de Diputados, el PRI ganó 320 de las 500 diputaciones y 31 de las 32 senadurías que estuvieron en juego.
En la elección presidencial de 1994, el priísta Ernesto Zedillo triunfó con el 48.7 por ciento, lo que significa que 52 de cada 100 votantes no lo querían de presidente.
Afortunadamente, para él, en el Congreso que se eligió ese mismo año, su partido obtuvo 320 de las 500 diputaciones y 61 de las 64 senadurías.
Al contar con una cómoda mayoría en el Congreso, tanto Salinas como Zedillo pudieron lograr que muchas de sus iniciativas de ley fueran aprobadas sin mayores problemas. Gobernar no fue fácil para ellos y enfrentaron grandes problemas, pero lidiar con un Congreso opositor no fue uno de ellos.
En 2000, el panista Vicente Fox ganó la presidencia con 42.5 por ciento de los votos emitidos el 2 de julio de ese año. Ese día, su partido ganó 209 de las 500 diputaciones y 47 de las 128 senadurías. Durante su sexenio se cumplió ampliamente lo que él mismo afirmó el día en que tomó posesión de su cargo: “El presidente propone y el Congreso dispone”.
El panista Felipe Calderón triunfó en la elección presidencial de 2006 con sólo 35.9 por ciento de los votos, superando por un pequeñísimo margen al entonces perredista Andrés Manuel López Obrador, que obtuvo 35.3 por ciento. El día de la elección su partido fue incapaz de ganar una mayoría de escaños en el Senado (52 de 128) ni una mayoría de diputaciones (206 de 500). En las elecciones legislativas de 2009 perdió 64 diputaciones, quedándose sólo con 142 de las 500.
Finalmente, en 2012, el priísta Enrique Peña Nieto recuperó para su partido la presidencia al ganar la elección de ese año con el 38.2 por ciento de los votos, lo que nos dice que 62 de cada 100 mexicanos no lo quería como presidente. En lo que a las dos elecciones legislativas que han decidido la conformación del Congreso federal se refiere, en 2012 el PRI obtuvo 52 de las 128 senadurías, pero gracias a que sus aliados del PVEM ganaron 10 y los del PANAL uno, los senadores afines a Peña son 63, que si bien no conforman una mayoría le dan espacio para respirar. En lo que toca a los diputados, en 2012 el PRI y sus aliados obtuvieron 251 de las 500 curules y en 2015 lograron ganar 260 de las 500.
Los datos arriba anotados indican por quée cada vez se ha vuelto más difícil gobernar a nuestro país. Desde 1994 hemos tenido presidentes de minoría y desde 2000 estos no han tenido el control absoluto del Congreso.
Como se ven las cosas, en 2018 nuevamente elegiremos un presidente de minoría y un Congreso en donde ningún partido domine, lo que llevará al país a una mayor ingobernabilidad. Es hora de que vuelva a discutirse la conveniencia de que se realicen segundas vueltas en las elecciones presidenciales y de gobernadores cuando ningún candidato obtenga más de 50 por ciento de los votos.
Leído en
http://www.criteriohidalgo.com/a-criterio/ingobernabilidad
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