Benedicto XVI. |
Por Rodrigo Vera
MEXICO, DF, 10 de marzo (proceso).- Ante la próxima visita del Papa Benedicto XVI, su nuncio apostólico en México, Christophe Pierre, confirma que uno de los temas prioritarios en la agenda papal es conseguir “libertad religiosa” plena en el país, lo cual implica cambios constitucionales que garanticen la instrucción religiosa en las escuelas públicas y la posesión de medios de comunicación masiva por la jerarquía eclesiástica, entre otros puntos.
La confirmación que hace el nuncio –el quinto en los 15 años de historia de las relaciones diplomáticas entre México y El Vaticano– desmiente las declaraciones del gobierno de Felipe Calderón en el sentido de que la visita papal no tendrá tintes políticos, pues establece claramente la posibilidad de incidir como nunca antes en la naturaleza misma del Estado mexicano, laico por definición constitucional.
Christophe Pierre dice estar “muy consciente de la historia de México”, marcada por “luchas y confrontaciones” entre la Iglesia y el Estado, pero señala que “no podemos ser prisioneros de la historia” sino construir una verdadera sociedad democrática. Y recomienda: “No debería partirse del miedo de que el clero o la Iglesia ‘tomen el poder’ o ejerzan poder político. En la actualidad esto, en mi opinión, nace más del prejuicio que de una amenaza real”, pues aclara que la jerarquía no pretende “obtener privilegios” con los cambios legislativos.
Enfatiza: “La libertad religiosa es un derecho de todos los ciudadanos, sin excepción, y no una concesión otorgada por el Estado”. Tal derecho –prosigue– es reconocido por varios tratados internacionales, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948. De cualquier forma, agrega que en México hace falta “una tarea de orden cultural” para alcanzar la libertad religiosa.
Por lo anterior, dice, la misión que le confió Benedicto XVI es el “diálogo, con paciencia y sin cansancio, para disminuir los prejuicios y favorecer la mutua comprensión”. Sobre el encuentro que el Papa sostendrá con el presidente Calderón en la ciudad de Guanajuato el 24 de marzo, el diplomático considera que ambos sabrán aprovecharlo “para abordar temas importantes y de verdadero interés para el país y para la Iglesia”.
DOS DÉCADAS DE VAIVÉN POLÍTICO
Reacio a dar entrevistas y a responder cuestionamientos políticos, Christophe Pierre hizo una excepción con Proceso al aceptar responder un cuestionario por escrito. Es el siguiente.
–¿Por qué esperó el Papa Benedicto XVI casi siete años para venir a México, tomando en cuenta que el Papa Juan Pablo II vino por primera vez poco tiempo después de asumir su pontificado?
–Cada Papa es diferente y también cada época. Elegido a los 78 años de edad, Benedicto XVI era consciente de que no tenía ni el tiempo ni la fuerza para visitar el mundo entero. Por ello ha tenido que elegir de modo que cada viaje, particularmente los viajes intercontinentales, tengan un sentido especial y también simbólico para el país que visita, así como para la región y el mundo entero.
Es cierto que el Papa Juan Pablo II vino a México casi inmediatamente después de iniciar su Pontificado y fue una experiencia que impactó sobremanera al pueblo mexicano y también al Santo Padre. Pero fue una visita que tenía como particular objetivo inaugurar la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que, como bien recuerda, se celebró en la ciudad de Puebla. De la misma manera, el primer viaje del Santo Padre Benedicto XVI en América Latina tuvo como finalidad inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en la ciudad de Aparecida, en Brasil.
Ahora, la perspectiva de otro viaje en Brasil, en 2013, con motivo de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, parece haber hecho considerar y convencer al Papa de la oportunidad de visitar, antes de esa fecha, algún país hispanohablante. En consecuencia, ha elegido a México y a Cuba. Es probable que su elección a favor de México se deba a la fuerte identidad religiosa y católica de una gran parte del pueblo que, además, ha siempre manifestado un gran cariño hacia el Papa. La ida a Cuba, que en este caso se facilita bastante gracias a su proximidad con México, me parece sea motivada por el deseo del santo padre de sostener la fe y la esperanza de aquel pueblo que vive hoy un importante periodo de transición.
Es verdad que Benedicto XVI viene a México luego de siete años de pontificado, pero creo que lo más relevante es que ha sido precisamente México quien ha sido elegido para este encuentro del Papa con la América Latina hispanoparlante.
–Algunas diócesis y gobiernos estatales externaron su deseo de recibir al Papa Benedicto XVI. ¿Qué circunstancias influyeron para que se escogiera finalmente al estado de Guanajuato?
–Sí, son, en efecto, numerosos los obispos que han manifestado su deseo de recibir al Papa. Pienso en los Arzobispos de México, de Guadalajara, de Monterrey, de Mérida y de otros. También algunos gobernadores se han acercado a nosotros. Sin embargo, dado que el Papa no podía visitar sino un lugar y que sus médicos le aconsejaron evitar absolutamente la altura de la Ciudad de México, que hubiera sido un destino natural como capital del país y lugar donde se encuentra la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe que resguarda su milagrosa Imagen, Madre de los Mexicanos y venerada en toda América Latina, luego de un serio estudio y discernimiento se eligió a Guanajuato por tres motivos: porque se encuentra en el centro geográfico del país con acceso relativamente asequible desde las diversas latitudes; porque para los católicos mexicanos, la imagen de Cristo Rey del Cubilete, reviste un gran valor espiritual que atrae permanentemente a millares de peregrinos; y porque esta región, indiscutiblemente muy marcada por su historia religiosa, no pudo ser visitada por el Papa Juan Pablo II.
–El Papa Benedicto XVI viene a México justo cuando se cumplen 20 años de haberse reanudado las relaciones diplomáticas entre México y la santa sede. ¿Actualmente cuáles son los puntos más importantes en la agenda entre ambos Estados?
–Sí. Se trata de una feliz coincidencia. Las relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede se materializaron al término de un acuerdo crucial entre el Estado mexicano y las diferentes religiones que finalmente eran reconocidas jurídicamente, permitiéndoles, ante todo, existir dentro de la nación, reconociendo oficialmente también el papel que siempre han tenido en el seno de la sociedad. Ahora, veinte años después, se hace indispensable consolidar este reconocimiento y darle fuerza jurídica. Como usted sabe, la agenda de la Santa Sede se encuentra en armonía con el de la Iglesia católica local y con las de las otras denominaciones religiosas. No se trata, ni se pretende obtener privilegios. Lo que la Iglesia católica y las diversas denominaciones religiosas quieren es, sencillamente, que sus miembros puedan ejercer un derecho fundamental reconocido por los grandes instrumentos internacionales ratificados por México: el derecho a la libertad religiosa en todas sus dimensiones.
–¿Qué características han tenido estas relaciones a lo largo de estas dos décadas?
–Las relaciones entre México y la Santa Sede han sido buenas. Recordemos que este periodo comprende algunas de las más significativas visitas del Papa Juan Pablo II a México, tan magníficamente acogido, tanto por el pueblo mexicano en su conjunto, como por las autoridades; fueron visitas, conviene decirlo, que marcaron indudable y profundamente la cultura de México.
La Santa Sede se alegró de que la Iglesia católica y las demás organizaciones religiosas pudieran beneficiarse del estatuto de Asociaciones Religiosas (AR), que les permite resolver muchos problemas prácticos de cada día en un espíritu de diálogo, particularmente por medio de la Subsecretaría para Asuntos Religiosos y la Dirección General de Asociaciones Religiosas. La Santa Sede y las autoridades eclesiásticas son sin embargo conscientes de las restricciones que la reforma de 1992 ha mantenido a la actividad pública de las religiones. Un ejemplo es la limitación al derecho de poseer medios de comunicación social, o también a la restricción de la libertad de expresión del clero sobre algunos argumentos, no de orden político, sino de interés público. Por eso la Iglesia busca desde hace algunos años dialogar con las autoridades públicas proponiendo se introduzca en la legislación un reconocimiento más completo de la libertad religiosa, tal como de suyo se da en buen número de países del mundo, y según la definición, por demás clásica, que ofrecen los principales instrumentos jurídicos internacionales. Esta postura eclesial corresponde a la que siempre ha defendido la santa sede.
“LA LIBERTAD RELIGIOSA NO ES UNA CONCESIÓN”
–El Papa siempre ha considerado que en las sociedades modernas y democráticas debe haber plena libertad religiosa, sin que ésta se circunscriba sólo a la esfera privada. ¿La firma de acuerdos o concordatos entre la Santa Sede y algunos Estados es la actual tendencia para alcanzar esta plena libertad religiosa?
–Usted tiene razón en subrayar el papel de la libertad religiosa en una sociedad moderna y democrática. Sociedad que funcionará correctamente sólo en la medida en que sepa reconocer, respetar, proteger y garantizar los derechos de la persona humana. A este título, la libertad religiosa es fundamental porque toca la esencia misma de la persona en su dimensión trascendente, de apertura al Absoluto o a Dios; pero esa libertad no se limita nunca a la sola esfera privada, porque cada ser humano, creyente o no creyente, debe poder contribuir con todo su ser a la vida social o política de su país, y no toca a la sociedad ni al Estado decidir sobre este asunto.
Esto lo ratificó la comunidad internacional con la oferta de una definición que ya universalmente es aceptada y que ha quedado consignada en el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y también en el artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Es asombroso que aún existan personas que, mientras dicen ser defensoras de los derechos humanos, pretenden restringir la libertad religiosa reduciéndola a mera libertad de culto o a una libertad para creer sólo dentro de los márgenes de la vida privada. Estoy muy consciente de la historia de México. Pero no debería partirse del miedo de que el clero o la Iglesia “tomen el poder” o ejerzan poder político. En la actualidad esto, en mi opinión, nace más del prejuicio que de una amenaza real.
Usted me pregunta si la firma de un acuerdo o de un concordato entre la Santa Sede y un país es un modo de lograr una real libertad religiosa. Pienso que la libertad religiosa es un bien para todos y que, en consecuencia, en un Estado moderno debe ser reconocida sin restricciones, para todos. Tiene que ver con el funcionamiento normal de una sociedad democrática. Los acuerdos parciales o los concordatos tienen como finalidad resolver de modo contractual situaciones particulares o más generales que interesan a una iglesia y al Estado. En todo caso, un Estado, sea como sea, permanentemente firma contratos, lo que le permite trabajar efectivamente con otros grupos u organizaciones en un espíritu de mutuo respeto y de manera eficaz.
–¿Qué modalidad sería la más conveniente para México, tomando en cuenta que su pueblo es predominantemente católico pero también hay sectores que, enarbolando el laicismo, se oponen a modificaciones constitucionales?
–La Iglesia no promueve un cierto tipo de acuerdo o concordato de manera universal. La situación particular de cada país exige que, con sabiduría, se creen poco a poco los marcos jurídicos necesarios y convenientes para asegurar la colaboración y el respeto mutuo entre el Estado y la Iglesia.
Lo que me parece más importante es que todos descubramos que la libertad religiosa es un derecho de todos los ciudadanos, sin excepción, y no una concesión otorgada por el Estado. Además, es un derecho todavía más necesario en las sociedades plurales como la nuestra. Al Estado tocará no marginalizar la dimensión religiosa de la vida, sino por el contrario, protegerla conforme a derecho, lo cual ciertamente supone que el Estado asuma su papel de defensor del orden público, poniendo las medidas necesarias para evitar los excesos e intolerancias con espíritu de justicia y equidad.
Desde mi llegada a México, hace cinco años, me he preguntado por qué algunos tienen tanta dificultad para aceptar que los criterios que definen la libertad religiosa, tal como han sido reconocidos internacionalmente, entren a formar parte de la normatividad interna del país. Entiendo por supuesto que existen, como en toda sociedad, miedos, falta de confianza y también prejuicios, fruto de una historia que, como bien sabemos, fue marcada por luchas y confrontaciones. Pero no podemos ser prisioneros de la historia. Con espíritu de diálogo conviene ver la realidad que tenemos de frente; el tiempo presente no debería gastarse en disputas o en deseos de excluir al otro. Me parece que el México nuevo, confrontando retos graves como la pobreza y la violencia, se construirá positivamente si existe escucha del otro y trabajo común. Estoy seguro de que la verdadera tarea de todos es más bien de orden cultural; contribuir a la conformación de una cultura basada en el respeto del otro, de todo otro y de todo el otro, es decir, del otro considerado en todas sus dimensiones, y ello implica, también, la dimensión religiosa de la vida. Cada exclusión produce un profundo traumatismo y destruye la sociedad.
A este respecto, considero que deberíamos, con coraje y lucidez, hacer el esfuerzo por tratar de comprender el auténtico sentido de las palabras. Por ejemplo, el concepto de libertad religiosa habla de una realidad positiva al servicio de los derechos de la conciencia aun de los no creyentes. También, el término laicidad se refiere a una realidad positiva que significa distinción sana y legítima del orden religioso y del orden temporal, pero que, al contrario del laicismo, no excluye ni el uno ni el otro, sino que toma a los dos en consideración, cada uno en su legítimo lugar.
–¿Qué cambios requiere el marco constitucional mexicano para que se garantice esta libertad religiosa? ¿Considera probable que, por lo pronto, en el Senado se logre modificar el artículo 24 constitucional?
–No me toca como Nuncio Apostólico decir lo que tiene que ser cambiado en las leyes mexicanas. Sin embargo, espero que se vaya en la dirección de un pleno reconocimiento de la libertad religiosa conforme a las definiciones internacionalmente aceptadas.
–¿Se tocarán estos puntos durante el encuentro que el Papa sostendrá con el presidente Felipe Calderón en la ciudad de Guanajuato?
–Tampoco toca a mí decir cuál será el contenido del diálogo entre el presidente de la república y el santo padre, pero estoy seguro que uno y otro sabrán aprovechar este encuentro para abordar temas importantes y de verdadero interés para el país y para la Iglesia. Como el Papa lo ha repetido al cuerpo diplomático al inicio del año, la Iglesia quiere, antes que nada, servir al hombre y a la nación, de modo que haya verdadera justicia y paz. En tal contexto me parece evidente que una auténtica libertad religiosa ayudará a la paz social.
–¿Cuáles son sus prioridades como nuncio apostólico en México? ¿Recibió alguna encomienda específica del Papa?
–El nuncio es primeramente representante del Papa ante la Iglesia local. Me esfuerzo, en consecuencia, por ser permanentemente un eco fiel de sus enseñanzas. Llegué a México en el momento en que era celebrada la Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe, en Aparecida, Brasil, misma que recibió una orientación decisiva con el discurso del Papa. Sin querer reducir la riqueza de ese texto, considero que el santo padre ha pedido a esta Iglesia estar muy atenta a los retos o desafíos de esta época que cambia rápidamente, para que no pierda su riqueza cultural y religiosa que corre el peligro de ser relativizada o hasta de desaparecer. El Papa y los obispos han pedido a la Iglesia en todos los niveles, en consecuencia, favorecer un encuentro efectivo y vivo con Cristo y ser más misionera, de modo que su mensaje tenga una verdadera incidencia en la realidad social.
Por mi parte, me esfuerzo por hacer que mi trabajo vaya en esta dirección. Tengo también conciencia de la importancia de mi papel con las autoridades civiles y políticas. Para mí la palabra maestra es precisamente: diálogo, con paciencia y sin cansancio, para disminuir los prejuicios y favorecer la mutua comprensión. Esto corresponde naturalmente a las recomendaciones que el santo padre me confió al comenzar mi misión aquí.
–¿El viaje del Papa es una visita de Estado o es sobre todo de carácter pastoral?
–Esta pregunta es muy pertinente. Es evidente que el viaje del Papa es pastoral. Como jefe de la Iglesia católica, él viene a reforzar la fe de los fieles de esta Iglesia, que, conviene no olvidarse, son muy numerosos en este país. Pero, porque el Papa es también reconocido por la comunidad internacional y por México como un jefe de Estado, será recibido como tal también aquí. Cierto, el jefe de la Iglesia católica no es exactamente un jefe de Estado como los demás. Pero es desde esta identidad que le es propia que las autoridades y un gran número de mexicanos, creyentes o no, sabrán acoger a una persona que con decisión impulsa valores que la sociedad necesita con urgencia.
Leído en: http://www.sinembargo.mx/11-03-2012/178057
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