Andrés Manuel López Obrador ya vio más allá del horizonte. La silla presidencial está al alcance de sus manos siempre y cuando haga los movimientos correctos. La línea estratégica tiene un principio, finales de junio, cuando en un multitudinario mitin en la Ciudad de México urgió al presidente Enrique Peña Nieto que iniciara un gobierno de transición. El segundo momento fue la semana pasada, cuando en una entrevista de radio se separó de sus aliados electorales, los maestros disidentes, y dijo que no sólo no era posible derogar la Reforma Educativa, sino que de hacerlo, el Presidente estaría claudicando. En los medios se interpretó esto último como una moderación en el tono de López Obrador, y fue analizado en términos generales como algo positivo. Es eso y más.
En el arranque de la sucesión presidencial de 2006 respondía a las preguntas de si quería ser candidato, que “lo dieran por muerto”. Como la humedad quería penetrar. En la de 2012 arrancó con una estrategia de concordia observando cómo se caía la candidata del PAN, antes de atacar. Pero para 2018, ya no parece percibirse como candidato, sino como Presidente que tiene que cumplir el trámite de las urnas. Los momentos del 26 de junio y el 15 de julio no son aislados, ni son ocurrencias del momento. Están perfectamente conectados y responden a la lógica de un López Obrador que tiene, objetivamente hablando, la mejor oportunidad de su vida por alcanzar la Presidencia.
El 26 de julio planteó que Peña Nieto iniciara un gobierno de transición para entregar el mando en 2018 en un ambiente de tranquilidad y paz social. Con ellos, agregó, se podría abrir una nueva etapa en la vida del país, con un gabinete distinto, bajo la premisa del diálogo y la reconciliación, con respeto absoluto a garantías individuales y derechos ciudadanos. López Obrador estaba viendo la tormenta en la que se encuentra el gobierno y la desaprobación de tendencia negativa que parece imparable de Peña Nieto. Si con el paso de los meses el consenso para que gobierne el Presidente se va erosionando y la conflictividad social en el país se fortalece, ¿cómo podría navegar durante los dos años y medios que faltan para la transmisión del mando?
López Obrador está leyendo el comportamiento del electorado. La última encuesta de preferencias electorales hacia el 2018 de Buendía&Laredo, lo tiene en una contienda pareja con la panista Margarita Zavala, Margarita Zavala, relegando al tercer lugar al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Pero al ver la intención de voto por partido, el PAN aventaja con 24%, seguido por el PRI con 20%, y Morena con 17%. Visto objetivamente, no le alcanzaría a López Obrador, pese a sus positivos que él tiene y la buena opinión que hay de Morena.
La combinación PAN-Zavala es fuerte, porque ese partido ha ido solo en las últimas elecciones. El PRI ha ido con el Partido Verde, que tiene 5% de intención de voto, y en las últimas elecciones con el PT (1%), y Encuentro Social (1%). Si se mantuvieras esa alianzas, el PRI como partido superaría al PAN. El PRD, que en las dos anteriores elecciones presidenciales jugó con López Obrador, tiene 6% de intención de voto, mientras que Movimiento Ciudadano, que también lo apoyó, 4%. López Obrador requeriría ese 10% para estar en posibilidades reales de competir. Sin alianzas, difícilmente se convertirá en adversario de peligro.
Estos cálculos son los que llevaron a López Obrador a cambiar su rechazo a las alianzas. “Si el PRD se deslinda claramente del PAN, el gobierno y lo que representa el Pacto por México, podríamos sentarnos a platicar”, dijo. El PRD no tiene opción. O va con el PAN en 2018, o va con él. Dejó de ser un partido competitivo y se convirtió en una bisagra. Es el caso de Nueva Alianza y de Movimiento Ciudadano, donde dependerá de quienes son los candidatos de 2018 para determinar con quién negocian mejor sus apoyos.
López Obrador está pensando en el 1 de diciembre de 2018 desde la silla presidencial. De ahí su cambio de postura sobre la Reforma Educativa. “No se puede derogar”, afirmó. “Sería la claudicación del gobierno”. Su frase va más allá de la educación. Claudicar es el caos. “Tiene que haber autoridad, y tenemos que llegar a 2018 con estabilidad, con paz social, para que la entrega de estafeta se dé en un ambiente de normalidad política”, agregó. “Si se vence por completo a Peña Nieto, no va a haber estabilidad; no va a haber gobierno”.
Lo está viendo claro. Las condiciones socioeconómicas, de mantenerse, lo ayudan a él más que a nadie en 2018. Las condiciones políticas, también. Si ya tuvieron su oportunidad el PAN, y el PRI con su regreso, ¿por qué no darle la suya a López Obrador? Lo que el necesita ahora es que la gobernabilidad, por frágil que sea, se mantenga. “No queremos construir el nuevo México a partir de escombros”, dijo. Que termine en paz Peña Nieto y que la izquierda se una en torno a él, son sus dos objetivos estratégicos. López Obrador dice no querer arrancar un gobierno en ruinas, para no perder el tiempo en construir el tipo de país que quiere. ¿Ese gobierno sería bueno? ¿malo? Esa reflexión será para un texto futuro.
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