Lydia Cacho. |
En 1914 el Ejército Constitucionalista avanzaba entre las pugnas de Villa y Carranza; y ya lo sabíamos, los libros de texto nos contaron una historia sobre los héroes de la Revolución, pero omitieron el verdadero papel que jugaron las mujeres en la construcción del País.
No sólo estaban los rebeldes, esos hombres de diversas clases sociales que decidieron luchar. Estaban las rebeldes, que salieron de sus hogares dejando atrás, igual que hicieran ellos, a sus hijos y parejas, para intentar salvar a una patria que creían secuestrada en manos de la tiranía y la desigualdad. También estaban las que huyeron de padres que intentaban casarlas con hombres que no amaban, las que gustaban de montar a caballo con la melena suelta y las ideas políticas a flor de piel; todas las que supieron que no eran tiempos para guardar silencio.
Mónica Lavín, la gran escritora mexicana se fue a meter al norte de México y al sur de los Estados Unidos para redescubrir a Leonor Villegas, mujer de una entereza entrañable que creó la Cruz Blanca Constitucionalista. La estudió a ella y a sus compañeras que se convirtieron en un grupo estratégico para Carranza y la Revolución. Mónica rescata las historias reales y nos lleva montadas a caballo a mirar otro lado de la historia, la de las mujeres que curaban cuerpos mientras participaban de las estrategias militares, las maestras y las que hacían periodismo, las que se enamoraban y las que querían venganza. Las mujeres que cantaban para amainar el dolor de los heridos y las que tomaban los trenes huyendo de un destino que no era suyo, para construir uno propio. La más reciente novela histórica de Mónica Lavín es una revelación de cómo hubo un México en que, mano a mano, ellas y ellos soñaban con una patria nueva y tejieron redes para hacerla realidad.
Cuando este libro llegó a mis manos recordé las primeras frases del texto Tristes trópicos de Claude Levi-Strauss quien narra que luego de que los hombres han salido a cazar, en el pueblo “ya no quedaba nadie, salvo las mujeres y niños”. Las rebeldes me hizo recordar cómo me relataron la historia de mi País en la escuela; cuando los hombres se iban a hacer la guerra, ya fueran los federales, ya fueran los rebeldes, nos dijeron que nadie se quedaba en los pueblos. Las adelitas eran las acompañantes, nunca las heroínas. Las mujeres eran las esposas de los generales, las amantes de Villa, las hijas de los hacendados, y al mismo tiempo no eran nadie. Sólo había excepciones.
Mónica nos conmueve e indigna leyendo la historia de esas ciudadanas que entregaron su inteligencia más que sus cuerpos, su sabiduría más que su belleza. Que pusieron su entereza y tenacidad para inyectar, curar, escribir; justamente para contar la Historia con mayúscula, esa que las borró a fuerza de sexismo histórico, esa que las guardó en archivos históricos de la Universidad de Houston que la autora nos trae de vuelta a casa.
“Las Rebeldes” es una historia tan bien novelada que nos hace comprender de manera distinta a las mujeres del norte de México, su fortaleza y su valentía quedaron plasmadas para los archivos gracias al fotógrafo Eustasio Montoya, quien siguió a Leonor Villegas y sus compañeras vestidas de blanco, solidarias, a veces desamparadas y otras flanqueando a Carranza como indispensables compañeras de batalla.
Efectivamente Mónica no pretendió escribir una novela para rescatar a las mujeres en la historia de la Revolución, sin embargo lo logró impecablemente. Entres sus páginas los hombres son más humanos, más reales que nunca. Con su extraordinaria narrativa Lavín desnudó a “Las Rebeldes” de todo lugar común, las trajo al Siglo 21 como lo que fueron, esas “alguien” que la historia dejó ocultas en los escombros de una Revolución que luego nos fue secuestrada.
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