Machetazo a caballo de espadas: en el auditorio Benito Juárez de la capital jalisciense, ayer se realizó una misa tumultuaria para despedir al cardenal Juan Sandoval Íñiguez del arzobispado de Guadalajara.
Con 78 cumplidos, dejará su administración tres años después de los 75 de edad reglamentarios que suele aplicar el Vaticano para que sus ministros pasen a ser decorativos.
Aunque el saliente pidió su retiro en tiempo y forma, Benedicto XVI la admitió sólo hasta diciembre último y nombró sucesor al cardenal de Monterrey, José Francisco Robles Ortega (quien asumirá en febrero ese arzobispado).
Sandoval sustituyó hace casi 18 años a otro purpurado: Juan Jesús Posadas Ocampo, una de las siete víctimas fatales en la balacera entre narcotraficantes que tuvo lugar en el estacionamiento del aeropuerto de Guadalajara el 23 de mayo de 1993.
Desde que inició su poderosa gestión (500 parroquias, más de seis millones de habitantes; mil 200 sacerdotes diocesanos y dos mil prospectos de curas en los seminarios más poblados del mundo), el cardenal se caracterizó por lo viperino de su lengua y lo destemplado de su ministerio.
En agosto del año pasado, cuando reporteros le preguntaron sobre el derecho de parejas del mismo sexo a la adopción, respondió con una pregunta poco evangélica: “¿A ustedes les gustaría que los adopten maricones o lesbianas?”.
Incontinente y falaz, aprovechó la oportunidad para acusar al gobierno de Marcelo Ebrard de haber “maiceado” a los ministros de la Suprema Corte de Justicia para que aprobaran la ley correspondiente.
Convencido de que la única revolución que ha beneficiado a México es la de los cristeros, promovió y obtuvo una beatificación y canonización en masa, la más tumultuaria después de Felipe de Jesús y Juan Diego: 24 “santos locales” y 26 “universales”, para quienes comenzó a construir, en 16 hectáreas del Cerro del Tesoro, el Santuario de los Mártires de Cristo.
Su mayor perversidad ha sido, con mucho, la fabricación de un “crimen de Estado”, el de Posadas Ocampo, para lo cual contó en todo momento con el infame apoyo de un grupo de compinches, entre quienes resalta el actual secretario de Gobierno de Jalisco, Fernando Guzmán Pérez Peláez (infaltable, por supuesto, en la misa de ayer).
En el complot púrpura (dado a conocer a mediados del foxiato por quien esto escribe) participaron también activamente: su abogado José Antonio Ortega Sánchez (cabeza hoy de Justicia y Paz), esposo de Victoria Serrano Limón (hermana de Jorge, el célebre antiabortista extremo), y la ex subprocuradora general de la República María Luisa Lima Malvido (pareja del criminólogo Luis Rodríguez Manzanera, amigo y socio… de Ortega Sánchez).
La patraña de Su Ilustrísima es delirante: dizque el gobierno de Carlos Salinas provocó el enfrentamiento entre las bandas de los Arellano Félix y El Chapo Guzmán para, en pleno fragor de la batalla, colar a sicarios con Posadas como blanco.
Por evidentes que sean sus calumnias, el cardenal se va impune y dice por fin un saludable adiós a las almas.
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