Agoniza el sexenio. Se aproxima el momento en que, al calor de las batallas electorales y siguiendo la tónica de la guerra sucia establecida, desde 2006, por el propio Felipe Calderón, comenzarán sus adversarios a revelar los más oscuros secretos de este gobierno. La caja de Pandora está por abrirse.
Al punto del colapso, las instituciones del Estado serán presa fácil de quienes andan a la caza de información clasificada y comenzarán a saberse datos e informes hasta ahora celosamente preservados.
No habrá oficina de alto funcionario, escritorio de secretario de Estado, archivo secreto, línea telefónica, correo electrónico que se mantenga a salvo. El que a filtración mata a filtración muere.
Un alud de grabaciones clandestinas, de documentos que escapan milagrosamente de la destrucción, comenzará a circular dando testimonio no sólo de todo aquello en lo que Calderón y los suyos han fallado —que es mucho—, sino, sobre todo, de lo que pueda constituir delito.
Importa menos hacer justicia que soltar la acusación. Siempre habrá manera, ya lo hizo Fox con el PRI cuando el Pemexgate, de negociar la impunidad del adversario; lo importante es, por la vía de la exhibición de sus corruptelas, vencerlo en las urnas.
Pagará caro el PAN el haber cogobernado tantos años con el PRI; el haberle cedido áreas estratégicas en hacienda, seguridad e inteligencia; el haberse valido de los mismos cuadros que hoy, al ver naufragar el barco, vuelven al redil tricolor con las manos llenas de información.
Caro pagará el PAN y más caro todavía Felipe Calderón los golpes asestados, con la alevosía del poder, a su aliado principal en Puebla, Veracruz, Oaxaca y Michoacán. Victoria pírricas resultara la anulación de las elecciones en Morelia.
Y si con Vicente Fox —y con toda su parentela— la corrupción endémica del sistema político mexicano registró un nuevo y escandaloso repunte; no será este, el sexenio de la guerra contra el narco, la excepción.
La guerra y los negocios sucios van siempre de la mano. Si es río revuelto ganancia de pescadores; país en guerra es botín de depredadores de toda laya. La muerte vuelve a muchos millonarios; el combate hace prosperar a los piratas que, además, por estas latitudes, abundan.
La opacidad y discrecionalidad con la que en tiempos de guerra, como en nuestro país en estos últimos cinco años de gobierno, se ejercen miles de millones de pesos es, inevitablemente, caldo de cultivo para la corrupción.
Si la seguridad nacional, la urgencia de la guerra, la secrecía que exige el combate es, para los corruptos, la mejor coartada; la falta de escrutinio cuidadoso y puntual es la garantía de impunidad que necesitan para seguir medrando.
De “traidor a la patria”, de “aliado del crimen” puede tacharse en este tiempo de canalla, a quien se atreva a pedir cuentas claras al Ejercito, la Marina o la Policía Federal.
¿Quién y ante quién responde por los gastos en munición, en vituallas, en viáticos para la tropa desplegada? ¿Quien por los astronómicos gastos en tecnología y armamento de las fuerzas armadas y la Policía Federal?
¿Cuántos efectivos de las fuerzas armadas están actualmente desplegados en el territorio nacional? ¿Cuánto cuesta ese despliegue? ¿Cuánto se gasta diariamente en botas y uniformes? ¿Cuánto cuesta el rancho diario para esa tropa?
¿Cuánto nos cuesta a los contribuyentes el “apoyo” norteamericano en la guerra contra el narco? ¿Cuánto se le paga a contratistas de defensa, proveedores de armas y tecnología estadunidenses? ¿Quién vigila esos pagos?
¿Quién supervisa los mecanismos de adjudicación de los contratos? ¿Quién supervisa las licitaciones y está pendiente de que no pidan ni se den sobornos? ¿Quién supervisa los contratos de mantenimiento, la entrega puntual de refacciones, de sistemas, de actualizaciones de software?
En torno a un país en guerra se mueven empresas y mercaderes internacionales de un perfil definido; los piratas. Profesionales de la muerte y el soborno que saben detectar y explotar a su favor las debilidades estructurales de un gobierno, de un sistema político.
Un gobierno, como el de Felipe Calderón, embarcado en una guerra sin perspectiva de victoria, urgido de resultados y ante la inminencia de una derrota electoral, representa para estos mercaderes un extraordinaria oportunidad de negocio.
Esos que han hecho enormes negocios con la guerra en Irak y Afganistán, esos que en Estados Unidos tienen vínculos estrechos y delictivos con las agencias de defensa, ya están aquí medrando, aprovechando la prisa, ineficiencia y desesperación de este gobierno.
Esos mismos que venden armas y tecnología a los narcos visitan, del brazo de los oficiales del gobierno estadunidense, los despachos de los altos jefes militares y policiacos mexicanos ofreciendo su mercancía, sus servicios y recurriendo a sus viejos métodos.
Guerra y corrupción van de la mano. A un enorme costo habremos los mexicanos de darnos cuenta de esto más temprano que tarde. Eso, claro, si no triunfa la opacidad y si no sucede que, como suele pasar en este país, se negocia, a cambio del poder, la apertura de esa caja de Pandora.
Leído en http://impreso.milenio.com/node/9090303
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