martes, 10 de abril de 2012

Roberta Garza - ¿Qué nos creemos?


La pregunta viene a cuento por la cantidad de personas que se muestran asombradas ante la aparentemente infranqueable ventaja ostentada por Enrique Peña Nieto en las encuestas rumbo a la presidencia. Desde “cómo es posible que regrese tan impunemente la corrupta dictadura que nos jodió el país” hasta “es un inculto que no sabe leer ni su nombre” se espetan quizá con toda la razón del mundo, pero también con la displicencia de quienes se sienten con la madurez cívica de un ciudadano finlandés. 
La realidad, sin embargo, es que en este país donde nos tocó vivir ese personaje quizá corrupto y sin duda iletrado es, aunque sea políticamente incorrecto decirlo, el cúmulo de los deseos de clóset del mexicano promedio: guapetón; con esposa rubia, linda y ex-estrella de la tele (o eso era antes de que él hiciera de ella una mujer casada y decente, dirían los abuelos y pensarían los demás); rico sin importar los cómos; fotogénico; secundado por un cúmulo de gutierritos siempre dispuestos a reírse de sus chistes y con unmarketing que lo presenta como un tierno con las mujeres, caballeroso con los hombres y despiadado con los bandidos.
Porque, aunque no nos guste creerlo ni menos admitirlo, la enorme distancia que existe entre la clase política y los ciudadanos no es mayor a la que existe entre los ciudadanos y sus líderes de opinión: la gran masa de nuestros connacionales son conservadores y acríticos, y no sólo son felices porque no leen los diarios sino que ven desde con desconfianza hasta con franco disgusto las propuestas para despenalizar el aborto, legalizar las drogas, acotar la influencia del clero y ampliar el matrimonio a los homosexuales. ¿Que estas y otras medidas similares son muestra de apertura, de igualdad y de modernidad? Sí. Aún así, no son del todo lo que el mexicano común quiere o busca. En ese mismo tenor, está por verse si la aparente ventaja de Vázquez Mota por su sexo y condición, más allá de los buenos augurios públicos, se materializa en votos o si todo queda en la misoginia de costumbre, ésa que no viene escrita ni menos articulada pero que debajo de la mesa es tan inescapable como la gravedad.
¿Es tan extraña, entonces, la ventaja avasalladora de Peña Nieto? No realmente, o no si tenemos el valor de asomarnos, más allá de lo que empeñamos en mostrar como nuestro rostro público, al espejo de Dorian Grey: ése que muestra en toda su gloria nuestros atavismos ciudadanos, tan arraigados como ocultos.

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