Dr. Lorenzo Meyer. |
Interrogante.
Veamos ¿Es imaginable que un muy alto funcionario mexicano viaje a Washington una vez que los demócratas y los republicanos hayan designado a sus respectivos candidatos para convocarlos, al día siguiente de su arribo, a un encuentro en un hotel cercano a la embajada mexicana con el propósito de que le expongan, en 40 minutos, que se proponen hacer en su relación con México y que, en reciprocidad, el mexicano asegurara que sea quien fuere el ganador, México no interferirá en la elección y seguirá cooperando con el nuevo gobierno? Tal evento es imposible. En contraste, lo que si fue posible fue una visita del vicepresidente norteamericano a México y que nuestros tres precandidatos presidenciales le presentaran una síntesis de sus respectivos proyectos políticos, incluida la relación con Estados Unidos ¿Por qué y para qué se quiso evidenciar así la asimetría entre las dos naciones vecinas? Un misterio.
La Visita. El pasado día 5, el vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, hizo una escala en México en su camino a Honduras para entrevistarse con Felipe Calderón, con los tres precandidatos presidenciales y visitar la Basílica de Guadalupe. En principio, tal evento no pareciera haber tenido mayor importancia y en el país vecino del norte los medios ni se ocuparon de él aunque aquí fue noticia de primera plana. Y lo que más llamó la atención fue que el visitante declarara que la parte más interesante de su programa había sido su encuentro con la imagen de la virgen en la basílica.
Sin embargo, quienes nos encontramos de este lado de la frontera no deberíamos dejar que el hecho pasara se quedara en anécdota, sin mostrar inconformidad. En las relaciones entre el norte y el sur del Río Bravo, se deben de cuidar tanto contenidos como formas, pues la conflictiva historia de su relación y la enorme diferencia de poder entre ambos, hace que las formas sean importantes.
Diplomacia.
En su esencia, la multitud de intercambios entre los estados nacionales -los actores centrales del sistema internacional- está determinada por las relaciones de poder. Y esas relaciones siguen siendo muy cercanas al “estado de naturaleza”, ese donde cada cual busca satisfacer su propio interés sin asumir responsabilidad por las consecuencias que tal empeño tenga en el resto. El egoísmo nacional es la regla del juego de la política internacional. Y si bien en ese ambiente no siempre el pez grande se come al chico, a la larga los intereses del grande se imponen. Es por eso que los chicos deben ser extraordinariamente recelosos, pues para citar al ex presidente guatemalteco Juan José Arévalo -que sabía de lo que hablaba-, la relación Entre Estados Unidos y sus vecinos del sur es como la del tiburón con las sardinas.
Claro que, por otro lado, no es imposible que los países débiles se les atraganten a los fuertes. El caso de Afganistán es un buen ejemplo; en los últimos tres siglos han intentado dominarlo los persas, los ingleses, los soviéticos y los norteamericanos, pero ninguno lo logró. Es precisamente para disminuir o eliminar el costo de una imposición unilateral descarnada que, con frecuencia, los tiburones han tenido que negociar y cooperar con algunas sardinas, aunque en el trasfondo de ese toma y daca, siempre están vigentes los principios de la ley del más fuerte. Para encubrir y hacer más llevadera esa dura realidad de los débiles es que, entre otros instrumentos, se recurre a la diplomacia.
Diplomacia, según la define el diccionario Webster, es el arte y la práctica de llevar a cabo negociaciones entre las naciones con el fin de obtener términos mutuamente satisfactorios. Lo de “mutuamente satisfactorios” no implica, claro está, que el grado de satisfacción sea similar. Es por ello que la diplomacia implica no sólo negociar sino disimular, no hacer obvia la asimetría, la debilidad de uno y la fuerza del otro, y menos en un entorno que asume como válidos los principios de la no intervención y la igualdad jurídica de las naciones. Aquí el disimulo evita o disminuye los sentimientos de humillación del débil.
La visita de Biden a México no cuidó las formas. No era necesario hacer evidente la subordinación política de México frente a Estados Unidos al llamar a comparecer a cada uno de los candidatos reales -el del Partido Nueva Alianza es apenas candidato ficción.
Las Razones Formales.
En tanto el presidente norteamericano goce de cabal salud, el vicepresidente no es una figura importante. Claro, al presidir el senado, él puede desempatar una votación, pero en circunstancias normales, nada más. En su visita a México, el vicepresidente no era la persona adecuada para resolver algo sustantivo de la agenda bilateral México-Estados Unidos. De acuerdo con un breve comunicado de La Casa Blanca (22 de febrero), la visita del personaje tenía por objeto sólo hacer manifiesto “el compromiso de Estados Unidos de profundizar nuestro dialogo y cooperación estrecha con México con respecto a una diversa gama de asuntos”. Buen ejemplo de un comunicado que realmente no dice nada.
Ya en México lo importante no fue la entrevista del vicepresidente con Calderón -la prensa informó que, una vez más, el mexicano insistió que Estados Unidos debe actuar contra el lavado de dinero y el tráfico de armas hacia México- sino los encuentros en un hotel cercano a la embajada de Estados Unidos con cada uno de los tres candidatos a la presidencia mexicana.
Y es aquí donde se puede preguntar ¿A cuento de qué comparecen los precandidatos mexicanos -entre ellos el futuro presidente (o presidenta) de México-, ante un vicepresidente norteamericano? Para un país como el nuestro, con una historia de relaciones con Estados Unidos marcada por la debilidad, hay algo de humillante que un representante del presidente de la gran potencia venga y públicamente haga comparecer a nuestros candidatos presidenciales como si el enviado fuera el entrevistador que palomea a los aspirantes a un puesto en la empresa.
Obviamente, la información que Biden obtuvo de los precandidatos mexicanos se la hubiera podido enviar, de manera más prolija y comentada, el consejero de asuntos políticos de su embajada aquí. Así pues, lo que se vino a buscar no fue el contenido de las entrevistas sino el hecho de tenerlas. Y eso es justamente lo que no debió de ocurrir, por unilateral.
De acuerdo con lo informado por la prensa mexicana el día 6, el priista Enrique Peña Nieto, reiteró como prioridad el combate al crimen organizado, se manifestó a favor de profundizar la integración económica de los dos países y no tuvo empacho en poner sobre la mesa de la negociación con Estados Unidos algo que en otro tiempo ningún priista hubiera aceptado en público: la probable apertura de Pemex a la inversión privada.
Josefina Vázquez Mota, la candidata del PAN, se congratuló de la buena actitud del vicepresidente ante la posibilidad de que México tuviera a una mujer como jefa del Ejecutivo, respaldó la actual política de Calderón en la lucha contra el crimen organizado y sugirió la conveniencia de ampliar la zona económica fronteriza.
Andrés Manuel López Obrador, el candidato de izquierda, fue quien puso una nota discordante al entregar a Biden una propuesta por escrito (La Jornada, 6 de marzo) para “una nueva relación binacional”, una que deje de privilegiar el apoyo militar y policiaco en la lucha contra el narcotráfico y que en cambio ponga el énfasis en atacar las causas sociales de la violencia, es decir, que dinamice a la economía mexicana para que genere los empleos que puedan quitarle base social a las organizaciones criminales y a la migración indocumentada.
Innecesaria.
Tras las entrevistas con los tres candidatos, Biden declaró que su país no tiene preferencia por ninguno y que respetará los procesos electorales mexicanos y su resultado ¿Pero a qué venía declarar lo que debía ser un supuesto incuestionable? ¿Es que en el pasado había intervenido? Aquí encaja perfecto el viejo refrán: “aclaración no pedida, acusación manifiesta.”
Finalmente, se ha sugerido que la presencia del vicepresidente en México obedeció no a razones relacionadas con lo que sucede en México sino en Estados Unidos: mostrar en los tiempos electorales de allá y al electorado de origen hispano, que los demócratas si se interesan por México, Centroamérica… y la Virgen de Guadalupe. De ser el caso, se eligió mal el terreno, pues lo que se pudo ganar allá -poco- tuvo un resultado negativo acá.
Sea como fuere, en la relación México-Estados Unidos las formas siempre son importantes. Y si al norte se le olvida, el sur tiene la obligación de recordárselo.
RESUMEN: “EN LA RELACIÓN MÉXICO-ESTADOS UNIDOS LAS FORMAS SIEMPRE SON IMPORTANTES. Y SI A ELLOS SE LES OLVIDA, NOSOTROS TENEMOS LA OBLIGACIÓN DE RECORDÁRSELO”.
Leído en: http://www.lorenzomeyer.com.mx/www/lo_mas_reciente.php?id=544
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