La principal característica del proceso de sucesión presidencial 2012 ha sido la buena dosis de sentido común. Las señales incontrovertibles forzaron la retirada de Javier Lozano, Heriberto Félix, Alonso Lujambio y Emilio González. Y un cálculo de costos-beneficios sacó de la carrera a un primer peso pesado, Marcelo Ebrard.
El PAN sigue tratando de convencerse a sí mismo de que tiene tres candidatos competitivos y estira la liga de la inexorable toma de decisión. Allá ellos y el tiempo perdido.
Esta semana es del PRI. Un segundo peso pesado deberá decir adiós. En la política nacional no hay alguien más lejano a un Juanito que el senador Manlio Fabio Beltrones. Sería una insensatez, por tanto, registrarse para un cara a cara con Enrique Peña Nieto sabiendo que no tiene probabilidad de conseguir la candidatura.
Hay una analogía, quizá dramática, entre Ebrard y Beltrones. Deben ser los políticos más dotados y que mejor proyectan la imagen de serenidad de un estadista. Pero les tocó coincidir con los personajes más populares que han tenido sus partidos en al menos una década. Ebrard lo asumió con Andrés Manuel López Obrador. Le llegó la hora a Beltrones. Creo que la forma en que abandone la competencia marcará el tono anímico del arranque de Peña Nieto.
Me cuesta entender la severidad de quienes han visto en la aspiración legítima de Beltrones un artificio malintencionado contra el ex gobernador del Estado de México.
Beltrones merece una ovación. Mal haría el PRI soberbio en castigarlo con el desdén y marginarlo. Pregunten si no al senador Francisco Labastida, que pobremente aconsejado se deshizo de él en el 2000, no fuera a ser que le enturbiara y ensuciara la campaña.
Al fin, el PRI nunca iba a perder una elección.
Lo mismo en http://impreso.milenio.com/node/9065717
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