PRIMER TIEMPO: En privado, no es nadita amoroso. Públicamente las cosas han cambiado para bien. Tolerante, abierto y con un interés por no volver a cometer los errores por los que perdió la elección presidencial en 2006. Pero en privado, el Andrés Manuel López Obrador de los nuevos dichos sigue siendo el de los viejos hechos. Tiene una estructura paralela —Morena, sobre la que descansa más que la del PRD, al igual que hizo con sus paisanos tabasqueños en 2006, que lo llevaron al desastre en la operación electoral—, y mantiene la vieja reticencia a esconderse de los medios, aunque utiliza la retórica propagandística del “cerco informativo”. El candidato está en uno de sus momentos tercos, que genera tensiones en su equipo. Su coordinador de campaña, Ricardo Monreal, es quien sufre, porque sin tener todos los hilos de la campaña en la mano, ha tenido que tapar los hoyos. Por ejemplo, ha tenido que agarrar los micrófonos para subsanar las ausencias de López Obrador, y forzado a pelear con el equipo de imagen y propaganda para que Luis Mandoki, que como hace seis años le hace los spots, acepte nuevas ideas —como sacarlo en mangas de camisa y con un jardín a su espalda que evoca a Los Pinos—, para reducirle la proyección de viejo y mostrarlo como gobernante. Los pleitos al interior de la campaña para que acomoden las nuevas ideas han sido tortuosas entre la vieja guardia, a la que pertenece el candidato, y los renovadores. Ni López Obrador ni ese núcleo duro de los creativos están en la lógica de las campañas de aire —televisión y radio—, y se mantienen ideológicamente comprometidos con las de tierra. Las primeras son las que ayudan con los jóvenes e indecisos, que dice buscar López Obrador, en una contradicción con sus hechos. Las segundas requieren de aparato —Morena sin el PRD va hacia el fracaso, como en el estado de México el año pasado—, y energía, que ha perdido el candidato. La diferencia de 2012 con 2006, es que hace seis años López Obrador tenía una conducta autoritaria en el manejo de la campaña y hoy, a veces escucha. Esos espacios son los que algunos aprovechan para tratar de modernizarlo, aunque sea un poquito, aunque no será suficiente.

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sábado, 14 de abril de 2012
Riva Palacio - Los comandantes
PRIMER TIEMPO: En privado, no es nadita amoroso. Públicamente las cosas han cambiado para bien. Tolerante, abierto y con un interés por no volver a cometer los errores por los que perdió la elección presidencial en 2006. Pero en privado, el Andrés Manuel López Obrador de los nuevos dichos sigue siendo el de los viejos hechos. Tiene una estructura paralela —Morena, sobre la que descansa más que la del PRD, al igual que hizo con sus paisanos tabasqueños en 2006, que lo llevaron al desastre en la operación electoral—, y mantiene la vieja reticencia a esconderse de los medios, aunque utiliza la retórica propagandística del “cerco informativo”. El candidato está en uno de sus momentos tercos, que genera tensiones en su equipo. Su coordinador de campaña, Ricardo Monreal, es quien sufre, porque sin tener todos los hilos de la campaña en la mano, ha tenido que tapar los hoyos. Por ejemplo, ha tenido que agarrar los micrófonos para subsanar las ausencias de López Obrador, y forzado a pelear con el equipo de imagen y propaganda para que Luis Mandoki, que como hace seis años le hace los spots, acepte nuevas ideas —como sacarlo en mangas de camisa y con un jardín a su espalda que evoca a Los Pinos—, para reducirle la proyección de viejo y mostrarlo como gobernante. Los pleitos al interior de la campaña para que acomoden las nuevas ideas han sido tortuosas entre la vieja guardia, a la que pertenece el candidato, y los renovadores. Ni López Obrador ni ese núcleo duro de los creativos están en la lógica de las campañas de aire —televisión y radio—, y se mantienen ideológicamente comprometidos con las de tierra. Las primeras son las que ayudan con los jóvenes e indecisos, que dice buscar López Obrador, en una contradicción con sus hechos. Las segundas requieren de aparato —Morena sin el PRD va hacia el fracaso, como en el estado de México el año pasado—, y energía, que ha perdido el candidato. La diferencia de 2012 con 2006, es que hace seis años López Obrador tenía una conducta autoritaria en el manejo de la campaña y hoy, a veces escucha. Esos espacios son los que algunos aprovechan para tratar de modernizarlo, aunque sea un poquito, aunque no será suficiente.
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