sábado, 14 de abril de 2012

Robles - Una mujer que nos promete gobernar como… hombre

Frase desafortunada que expresa mucho. Cuando Josefina Vázquez Mota dice “traigo faldas pero los pantalones bien puestos”, concede, acepta, se somete a la idea de que el poder es masculino. 


Que para operarlo bien hay que vestir pantalones, pues no basta con traer faldas, es decir, con ser mujer. Renuncia con ello a ser diferente. A subvertir el orden patriarcal que durante siglos ha estereotipado a las mujeres. Josefina acepta este precepto. Los hombres son los que están capacitados para ejercer el poder, para estar naturalmente en la esfera de lo público, por eso propone masculinizarse. La candidata blanquiazul sugiere que para tomar decisiones hay que traer pantalones. Pierde con ello su condición de ser diferente. Su planteamiento no es casual. No está asociado al feminista que ha sido el marco teórico y fundamento para la lucha que durante años muchas mujeres han dado para abrir espacios, para demostrarle a la sociedad que pueden gobernar, tomar decisiones, ser asertivas, tener la mano firme y suave al mismo tiempo, sin renunciar a su condición de mujer, sin tener que disfrazarse de hombre para conquistar el mundo del poder. Esta lucha se ha propuesto subvertir al paradigma patriarcal desde el momento mismo que trasgrede el binomio hombre-proveedor-poderoso/mujer-cuidadora-sumisa. Que rompe con los roles tradicionales y ambiciona que las mujeres accedan al mundo de lo público y que los hombres compartan, en condiciones de igualdad, el mundo de lo privado. Si alguna importancia tendría el género en una contienda como la presidencial es precisamente eso: la posibilidad de remover estos patrones, subvertirlos, asumir la investidura completa y empoderar con ello a las mujeres. Pero no es el caso. Porque el discurso todo está centrado en la idea de que las mujeres están asociadas a las tareas del cuidado (voy a cuidar al país como cuido a mi familia), y que cuando se trata del poder, de demostrar que sé es fuerte (a propósito de los descalabros sufridos en su campaña) hay que ponerse los pantalones para convencer de que hay capacidad y valentía. Vaya paradoja.

Cecilia Amorós, filósofa feminista, establece que por lo general las mujeres detentan el poder sin la completa investidura, es decir, sin que esté presente el ritual que hace creíble y verdadero su ejercicio. Amelia Valcárcel, otra feminista española, señala que la no detentación de la investidura completa lleva a un complejo sistema de ratificaciones para que los demás consideren que sí se es poderosa, situación que no sucede con los hombres. Si ellos quieren tener un mayor poder es totalmente natural, en cambio si la mujer lo desea la valoración es diferente porque esta aspiración trastoca profundamente las relaciones de desigualdad construidas desde la familia, la escuela y el conjunto de la sociedad. No es fácil, desde luego, romper con esta lógica tradicional, pero una mujer verdaderamente empoderada tendría la obligación de aprovechar una vitrina como la elección presidencial para trastocar estos estereotipos. Así lo hizo, por ejemplo, Patricia Mercado, no obstante ser impulsada por un partido político que no era, como sí lo es el PAN, el partido en el gobierno. Era una fuerza marginal. Josefina Vázquez, por el contrario, reproduce un estatuto vacilante en el ejercicio del poder (soy mujer pero traigo pantalones). Su perspectiva conservadora le impide dislocar el orden establecido, pues asume que para ser votada (aceptada) como mujer hay que ejercer el poder a medias. En pocas palabras, vestirse de hombre. Asumir que para insertarse en el mundo de lo público hay que hacerlo con humildad, castidad y obediencia, refrendando estos tres votos clásicos a los que se ha condenado a las mujeres por siglos (agregaría Valcárcel), al mismo tiempo que se reviste de atributos masculinos. Subvertir estos paradigmas debiera ser una tarea de las mujeres políticas. Aprovechar su condición de género para eliminar los obstáculos y convocar a una nueva organización de la sociedad, una prioridad. Ser diferente (como reza el lema de campaña) tendría que traducirse en construir un nuevo imaginario en el que mujeres y hombres comparten el poder y las tareas del hogar por igual. No es el caso.

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