Contra todos los pronósticos de los partidos de izquierda y derecha –del PAN y del PRD-, 2011 se confirmó como el año de la candidatura presidencial de Enrique Peña Nieto.
Y viene a cuento, porque todos saben que durante años –por lo menos durante 2007-, los partidos y los jefes de la derecha y la izquierda mexicana hicieron todo por impedir que Peña Nieto se convirtiera en el candidato presidencial del PRI.01
Más aún, durante años, las más influyentes fuerzas políticas opositoras al PRI; los más poderosos líderes de todo el país –incluidos no pocos del PRI-, pretendieron tirar de su posición de más aventajado a Enrique Peña Nieto. Sin embargo, el pasado domingo 17 de diciembre, Peña Nieto se convirtió, de manera formal, en el candidato presidencial del PRI.
Y si bien es cierto que hoy nadie sabe a ciencia cierta quién será el ganador de la contienda presidencial del 1 de julio de 2012 –ya que acaso sea la más apretada batalla de la historia electoral mexicana, en la que participarán las tres grandes fuerzas representadas en México-, también es cierto que Peña Nieto se convirtió en el gran ganador de la primera parte de la contienda. ¿Por qué?
Porque llegó con vida a 2012. Y es que así como 1999 fue el año de la candidatura ganadora de Vicente Fox, y en 2005 ocurrió lo propio con la candidatura arrolladora de Andrés Manuel López Obrador; 2011 sirvió para ratificar a Peña Nieto como el más popular –según todas las encuestas-, y muy probable ganador de la elección presidencial de julio de 2012.
Pero la historia de éxitos electorales de Enrique Peña no es nueva. Para nadie es un secreto que el priista se perfiló como el presidenciable más adelantado desde los primeros meses de su gestión al frente del Estado de México. Y es que, incluso desde su candidatura, Peña incorporó elementos novedosos en el proceso electoral, que llamaron la atención no sólo del electorado local sino de todo el país.
Como candidato inauguró el slogan harto atractivo “te lo firmo y te lo cumplo”, que consistió en prometer obras, mejoras o programas que firmaba ante un notario público. Esto facilitó el posicionamiento de Peña en todo el país.
De hecho, con ese lema, el mexiquense revirtió buena parte de los pronósticos –que en ese momento le eran adversos –, y superó una desventaja inicial de 20 puntos; inclusive –al final de la campaña –, Peña se impuso por 25% a su más cercano competidor, el panista Rubén Mendoza.
En el segundo caso –durante su gestión en el gobierno estatal –, Peña Nieto no sólo cumplió las promesas, sino que confirmó que a los ciudadanos y electores les gustan los políticos atractivos, simpáticos y “galanes”. De modo que, al paso de los meses, su candidatura presidencial se comenzó a construir en el imaginario colectivo.
Sin embargo, es evidente que el slogan y la popularidad no bastan para llegar a Los Pinos. Por eso, para confirmar su espacio en la carrera presidencial, Enrique Peña tuvo que sortear muchos obstáculos. Uno de ellos –quizá el más riesgoso – fue revertir el efecto de las alianzas contranatura que encabezaron PAN y PRD en no pocas elecciones estatales.
¿Por qué riesgoso?
Porque, como quizá recuerdan, en 2010 el PAN y el PRD actuaron en contra de los principios y estatutos de partido, y pactaron alianzas electorales en Sinaloa, Puebla y Oaxaca. Su objetivo era debilitar al PRI y con ello, tumbar la candidatura de Enrique Peña.
Hoy todos conocen el resultado. A cambio de tres victorias electorales, las alianzas antipriistas colocaron en los gobiernos estatales a conocidos ex priistas. Además, a principios de este año –el 30 de enero –, el trato entre izquierda y derecha se consolidó como exitoso, luego de sumarse la cuarta victoria al hilo en Guerrero.
Sin embargo –y aquí es donde Enrique Peña ratificó su candidatura –, el mexiquense –en contubernio con López Obrador –, desactivó una potencial alianza PAN-PRD en la elección de su estado.
De hecho, el entonces gobernador Peña cometió dos grandes aciertos –porque no sólo los errores se cometen, también los aciertos –; dentro del proceso electoral de su estado.
El primero –como ya explicamos –, fue dinamitar la alianza que pretendía arrebatar el bastión mexiquense a los tricolores y aplastar la candidatura presidencial de Enrique Peña.
El segundo fue elegir a Eruviel Ávila como el candidato del PRI.
¿Por qué fue un acierto?
Porque de no haberse inclinado por el ex alcalde de Ecatepec –Ávila –, se habría mudado a otro partido –o coalición de partidos –, y con ello habría puesto en peligro no sólo la hegemonía priista en el Estado de México, también el triunfo del PRI y la candidatura de Enrique Peña Nieto.
Pero además, la candidatura de Eruviel Ávila no se trató de un capricho y menos de una ocurrencia. No; a decir verdad, Eruviel era el mejor candidato, con cuatro elecciones exitosas al hilo –dos como alcalde y dos como diputado federal –, así como la posición más adelantada en las encuestas.
Acaso por eso venció tres votos a uno a los partidos de izquierda y cinco votos a uno al candidato de Acción Nacional.
Con la victoria del PRI en su estado, Peña Nieto ganó medio boleto para la candidatura presidencial del PRI, ya que todavía faltaba lo más pesado. En la segunda mitad de 2011, Enrique Peña tuvo que librar una última batalla antes de quedarse con la candidatura de su partido. Esta batalla fue contra su correligionario, el senador Manlio Fabio Beltrones.
Y a pesar de todo –como se esperaba –, Peña salió bien librado. Y todo indica que se vio obligado a ceder espacios importantes de poder a cambio de la unidad interna del PRI.
Como sea, a estas alturas del casi extinto 2011, Peña Nieto no solo es el candidato presidencial del PRI, sino que logró sobrevivir los embates de “todos contra Peña”, y llegará con vida al inicio de 2012; a pesar de los golpes, tropiezos y abolladuras que hicieron estragos en su periplo por la candidatura presidencial del PRI. Por eso la gran pregunta.
¿Logrará sobrevivir los seis meses más duros de su carrera? ¿Cara o cruz?
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