Hace un buen tiempo que los casos que investiga la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, lo mismo que sus informes y las declaraciones tonantes y un tanto huecas de su titulares, no sorprenden ni mueven a nadie.
Se les escucha y se les procesa, en los medios y en los circuitos de la autoridad, como venidas de una voz airada más: un ejercicio rutinario, más bien previsible, de imputaciones gruesas al gobierno, aderezadas con la exageración oratoria necesaria para sonar independientes y críticas a los medios.
Si hemos de juzgar por los informes y tomas de posición de la CNDH, la situación de los derechos humanos en México parece estancada si no retrocediendo. Oyéndola hablar, uno se pregunta, tiene que preguntarse, para qué sirve la CNDH.
Si después de todos estos años de vigilar y corregir al gobierno, la cosa sigue igual o empeora, habrá que concluir que la CNDH no ha hecho diferencia en la historia de su materia en México y ha terminado siendo una inutilidad y un dispendio.
Algo ha cambiado favorablemente en México por la acción institucional de la CNDH. No me cabe duda. Para empezar, la actitud ante la tortura que era antes una rutina judicial y hoy un escándalo público.
Pero, repito: oyendo a los responsables de la CNDH hablar de su tema uno diría que no, que todo ha sido un fracaso y la cosa está peor.
Una de las últimas muestras de “independencia crítica” de la CNDH, en su forma de oposicionismo primario, fue la declaración de su titular de que el presente gobierno no ha sido más que un “episodio trágico”.
La frase no carece de efecto, pero es de una frivolidad exaltada que mueve al partidarismo más que a la comprensión o a la solidaridad ciudadana.
La expresión no explica, descalifica, empaca en una frase simple y condenatoria un proceso complejo y crucial, nada menos que cinco años de la historia de México.
No necesitamos esas sinopsis fusilatorias en boca de un ombudsman. Necesitamos, por el contrario, matices, información, rigor analítico, pruebas precisas y eficacia acusatoria.
Nada de esto se consigue con palabras altisonantes para los medios ni con gesticulaciones políticamente correctas, sino con trabajo serio y con independencia de resultados en los hechos, no en los dichos.
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