Lo que no leíste en la semana. Aguilar Camín nos habla sobre la propuesta de los intelectuales y políticos y las mayorías
Se suele decir que la democracia mexicana “no genera mayorías”. Pero eso es falso. Lo que la democracia mexicana no genera, porque así se diseñó en la reforma de 1996, son mayorías absolutas, es decir que un partido tenga la mitad más uno de los escaños legislativos tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados.
La expresión “mayoría absoluta” suena absolutista, pero es de eso de lo que estamos hablando cuando decimos que la democracia mexicana no es funcional, o no es productiva, o no es eficaz, porque no “genera mayorías”.
Mayorías en el Congreso hay, pero desde el 96 son sólo mayorías relativas, lo cual hace que el partido en el gobierno sea siempre, desde entonces, en el nivel federal, minoría en el Congreso, pues sus fuerzas opositoras sumadas tienen más legisladores que la mayoría relativa del gobierno.
El resultado ha sido hasta ahora un gobierno bloqueado en las reformas fundamentales por el Congreso y un Congreso donde nadie es responsable del bloqueo, pues nadie tiene la mayoría absoluta necesaria para cargar con la responsabilidad cabal de lo que se legisla y lo que no.
Es a esto a lo que debemos poner fin si queremos tener una democracia funcional, o eficaz o productiva, y, sobre todo, responsable de sus actos.
Necesitamos mayorías absolutas que lleven la iniciativa y asuman la responsabilidad en el Congreso, mayorías a las cuales podamos premiar o castigar con nuestro voto por sus resultados, atribuibles claramente a unos y a otros no.
Pensar que las mayorías absolutas darán paso al autoritarismo de viejo cuño es desestimar profundamente los cambios que ha traído la democracia al país y exagerar el poder de las mayorías absolutas en los Congresos.
Para empezar, la mayoría absoluta no permite cambiar la Constitución. Esto requiere no la mitad más uno, sino dos terceras partes de los votos.
El proceso político real es mucho más complejo y plural de lo que indica la palabra “absoluta”. Es simplemente imposible que en un entorno democrático una mayoría efectiva en el Congreso se vuelva una imparable máquina de legislar a su capricho, aplastando y saltándose a las demás fuerzas.
La mayoría absoluta es la regla de gobernar de las democracias, no de las dictaduras, aunque a nosotros nos suene a viejo PRI.
Lo cierto es que el viejo PRI no tuvo nunca una mayoría absoluta democrática, pues sus mayorías no venían realmente de las urnas, como ahora.
acamin@milenio.com
Se suele decir que la democracia mexicana “no genera mayorías”. Pero eso es falso. Lo que la democracia mexicana no genera, porque así se diseñó en la reforma de 1996, son mayorías absolutas, es decir que un partido tenga la mitad más uno de los escaños legislativos tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados.
La expresión “mayoría absoluta” suena absolutista, pero es de eso de lo que estamos hablando cuando decimos que la democracia mexicana no es funcional, o no es productiva, o no es eficaz, porque no “genera mayorías”.
Mayorías en el Congreso hay, pero desde el 96 son sólo mayorías relativas, lo cual hace que el partido en el gobierno sea siempre, desde entonces, en el nivel federal, minoría en el Congreso, pues sus fuerzas opositoras sumadas tienen más legisladores que la mayoría relativa del gobierno.
El resultado ha sido hasta ahora un gobierno bloqueado en las reformas fundamentales por el Congreso y un Congreso donde nadie es responsable del bloqueo, pues nadie tiene la mayoría absoluta necesaria para cargar con la responsabilidad cabal de lo que se legisla y lo que no.
Es a esto a lo que debemos poner fin si queremos tener una democracia funcional, o eficaz o productiva, y, sobre todo, responsable de sus actos.
Necesitamos mayorías absolutas que lleven la iniciativa y asuman la responsabilidad en el Congreso, mayorías a las cuales podamos premiar o castigar con nuestro voto por sus resultados, atribuibles claramente a unos y a otros no.
Pensar que las mayorías absolutas darán paso al autoritarismo de viejo cuño es desestimar profundamente los cambios que ha traído la democracia al país y exagerar el poder de las mayorías absolutas en los Congresos.
Para empezar, la mayoría absoluta no permite cambiar la Constitución. Esto requiere no la mitad más uno, sino dos terceras partes de los votos.
El proceso político real es mucho más complejo y plural de lo que indica la palabra “absoluta”. Es simplemente imposible que en un entorno democrático una mayoría efectiva en el Congreso se vuelva una imparable máquina de legislar a su capricho, aplastando y saltándose a las demás fuerzas.
La mayoría absoluta es la regla de gobernar de las democracias, no de las dictaduras, aunque a nosotros nos suene a viejo PRI.
Lo cierto es que el viejo PRI no tuvo nunca una mayoría absoluta democrática, pues sus mayorías no venían realmente de las urnas, como ahora.
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