Hacía tiempo que no veía a un político disfrutar tanto su momento como a Enrique Peña Nieto ayer.
Fue en una comida con un grupo de periodistas. Llegó de buenas, hizo bromas, reclamó serenamente algunas columnas de los últimos días, se tomó un tequila, contestó todas y cada una de las preguntas, soltó carcajadas, fijó posición sobre varios temas, toreó provocaciones, comió cordero al horno, revisó a sus probables adversarios, siguió bromeando y se marchó en santa paz.
No ofendió ni hizo parodia de nadie. No lo necesitó.
Sigo pensando que se equivocan quienes lo subestiman intelectualmente. Le fue sencillo rebatir el tema de la reelección de legisladores y presidentes municipales. Explicó con ejemplos difíciles de rebatir por qué esa medida difícilmente promovería la movilidad y la rendición de cuentas y, en cambio, favorecería que quienes están en los cargos se apropien de los recursos públicos para perpetuarse. “Es una moda a la que no todos le han pensado mucho”, dijo para cerrar el tema.
Quiere la cláusula de gobernabilidad porque está convencido de la necesidad de contar con una mayoría para gobernar con eficacia. “¿Sabían que en el DF basta tener 30 por ciento de los votos para alcanzar la sobrerrepresentación y tener mayoría?”, nos preguntó.
Es probable, sí, que jamás haya profundizado en la teoría del objeto y el método, o en los principios ontológicos y epistemológicos. Pero trae la política en la yema de los dedos. Y la información en la primera sala del cerebro. Y tiene una carta de navegación en la mano. Y sabe por qué quiere hacer unas cosas y otras no.
Parece un hombre que está viviendo gozosamente su momento. Parecen los días felices de Peña Nieto.
Lo mismo en http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9046694
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