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RECOMENDACIONES Y COLUMNAS DE OPINIÓN
sábado, 24 de marzo de 2012
Juan Villoro - La enfermedad de tener ímpetu
¿En qué momento la especie comenzó a desplazarse con el ánimo de ver cosas nuevas y coleccionar souvenirs a riesgo de luxarse un pie o asolearse demasiado? El turismo en masa es una de las más peculiares molestias voluntarias a las que nos sometemos en esta época tan poco sustentable en que nuestros desodorantes ayudan a que la capa de ozono se abra un poco más.
De las arriesgadas expediciones científicas (destinadas también a la salvaje explotación de recursos ajenos), se pasó a los viajes más o menos sentimentales de la clase ilustrada (Voltaire y compañía). Un siglo y medio después, la democratizada grey transitó al sudoroso vacacionismo donde la mejor noticia es que no se pierdan las maletas.
Curiosamente, hubo épocas en que desplazarse resultaba algo muy extraño. "El mal del ímpetu", relato de Ivan Goncharov, trata el tema con la sorpresa que conviene a un sereno habitante del siglo 19.
Nacido en 1812, Goncharov aprendió alemán y francés y pasó algún tiempo en África y Japón. Sin embargo, detestaba el ajetreo y tal vez por eso no se casó nunca. Fue amigo de Dostoievski y Turgueniev, a quienes protegió cuando sirvió como censor del Zar. Sin embargo, hacia el final de su vida, sintió que ellos se habían aprovechado de sus recursos literarios para obtener una fama inmerecida.
Como tantos exaltados espíritus rusos, pasó sus últimos años sumido en la paranoica sensación de que los otros usurpaban sus ideas. Su mayor obra fue la novela "Oblomov", donde retrató a un nuevo tipo social, el apático absoluto. Lo que Durkheim desarrolló en la sociología a través del concepto de anomia, fue expresado en clave literaria a través Ilya Ilyich Oblomov, personaje escindido de su tiempo, antecedente de los posmodernos vestidos de negro que usan lentes de diseño para escrutar la nada.
Resulta curioso que el creador del gran exiliado emocional haya sido, posiblemente, el primer vocero de una neurosis opuesta, la de quienes sólo se sienten bien cuando se largan. En "El mal del ímpetu", la novedosa dolencia es anunciada por Nikon Ustinovich Tiazhelenko, terrateniente ucraniano de "incomparable y metódica pereza". Este hombre aquejado de calma cósmica teme el inagotable impulso de una familia: "Los Zurov son incapaces de permanecer en casa durante el verano: en eso consiste esta dolencia extraña y mortal".
En invierno, la nieve cae con suficiente fuerza para contener a los rusos en sus isbas y sus dachas. Con el deshielo y la consagración de la primavera, el alma eslava es proclive a las expansiones. Pero los Zurov son un caso de especial gravedad: sencillamente no pueden estar quietos. En cuanto los caminos se vuelven practicables, parten a bordo de una carreta, llevando la vajilla y la mascota a cuestas. Para ellos, el viaje mejora si algo sale mal. Cuando una rueda se rompe en medio de un campo de abedules, tienen la estupenda oportunidad de refugiarse durante días en una rústica cabaña.
El narrador participa en un par de excursiones, sin deponer su espanto. Entonces entiende que la auténtica pasión de los Zurov es sobrellevar y en cierta forma propiciar las incomodidades del viaje. ¡Han nacido los turistas modernos!
Obviamente, ellos no saben que pertenecen a esa fatigada franja de la humanidad que muchos años después Jean-Paul Sartre bautizará como los "invasores sutiles", la misma que al llegar a un lobby después de 20 horas de vuelo recibirá pálidos cocteles de bienvenida.
Desde el principio de su relato, Goncharov anuncia que el mal de los Zurov es letal. Los accidentes del camino hacen que el servicio de té tintinee y las conciencias se preocupen, pero las desgracias son el aperitivo de los impetuosos: si la abuela se resfría con la lluvia, eso permite hacer una fogata que le llenará de humo los pulmones.
Con sostenido impulso, los veraneantes se encaminan hacia una placentera destrucción. ¿Hay diferencia con los daños que elegimos en el turismo contemporáneo? El amigo al que no le puedes tocar el hombro porque se insoló en el Pacífico desciende de la estirpe que descubrió, sin saber por qué, que el ser sólo se divierte en tránsito.
Goncharov murió en 1891, padeciendo las habituales decepciones de un hipersensible artista ruso, aunque sin el destino trágico de la mayoría de sus colegas. De acuerdo con Borges, los vikingos (que él prefería llamar "viking") descubrieron dos cosas sin enterarse de ellas: América y la novela. En forma semejante, Goncharov descubrió al primer posmoderno y a los primeros turistas.
"El mal del ímpetu" fue concebido en 1830, durante la epidemia de cólera que acabó con una quinta parte de las gallinas de Moscú. Esta estadística permite precisar los alcances de Goncharov y la involuntaria profecía que dejó en "El mal del ímpetu": en el futuro, una quinta parte de los habitantes de la Tierra vivirán y morirán como turistas.
Leído en http://www.elnorte.com/editoriales/nacional/680/1359753/
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