En el mismo escenario donde hace casi
seis años celebró su llegada a la Presidencia, a ocho meses de dejarla
Felipe Calderón se despidió de México. No fue una claudicación de su
mandato, sino una puesta en escena de su último momento de pleno poder.
Una ley electoral que le prohíbe hablar hasta después de la elección
presidencial lo transporta al momento en que cuando recupere el habla
pública ya se sabrá quien lo releva en el cargo, y el poder se habrá
transferido a quien represente el futuro, no el pasado. Esta semana que
era su última oportunidad, la aprovechó.
De ahí viene quizás uno de los discursos
más emotivos de su sexenio, más intimista, más vulnerable en términos
anímicos. De ahí quizás el señalar, de quien se siente poseedor de lo
que los más no tienen, del privilegio y el honor de haber servido a su
país. De ahí también que haya hecho un recuento pormenorizado de lo que
considera sus logros y su legado. Calderón fue criticado por sus
adversarios y en los medios, donde sugirieron que fue un acto anticipado
de campaña. Dada su historia, seguramente tienen razón.
Desde el primer momento de su
administración, Calderón se dedicó a preparar su sucesión. Todas las
semanas –generalmente los miércoles- se reunía con sus asesores y
estrategas electorales para analizar el desarrollo político del país y
preparar cada una de las elecciones. En términos cuantitativos el
balance no ha sido lo positivo que esperaban, pero en términos
cualitativos, ha sido mayor de lo que se ve en fuera de Los Pinos.
En las elecciones para gobernador en
2009, en medio de crisis económicas y críticas crecientes por la guerra
contra el narcotráfico, con los pronósticos de que el PRI arrasaría en
las 10 gubernaturas en juego, en un tejido de alianzas con la oposición
le arrancó tres que pensaban en la bolsa, Oaxaca, Puebla y Sinaloa, que
eran reductos históricos priistas. No ganó el PAN en Veracruz, pero su
candidato, Miguel Ángel Yunes, alcanzó la votación más alta en la
historia del partido en el estado, y el año pasado en Michoacán, donde
contendió por la gubernatura su hermana Luisa María Calderón, fracasó en
el intento pero los números de votos superaron el tope histórico del
partido en la entidad.
Calderón no es un improvisado, como
sugieren muchos de sus críticos, pero sí un político que aprovecha las
oportunidades en función de las encuestas de opinión. Un ejemplo fue en
vísperas del debate en la Suprema Corte de Justicia sobre la liberación
de Florence Cassez, cuando después de una semana de dejar abandonado a
su suerte política y mediática al secretario de Seguridad Pública
Federal, Genaro García Luna, y tras ver los estudios que mostraban a
casi el 90% de los mexicanos pedía se quedara en la cárcel, se subió al
tema con la improvisación del final de un discurso en Veracruz para
presionar públicamente a los ministros para que se la negaran.
El evento del miércoles pasado en el
Auditorio Nacional, que llamó “Democracia y Rendición de Cuentas”, es
otro ejemplo mal calibrado en la opinión pública. Es cierto que hizo el
más amplio recuento de su administración, pero ante todo inyectó un
antídoto a lo que consideran sus colaboradores podría ser una campaña en
su contra durante estos tres meses que la ley lo obliga a callar. En su
equipo consideran que las críticas a Calderón se centrarán en la falta
de democracia –sus escaramuzas públicas con los poderes Legislativo y
Judicial-, y la rendición de cuentas –enfocado a los miles de muertos
sin nombre en la lucha contra la delincuencia organizada-, por lo que se
veía obligado a plantear preventivamente sus respuestas.
Calderón no es un hombre derrotado por
las circunstancias. Al contrario. A decir por la línea discursiva sobre
la guerra contra el narcotráfico, lineal y consistente a lo largo del
sexenio –ni había otro camino, ni rectificaría la estrategia, ni daría
un paso atrás-, se percibe como un Presidente de sacrificio que hizo lo
que ningún otro se había atrevido a hacer, enfrentar frontalmente al
crimen organizado, y por lo cual, en las paradojas de la cultura
mexicana, es ampliamente reconocido en el extranjero por los méritos que
aquí se leen como actos de gobierno irracionales, brutales y, en varios
sentidos, hasta ilegales. El choque con grupos de interés en México,
que quieren pasarle la factura a él y a su gabinete, ha propiciado
financiamientos ocultos para que se inicien juicios en cortes
internacionales donde lo quieren acusar de genocidio, pero no se
arredra.
Como Presidente, ya se está preparando
para enfrentar su séptimo año de gobierno, aquél donde todo mandatario
–casi sin excepción- regresa a la realidad de lo ordinario, generalmente
en un entorno de soledad política. Pero para su último semestre de
gobierno, Calderón estableció los términos del choque este miércoles, al
dejar un arsenal con suficiente munición para que haga uso de ella
Josefina Vázquez Mota, la candidata presidencial de su partido, y tengan
con qué respaldarla los panistas y con qué defenderlo sus leales.
Calderón cerró la boca gritando,
enfundado en la casaca de guerrero que ha vestido todo el sexenio y
listo para el último tramo de su pelea, que a diferencia de su mandato
presidencial que se extiende hasta el último día de noviembre, concluye
el 1 de julio, cuando emerge la nueva cabeza del Ejecutivo y empieza el
ocaso del Presidente de la República que nunca, efectivamente nunca en
su caso, dejó de ser jefe político, estratega electoral, y un hombre
ideológicamente motivado para que el poder conquistado por la derecha,
se quede en el sitio que ocupa desde hace 12 años.
Leído en http://www.ejecentral.com.mx/portarretrato-calderon/
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