Enrique Krauze. |
Pocos términos más equívocos que el de "populismo". Hace unas semanas acudí a un seminario en la Universidad de Princeton dedicado a dilucidar su historia y su naturaleza. Fue de sumo interés. El proyecto invitaba a reflexionar: ¿contamos con una verdadera teoría del populismo? ¿Existen criterios claros para identificar lo que es y no es "populista"? Si los europeos y los estadounidenses (y los latinoamericanos) usamos de distinto modo el término "liberalismo", ¿no ocurre lo mismo con el "populismo"? ¿Puede escribirse una historia comparativa del populismo? ¿Qué problemas irresueltos puede plantear la teoría del populismo a la teoría de la democracia?
El concepto fundamental puede rastrearse desde Grecia y Roma. Platón, Aristóteles y Demóstenes criticaron a los demagogos de su tiempo. Históricamente, el populismo ha tenido la camaleónica propiedad de identificarse con ideologías diversas y aún contrarias. Esta propiedad está prefigurada en sus dos genealogías: una elitista, otra popular. Los narodniki rusos eran intelectuales que abandonaron la ciudad para establecerse entre los campesinos, a quienes veían como personas más puras; los "populistas" estadounidenses eran campesinos conservadores que se organizaron local o regionalmente para influir en la arena federal. Pero todo populismo comparte un rasgo: postula una pugna histórica entre "los buenos" y "los malos". Los jacobinos -sus precursores- emprendieron la guerra contra los aristócratas y "émigrés"; los comunistas y fascistas contra la burguesía; los nazis contra los judíos y los bolcheviques. Para John McCormick, especialista mundial en el tema, los mayores populistas fueron los grandes teóricos del nazismo y el bolchevismo que dividían el mundo entre amigos y enemigos: Carl Schmitt y Lenin.
En la Europa actual, el populismo xenófobo ha proliferado debido a la migración masiva, sobre todo musulmana. Sus seguidores son mayoritariamente varones inseguros por las amenazas de la globalización cultural (inmigración), económica (desempleo) o política (integración). Ejemplos de partidos populistas de derecha radical: el Frente Nacional francés de Jean-Marie Le Pen, el Partido de la Libertad en Austria del pro nazi Jörg Haider, y el Block flamenco en Bélgica. Pero ahora existen populismos neoliberales (como el de List Pim Fortuyn en Holanda, y Forza Italia, de Berlusconi), y aún populismos de izquierda, cuyo mensaje no se presenta ya como la bandera del proletariado sino como "la voz del pueblo" (el Partido Alemán de Democracia Socialista, el Partido Socialista Escocés o el Partido Socialista Holandés).
Tras la caída del comunismo, en Europa del Este algunos partidos se congregaron en torno a líderes fuertes. Hoy el populismo tiene un espectro ideológico amplio: puede fluctuar entre la derecha radical (como Jobbik en Hungría) hasta un populismo de centro en la República Checa u otro de izquierda en Eslovaquia.
Según los politólogos estadounidenses, en su país la derecha monopolizó durante mucho tiempo el discurso populista, pero ahora ha aparecido también en la izquierda. Dos fenómenos de nuestro tiempo admiten el nombre de populistas: el Tea Party y Occupy Wall Street. Ambos hablan en nombre de "la gente": "el hombre trabajador", "el hombre olvidado", "la silenciosa mayoría", "el 99%". Desde la izquierda, los movimientos populistas procuran construir instituciones cooperativas para que una autoridad popular gobierne la vida económica y política (por ejemplo, el experimento de Occupy Wall Street). Pero también la derecha cree defender al pueblo apelando al individualismo más radical: el Tea Party ha criticado a Obama por ser "no americano", "elitista" y "socialista". La obvia paradoja es que, aunque los seguidores del Tea Party se declaran parte de un movimiento popular, casi todos son Republicanos, el partido tradicional de las élites.
En el ámbito latinoamericano, sigo creyendo que lo característico del populismo es la figura del líder que, al margen de la ideología, desde la derecha o la izquierda (Perón o Chávez) establece una conexión directa con el pueblo por encima de las instituciones y las leyes. El populista es una caudillo con rollo y micrófono. Pero la opinión de los otros ponentes introdujo matices. Diego von Vacano, por ejemplo, sostuvo que el gobierno de Evo Morales no es estrictamente populista porque sus acciones, si bien dividen a la sociedad, no son producto de una manipulación sino que parten de la raíz social y étnica de Bolivia. Por su parte, Cristóbal Rovira concedió que el populismo afecta a la democracia porque le resta "capacidad contestataria" (es decir, control sobre las instituciones del Estado y la crítica del ejercicio del poder) pero de igual modo afirma que el populismo alienta la "capacidad participativa". El régimen de Chávez en Venezuela tendría ese rasgo en su haber: propiciar la acción política de grandes contingentes que vivían al margen de la vida pública. A fin de cuentas, el balance es -a mi juicio- negativo: con su intolerancia maniquea, el populismo vulnera la convivencia democrática y dificulta la posibilidad misma de un debate civilizado.
Parece imposible trazar una teoría universal del populismo. Su carácter camaleónico vuelve triviales las equiparaciones ideológicas. Como explicó el holandés Cas Mudde, es preferible acotar la historia comparativa de los populismos a cada región. Conviene trazar los orígenes de concepto "pueblo" en cada cultura política y ver cómo se articulan con el respectivo Príncipe y sus avatares. Pero acaso lo más interesante es examinar hasta qué punto el populismo (sus planteamientos y prácticas) puede apuntar hacia problemas sobre los que la democracia liberal no ha pensado de manera suficiente. Después de todo, la fortaleza mayor de la democracia liberal es su fe en la crítica.
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