por Ciro Gómez Leyva.
Escribí ayer que en los hechos del martes afuera del penal de Apodaca, la Policía Estatal de Nuevo León, ahora llamada Fuerza Civil, apareció en las pantallas de televisión sometida, acorralada, arratonada por una turba de no más de 200 personas. Y pregunté que si no podían con una protesta así, qué harían en las celdas atiborradas con Zetas embrutecidos con tubos y puñales.
El gobierno de Nuevo León me pidió escuchar su versión. Así hablé con el comisario de la Fuerza Civil, Felipe Gallo. Me apabulló con información, precisión y elegancia:
—Lo que se vio en televisión fue parte de un gran trabajo y no fue lo único. La actuación de la Fuerza Civil fue conforme al procedimiento y fue ejemplar. Estábamos frente a mujeres, frente a menores de edad, enardecidos, dolidos, porque teníamos un antecedente inmediato, muy doloroso.
Le digo que le prendieron fuego a la reja, los apedrearon, les aventaron orines. Gallo no pierde la serenidad. Me habían adelantado que se trataba de un policía fuera de serie:
—En realidad, no nos hicieron nada. Es nuestro trabajo. La función de una Policía antidisturbios es contener hasta el límite que altere el derecho de terceros o el patrimonio. Nosotros contuvimos la situación, se logró el objetivo, que era asegurar a tres personas dentro del penal y trasladarlos. La misión, afortunadamente, fue un éxito. Los muchachos, que tenían una semana de haber egresado de la formación del Ejército mexicano, lograron un gran trabajo.
Gallo agrega que, en otra circunstancia, habrían detenido a los agresores afuera de la cárcel. Y que ya les advirtió que lo harán si repiten la conducta.
No me queda, pues, sino ofrecerle, ofrecerles una disculpa por mi primera lectura y mis adjetivos.
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