sábado, 14 de abril de 2012

Riva Palacio - Los comandantes



PRIMER TIEMPO: En privado, no es nadita amoroso. Públicamente las cosas han cambiado para bien. Tolerante, abierto y con un interés por no volver a cometer los errores por los que perdió la elección presidencial en 2006. Pero en privado, el Andrés Manuel López Obrador de los nuevos dichos sigue siendo el de los viejos hechos. Tiene una estructura paralela —Morena, sobre la que descansa más que la del PRD, al igual que hizo con sus paisanos tabasqueños en 2006, que lo llevaron al desastre en la operación electoral—, y mantiene la vieja reticencia a esconderse de los medios, aunque utiliza la retórica propagandística del “cerco informativo”. El candidato está en uno de sus momentos tercos, que genera tensiones en su equipo. Su coordinador de campaña, Ricardo Monreal, es quien sufre, porque sin tener todos los hilos de la campaña en la mano, ha tenido que tapar los hoyos. Por ejemplo, ha tenido que agarrar los micrófonos para subsanar las ausencias de López Obrador, y forzado a pelear con el equipo de imagen y propaganda para que Luis Mandoki, que como hace seis años le hace los spots, acepte nuevas ideas —como sacarlo en mangas de camisa y con un jardín a su espalda que evoca a Los Pinos—, para reducirle la proyección de viejo y mostrarlo como gobernante. Los pleitos al interior de la campaña para que acomoden las nuevas ideas han sido tortuosas entre la vieja guardia, a la que pertenece el candidato, y los renovadores. Ni López Obrador ni ese núcleo duro de los creativos están en la lógica de las campañas de aire —televisión y radio—, y se mantienen ideológicamente comprometidos con las de tierra. Las primeras son las que ayudan con los jóvenes e indecisos, que dice buscar López Obrador, en una contradicción con sus hechos. Las segundas requieren de aparato —Morena sin el PRD va hacia el fracaso, como en el estado de México el año pasado—, y energía, que ha perdido el candidato. La diferencia de 2012 con 2006, es que hace seis años López Obrador tenía una conducta autoritaria en el manejo de la campaña y hoy, a veces escucha. Esos espacios son los que algunos aprovechan para tratar de modernizarlo, aunque sea un poquito, aunque no será suficiente.

SEGUNDO TIEMPO: Al fin se sacudió las termitas. Después de estar bastante estrujado, las cosas se le empezaron a recomponer a Roberto Gil. El coordinador de la campaña de Josefina Vázquez Mota ya había pedido ayuda hace unos 10 días a Ernesto Cordero, Juan Ignacio Zavala, Germán Martínez y Max Cortázar, que esta semana quedaron dentro del equipo de la candidata con nuevas atribuciones e influencias. Gil salió reforzado con la sacudida que dio Vázquez Mota, que le quitó de la espalda a quienes manejaban la imagen y la comunicación política, Julio di Bella, quien dirigió Canal 11 en tiempos de Martha Sahagún, y Herminio Rebollo, periodista y viejo amigo de ella, que lo traían en la mira. Mantuvo cerca de Daniel Hernández, el duende en el hombro de la candidata desde que no era nadie hace una década, y ya podrá hacer el trabajo de operación política que las intrigas internas le habían impedido realizar. Además, con la llegada de ellos y de Rafael Giménez, la empresa que les hace los spots, Matrix, ya tiene nuevas directivas para los mensajes en esta nueva fase de contraste con sus rivales. Vázquez Mota hizo lo que mejor hace, disciplinarse, y concretar un reajuste para eliminar viejos activos que se habían convertido en lastre. Gil respira, aunque a través de los pulmones apretados de la candidata, que se vio forzada a recurrir a personajes con los cuales tiene diferencias profundas —¿o ya se olvidaría de los dolores de estómago que le dio Cortázar cuando era alto funcionario en Los Pinos?—, y a sentar en la misma mesa a quienes se habían sacado los dientes, como los ex hacendarios y su otro antiguo asesor, Miguel Székely, a quien persiguieron durante la precampaña para cerrarle fuentes de ingreso. Ahora el coordinador de la campaña no tendrá mayores pretextos para ver si está al tamaño de las circunstancias, y si el muchacho maravilla muestra las dotes por las que se encuentra en esa posición, o enseña que estuvo muy sobrevalorado en el mercado de la política.

TERCER TIEMPO:Para el puntero, administrar la ventaja. Nadie podrá negar, objetivamente hablando, que Enrique Peña Nieto trabajó meticulosamente la campaña presidencial con su coordinador Luis Videgaray, quien llegó al estado de México por recomendación del ex secretario de Hacienda, Pedro Aspe, al entonces gobernador Arturo Montiel, cuando le ayudaron a sanear las finanzas mexiquenses. En Toluca conoció a Peña Nieto, quien lo ratificó en la cartera del tesorero y lo ha venido tallando como una figura del futuro. Videgaray centralizó la campaña, que tiene medida casi econométricamente y calculada en impactos y temporalidades con grupos de enfoque. Es la campaña más moderna de todas las que hay en este 2012, y lo escrupuloso que es con los números, lo ha trasladado a la planeación electoral. Peña Nieto está sujeto a una dieta para administrar su ventaja, pero sin quedarse estático, como le sucedió en 2006 a Andrés Manuel López Obrador. Su batería de 60 spots nacionales, que son vistos en grupos de enfoque más como promocionales de turismo que electorales, le dan permanencia cinematográfica. Para un fenómeno mediático como Peña Nieto, uno puede argumentar con solidez que la venta de producto que hace Videgaray, no tiene chiste. Pero lo mismo decían de Jesús Silva Herzog, el carismático secretario de Hacienda en 1985, que al final perdió la carrera presidencial con Carlos Salinas. Carita y carisma no lo es todo. Videgaray y su equipo lo saben y actúan, aunque tienen un solo problema que es visto por muchos, incluso por algunos del equipo: están muy confiados en la victoria. Mal. Por lo mismo, el puntero de 2006, se quedó a la orilla del camino.

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