Desde el arranque de la campaña presidencial –y siempre a partir de la opinión de expertos en la medición de procesos electorales–, dijimos que si a la mitad del mes de mayo se mantenía la distancia de 20 puntos entre el primero y el segundo lugar de la contienda, la elección estaría definida.
Hoy se cumple esa fecha y, según todas las encuestas, Peña Nieto mantiene una distancia de entre 18 y 20 puntos porcentuales de ventaja, sobre los dos segundos lugares; Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador, que se mueven en variables que van entre 23 y 26 puntos porcentuales. ¿Qué significa lo anterior?.
En efecto, que salvo un milagro y/o una tragedia, la madrugada del 2 de julio habrá salido “humo blanco” y se habrá cantado no sólo la vuelta del PRI al poder, sino que el nuevo presidente de los mexicanos sería Enrique Peña Nieto. Se habría cumplido lo impensable; la derrota de la derecha y de las izquierdas, que lucharon durante buena parte del siglo pasado por echar al PRI del poder.
Pero no, decir que la elección presidencial prácticamente está decidida a favor de Peña Nieto, no es una ocurrencia, un mal chiste, una terquedad o –como suele sugerir la jauría de lopistas–, que estamos con el puntero. No, decir que es casi imposible que se reviertan los números que colocan a Peña como virtual ganador, es reconocer la frialdad de los números y de las probabilidades matemáticas de la elección.
Y es que a 45 días de que concluya de manera formal la campaña presidencial, no existe fórmula física, ecuación matemática o reacción química, capaces de de dar la más mínima esperanza de triunfo a la señora Vázquez Mota y al señor López Obrador. Claro, las cosas no cambiarán, salvo un milagro o una tragedia, con todo lo que eso signifique.
Y el primero en reconocer esa fatalidad de los números, es el más beligerante de los candidatos presidenciales, el señor Andrés Manuel López Obrador, quien desde hace rato “mandó al diablo” la república amorosa y se instaló, de nueva cuenta, en el Andrés Manuel de siempre; el político guerrillero de la plaza pública, con el fusil verbal. ¿Quieren las pruebas?.
Desde hace pocas semanas a la fecha, el señor López Obrador le ha dicho a Peña Nieto –amorosamente, claro–, “cínico”, “farsante”, “ladrón”, “copión”, “descerebrado”. “ignorante”, “invento de televisa”, “títere de la mafia”… y un largo rosario de adjetivos calificativos despectivos. Además de que lo ha comparado con Santa Ana, Díaz Ordaz, Salinas y con Montiel. Y hasta dice –sin una sola prueba–, que Peña Nieto pactó con la profesora Gordillo.
Todo lo anterior no pasaría de un rosario propio del anecdotario electoral, si no fuera porque –en rigor–, es el regreso de la estrategia del odio, la intolerancia y la persecución político electoral, preparada durante años por la red electoral del bodrio político –y semiclandestina, porque nadie sabe de dónde saca financiamiento–, conocido como Morena.
Morena es un ejército de seguidores de AMLO, que se han metido en colonias, barrios, escuelas, sindicatos, mercados y hasta medios de comunicación, capaces de un activismo ejemplar, que lo mismo aplauden a su mesías, que se convierten en jauría de caza contra los críticos de AMLO y –no se diga–, contra sus adversarios políticos.
López Obrador nunca imaginó que a 45 días del fin de la campaña, estaría 20 puntos debajo de Peña Nieto. Y frente a esa realidad, debió modificar la estrategia y regresar al insulto, la descalificación y, claro, la siembra de odio. Por eso se agudizó la ferocidad de la “jauría” –como la llamó Héctor Aguilar Camín–, lanzada contra los críticos de AMLO; por eso los piquetes de fanáticos empiezan a aparecer en actos de Peña Nieto y Gabriel Quadri, y por eso en los próximos 45 días se presentará la moderna versión de la persecución de “Noroñas”, a los actos del puntero.
Y también por eso, López Obrador no moverá un dedo contra Felipe Calderón, para cuestionar al otrora “gobierno espurio”, y tampoco contra Josefina Vázquez Mota. Por eso, llamará –ya lo hace–, a los panistas a sumarse a su causa. De manera paralela, continuará golpeando al IFE y descalificando su eficacia, desacreditando las encuestas, a los medios y al mismísimo “espíritu santo”, al extremo de hacer creer a muchos, que es víctima de una nueva perversidad política.
En pocas palabras, que ante la desesperación por la inminente derrota del candidato de las izquierdas, entramos a la etapa más complicada de la elección presidencial; el intento de AMLO por reventar la elección. Y para ello tiene un ejército de “Noroñas”, como los de la Ibero. Al tiempo.
Leído en http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/amlo-por-reventar-la-eleccion
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