¡Qué padre, sólo el 10% de los funcionarios son corruptos!
Con una caradura que cautivaría a algunos cómicos norteamericanos, Salvador Vega Casillas, Secretario de la Función Pública, nos informa que según estudios de Transparencia Internacional sólo el diez por ciento de los servidores públicos en México son corruptos. Oh, my dog!
Si nos remontáramos a los albores de nuestros inicios como país, veríamos que, no obstante no estar acuñado el término corrupción, entre señores y vasallos se daba un fenómeno de pago (vasallos), para recibir protección de parte de los meros, meros, mandamases de aquellos años. Los aborígenes pagaban, también, para recibir inmunidad. Podemos decir que la corrupción en México llegó con los colonizadores, y se siguió de frente como diciendo “voy derecho y no me quito”, hasta nuestros días.
En su acepción más amplia, la corrupción puede definirse como el uso ilegal e ilegítimo, no ético, pues, de recursos públicos para beneficiar a amigos, familiares o, incluso, organizaciones. Es la conducta desviada de los funcionarios públicos que abusan de su poder para obtener beneficios personales. Parafraseando a Guillermo Brizio, la corrupción desde el punto de vista eminentemente jurídico, es aquel acto racional, pero ilegal, que los funcionarios públicos cometen con la única finalidad de beneficiarse en función de sus intereses, en contra del interés común, que sería el de la sociedad.
Como sabe la mayoría, la corrupción no es privativa del sector público. ¡Qué va! La corrupción está en todas partes, en todos los sectores, en todos los estratos sociales, se practica tanto por hombres como por mujeres. La corrupción es una hidra. Es un virus que permea a la sociedad y se mete en sus casas.
Son corruptas, por ejemplo, las “maistras tragatortas”, que abandonan los grupos para irse a una reunión del sindicato; es tan corrupto el agente de tránsito que pide cincuenta pesos “para los chescos”, como el alto funcionario de seguridad que se construye una casita de veinte millones; es igual de corrupto el empleadillo que pide lana para agilizar un trámite, como el líder de un partido que usa las prerrogativas para hacerse de bienes personales. Tan corrupto es el burócrata de quinta que acepta un moche, como el director de una paraestatal que acepta un Ferrari. Corruptos son los diputados ausentistas, o los que se presentan ebrios a trabajar (saludos Kahwagi, Muñoz Ledo, y otros bebedores que no son precisamente diputados).
Corrupto es el alcalde que permite que su hermano venda quesos de a cuatrocientos mil varos, y también corrupto es el director de un instituto de salud que desvalija la entidad y la deja hasta sin medicamentos, mientras usa dinero para su campaña politica. Es igual de corrupto el grillo polaco que ofrece un vegetal de la familia de las cucurbitáceas a un escribidor de columnas, como el periodista que lo acepta, juar!!!
En fin, de momento no me acuerdo de cuáles otras son las corrupciones y los corruptos más reconocidos en México, tal vez alguien me pueda ayudar a hacer memoria, pero lo que sí recuerdo es a Salvador Vega Casillas diciendo que: “a pesar de que todos los días se registran casos de corrupción en la administración pública, esta conducta no es la generalidad sino la excepción”.
No dispongo ahorita de información sobre el número total de servidores públicos, en los tres niveles de gobierno, desde el prefecto de una escuela de gobierno o un policía de a pie, hasta Secretarios de Estado, pero sentirnos satisfechos porque sólo el diez por ciento de ellos es corrupto es algo así como una charlotada.
Oh, my dog!!!
Tancredi
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