Hijo de un hotelero judío, Billy Wilder se licenció en Derecho por la Universidad de Viena después de estudiar en el Real Gymnasium. No llegó sin embargo a ejercer nunca de abogado, y comenzó a trabajar como redactor deportivo para un periódico vienés. En 1926 se trasladó a Berlín y allí continuó dedicándose al periodismo, al tiempo que desempeñaba los más variados oficios. Por estas fechas fue introduciéndose en los ambientes teatrales de la capital y entró en contacto con la productora UFA, que le encargó la elaboración de algunos guiones para sus películas mudas. El reportero del diablo (1929) fue su primera película como guionista y, mostrando su prolífica capacidad creadora, llegó a escribir en 1931 el guión de cinco películas, entre ellas la luego reconocida Emilio y los detectives. Al año siguiente siete de sus guiones fueron llevados a la pantalla.
Este ritmo frenético de creación se vio interrumpido con la llegada de Adolf Hitler al poder en 1933. Como judío que era, en enero de 1934 decidió refugiarse en Francia; su madre y la mayor parte de su familia acabarían siendo víctimas de la barbarie nazi. En París dirigió su primer filme, Curvas peligrosas, pero su estancia en la capital francesa fue breve. Al año siguiente se trasladó a Estados Unidos y se instaló en Hollywood, donde durante algunos años llevó una precaria existencia, subsistiendo con los ingresos obtenidos por guiones ocasionales.
En 1938 comenzó una fructífera colaboración con el dramaturgo Charles Brackett, que se prolongaría hasta 1950 y produjo una sucesión de éxitos de taquilla y algunos de los guiones más brillantes del cine estadounidense. Con Brackett escribió guiones para directores de la talla de Ernst Lubitsch (La octava mujer de Barba Azul y Ninotchka) o Howard Hawks (Bola de fuego y Nace una canción). Después de triunfar como equipo de escritores de comedias, Wilder y Brackett extendieron su colaboración a una relación más estrecha que empezó en 1942, con Wilder como director y Brackett como productor, y los dos como guionistas. Ese mismo año dirigió su primera película americana, El mayor y la menor, con Ginger Rogers como protagonista.
Aunque lo había aprendido todo sobre la comedia trabajando con Lubitsch, cultivó también otros géneros, como el cine bélico o el drama. Antes de dedicarse de lleno a la comedia y ser considerado el digno heredero y sucesor de Lubitsch, Wilder dirigió cintas bélicas, como Cinco tumbas a El Cairo (1943), o policíacas como Perdición (1944), considerada la primera película del cine negro y cuyo argumento serviría de guía para multitud de filmes posteriores. Fue protagonizada por una seductora Barbara Stanwyck, que, en un inolvidable papel de mujer fatal, arrastra a un sombrío agente de seguros al asesinato, utilizándolo para sus fines y abandonándolo después. También se sintió atraído por temas sociales, sobre los que realizó dos películas importantes: Días sin huella (1945), que fue premiada con los Óscar a la mejor película, mejor director y mejor guión, y El gran carnaval (1951). Se atrevió con el género musical en El vals del Emperador (1947), y también con el espionaje, que trató en Berlín Occidente (1948).
De esta primera época hay destacar el melodrama El crepúsculo de los dioses (1950), una amarga y extraordinaria obra sobre la grandeza y la decadencia. Joe Gillis, un guionista sin fortuna, entra en una mansión hollywoodiense que cree abandonada para huir de sus acreedores. Pero pronto descubre que la otrora diva del cine mudo Norma Desmond vive en ese fantasmagórico lugar, con la única compañía del mayordomo Max von Mayerling. Ante su precaria situación económica, Gillis acepta escribir el guión de Salomé, filme con el que la diva desea regresar al estrellato, tras años de ostracismo. El filme empieza, sorprendentemente, con el cuerpo de Gillis flotando en el interior de la piscina de la mansión. Mediante un flashback, Gillis narra, en off, las circunstancias que le han llevado a ese trágico final.
El crepúsculo de los dioses (1950) |
Cuando rompió su colaboración con Brackett, el amargo cinismo de Wilder se hizo cada vez más evidente. A medida que avanzaba su carrera, Billy Wilder fue decantándose por la comedia hasta perfilar lo que se conocería como el estilo Wilder, mezcla de la sutileza heredada de Lubitsch y la mirada ácida con que Wilder contempla la vida. En la base de todas sus comedias se encuentra una dura crítica al sistema, a ese modo de vida americano conocido como american way of life, al que ataca por medio de una fina ironía no exenta de sarcasmo. En la creación de esta forma de hacer comedia tuvo mucho que ver su habitual colaboración con el guionista I. A. Diamond, quien compartía con él una visión crítica de la sociedad.
En 1954 rodó Sabrina, con Audrey Hepburn y un Humphrey Bogart mostrando su vena cómica. Al año siguiente dirige una comedia ligera, La tentación vive arriba, en la que que aprovechó todo el encanto de una Marilyn Monroe en la cumbre de su carrera. En 1957 dio un nuevo giro en su filmografía para internarse de nuevo en el cine de suspense, creando una obra maestra de final imprevisible, Testigo de cargo, apoyado en las magníficas interpretaciones de Marlene Dietrich y Charles Laughton.
Con faldas y a lo loco (1959) |
El mayor mérito del versátil Wilder fue su reelaboración la comedia estadounidense tradicional de Capra partiendo de la herencia de Lubitsch. Dotada de un sarcasmo que recuerda a Eric von Stroheim, en el filme se suceden situaciones equívocas que provocan divertidos momentos, pero el modo de vida americano que exhibe ya no es tan idílico; los personajes muestran el pesimismo amargo que Billy Wilder sabe infundirles. La película catapultó a la fama al actor Jack Lemmon y contribuyó a gestar el mito de Marilyn Monroe; Wilder fue el único director que rodó dos veces con ella como protagonista, primero en La tentación vive arriba y luego en Con faldas y a lo loco.
En los años siguientes surgirían títulos míticos como El apartamento (1960), quizá su obra más completa, una mezcla de comedia y drama protagonizada por Jack Lemmon y Shirley MacLaine que fue premiada con dos Óscar (mejor película y mejor director), o En bandeja de plata, que él definió como una historia de avaricia; sin olvidar Un, dos, tres o Irma la dulce. Su última gran obra fue Primera plana (1974), donde volvió a combinar sabiamente las artes cómicas de Jack Lemmon y Walter Matthau. Le siguieron Fedora (1978) y Aquí un amigo (1981), que marcó su despedida del séptimo arte. Tras su retirada recibió multitud de homenajes y premios honoríficos, entre ellos un Óscar de la Academia de Hollywood en 1988 como reconocimiento al conjunto de su magistral obra.
Billy Wilder
Billy Wilder: Un hombre perfecto al 60 %
1982
País:
Francia
Director:
Annie Tresgot, Michel Ciment
Sinopsis
"Un hombre perfecto al 60%" es la definición que Billy Wilder hizo de sí mismo. Desde su Viena natal a Hollywood, el director cuenta su vida en su oficina de Santa Monica Bulevard y en su apartamento de Westwood, muy cerca de Malibú (California, USA). Incluye intervenciones de dos de sus grandes amigos y actores fetiches, Jack Lemmon y Walter Matthau.
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