"Si no toleramos a un rey como
poder político, no debemos tolerar a un rey de la producción, el
transporte o la venta de cualquier necesidad de vida".
John Sherman, senador de EU
Si
de todos los problemas que aquejan a México fuese necesario escoger
cuál privilegiar para resolverlo, me inclinaría por la concentra- ción
de poder: concentración de poder político o concentración de poder
económico, que, desde cualquier óptica, están estrechamente vinculados y
son interdependientes.
México se ha forjado sobre la base de
concentración de poder. Aprendimos desde la Colonia a aceptar poderes
políticos absolutos impuestos por un rey; incorporamos como inevitable
el derecho del soberano a otorgar concesiones a unos cuantos, en cuyas
manos quedaba el desarrollo de las actividades económicas, con exclusión
del resto. Desde entonces poco ha cambiado.
En política,
presidentes-dictadores, partidos hegemónicos y políticos sexenales han
marcado la historia; en economía, afortunados privilegiados a quienes el
"Estado" confirió concesiones o prebendas para explotar, en exclusiva o
con protección, distintas actividades económicas del país.
Al
menos, la alternancia del 2000 allanó el camino para el traspaso del
poder ilimitado del Presidente a los gobernadores de los estados,
quienes, en muchos casos, se han aprovechado de sus cargos y se
convierten en omnipotentes y reacios a someterse a las más básicas
reglas de transparencia y responsabilidad pública. Pero en materia de
economía, y pese a las promesas de candidatos que llegaron a
presidentes, la alternancia no cambió nada. En algunos casos, hasta
reforzó el control de las empresas sobre el sector en el que operan.
Y
si en política hoy tenemos un oligopolio de partidos que, a través de
reformas que ellos mismos aprobaron con el voto de "sus representantes"
en el Congreso, se arrogaron el derecho exclusivo a designar candidatos a
los distintos cargos de representación popular, restringiendo el
mandato constitucional que garantiza que todo ciudadano mexicano tiene
derecho a "votar y ser votado"; en los más importantes sectores
económicos y de desarrollo, seguimos sometidos a los reyes del maíz y la
tortilla, el cemento, los bancos, el cobre, la educación, el pan en
caja o similares, las telecomunicaciones y la televisión, por dar unos
ejemplos.
No es justificación, para ningún gobernante o
legislador, el que los monopolios y los oligopolios establecidos se
hubieran formado con anterioridad a su gobierno o encargo. Siguiendo los
principios establecidos en nuestra Constitución, están obligados a
evitar fenómenos de concentración que contraríen el interés público.
Esto significa actuar, a pesar de que conlleve a la confrontación con
los poderes económicos con los que están estrechamente vinculados, o de
los que dependen.
Existen numerosos precedentes en distintos
países, incluso en Estados Unidos, cuya filosofía nacional está
cimentada en los principios del libre mercado, en los que se han
adoptado medidas determinantes para la conformación de mercados y el
fomento de la competencia.
Casos como el de DuPont, declarado
monopolio en el negocio de los explosivos 1912, y de cuya división
surgieron dos nuevos grupos; el de Standard Oil, que partió a la
petrolera en 34 empresas separadas y competidoras; el de AT&T en
telecomunicaciones, de cuyo rompimiento surgieron siete empresas de
telefonía local y una de larga distancia, son claros ejemplos de cómo la
acción contundente del Estado, la de la justicia americana, permitió la
reconfiguración de mercados monopolizados por empresas preexistentes.
Pero
en México hablar de medidas equivalentes para crear mercados
competitivos es tanto como discutir la "confiscación" o, peor, la
"expropiación". Para cualquier político mexicano, mencionar la
posibilidad de revocar concesiones como consecuencia de la práctica
reiterada de acciones en contra de la competencia es anatema.
Y
es que, si no para todas las industrias, sí para algunos casos muy
evidentes, poder económico equivale a poder político y viceversa.
Si
no ¿cómo explicar las candidaturas propuestas por la alianza PRI/PVEM
de 13 personajes tan allegados a las televisoras como la hija de Ricardo
Salinas Pliego, la hermana de Leopoldo Gómez -quien por cierto también
fue propuesta por el PRI para ocupar el cargo de consejera del Instituto
Federal Electoral-, o a una de las abogadas que desde 2009 trabaja
temas electorales ante el IFE para un funcionario de Televisa, entre
otros?
Ojalá que los intereses de la sociedad mexicana queden tan
bien representados como lo serán los de las televisoras. Y si la
verdadera representación popular no fuese equivalente en términos
numéricos, ojalá que quienes nos defiendan tengan calidad moral.
Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/652/1302868/
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