Esta vez no hubo besos, abrazos ni escapularios. Fue una reunión más bien ríspida, a veces sorda,
que duró seis horas y en la que chocaron dos visiones del país: la de un México militarizado, con
más de 50 mil muertos, un Estado fragmentado y corrupto, con una violencia sin freno y grupos paramilitares procreados por la estrategia de guerra, descrito por el Movimiento por la Paz; y la de un México
que para el presidente Felipe Calderón avanza en la justicia, los derechos humanos y el combate al crimen organizado.
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