SIMILITUDES DENTRO DE LAS DIFERENCIAS
Las movilizaciones de jóvenes que están teniendo lugar en varias
ciudades mexicanas son un elemento nuevo en esta última etapa del
proceso electoral del 2012. Pese a lo inesperado, lo ocurrido no es algo
excepcional, tiene su contraparte en otras latitudes.
Todo evento histórico es único pero, a la vez, no hay nada enteramente
nuevo. Primero surgió la "primavera árabe", con sus peculiaridades en
cada país de la región. Luego aparecieron los "indignados" españoles,
los "Occupy Wall Street" americanos y las manifestaciones de estudiantes
en Santiago. Todos esos procesos han obedecido a problemáticas
específicas pero tienen elementos comunes con lo que está sucediendo hoy
en las ciudades mexicanas. Quienes participan o apoyan estas
movilizaciones, pueden encontrar valiosas lecciones en lo que ocurrió o
está ocurriendo en otras latitudes.
Quienes han analizando las raíces y dinámica del inesperado movimiento
que estalló en Túnez al final de 2010, y que luego se extendió por el
norte de África y el Cercano Oriente, concuerdan en la similitud de
causas profundas, económicas y políticas (un análisis detallado se puede
encontrar en Luis Mesa (ed.), El pueblo quiere que caiga el régimen:
protestas sociales y conflictos en África del norte y en Medio Oriente, y
en Foro Internacional, No. 208, ambos publicados por El Colegio de
México en 2012).
Las protestas multitudinarias en el mundo árabe fueron por la demanda de
un "nuevo trato" entre las sociedades y sus dirigencias políticas. En
Túnez, como en Egipto, Libia, Siria o Bahréin, la movilización urbana no
estalló como resultado de la acción o maquinación de los actores
políticos presentes de tiempo atrás: partidos políticos u organizaciones
de oposición ya existentes. No, la protesta tomó por sorpresa a
gobiernos y a opositores. Se trató de una toma de la calle genuinamente
espontánea y cuya magnitud y vehemencia asombró incluso a los propios
participantes. La movilización del descontento surgió dentro de
sociedades a las que se creía ya "acostumbradas a la servidumbre" y a la
indiferencia, y de la que sus élites sólo esperaban pasividad y
resignación.
En todos los casos, la nueva tecnología de la comunicación -las famosas
"redes sociales"- permitió la difusión instantánea de la información y
la autoconvocatoria de los descontentos. Sólo después de que la protesta
se echó a andar y resistió los primeros embates violentos de los
regímenes a los que cuestionó, aparecieron las organizaciones
preexistentes como la UGT en Túnez o los Hermanos Musulmanes en Egipto,
que buscaron apropiase de la nueva fuente de energía política, lo cual
llevó a una confrontación entre la "fuerza de la desobediencia" y los
políticos profesionales.
En el caso del mundo árabe, los motivos profundos del descontento urbano
y juvenil que desembocó en las manifestaciones multitudinarias contra
el orden establecido se encuentran, en primer lugar, en la desigualdad
social creciente, en la ruptura del pacto social implícito entre el
autoritarismo y las clases urbanas y que se estableció tras la
descolonización. Ese pacto consistía en obediencia y pasividad de la
mayoría al orden establecido a cambio de una mejoría económica
paulatina, pero la "mundialización" de la economía neoliberal terminó
por impedir su funcionamiento. La corrupción abierta, desvergonzada,
impune, es otro elemento detonador, como también lo es la prevalencia
del autoritarismo en una época en que la legitimidad de la democracia
gana espacios en todo el mundo. Y no falta quien añada otro elemento: la
urbanización caótica y deshumanizante de las urbes de la protesta -un
brutalismo urbano caracterizado por la pobreza, el hacinamiento y la
ausencia de esperanza.
La insatisfacción es generalizada, pero hay una muy específica de los
jóvenes, y cuya causa se encuentra lo mismo en el mundo árabe que en
América Latina, Europa e incluso Estados Unidos: lo precario del
horizonte material. La globalización ha destruido las viejas formas
económicas pero las nuevas ofrecen poco o nada a jóvenes que no se
pueden emplear o alcanzar una forma de vida al nivel de sus
expectativas. Y esto mientras cotidianamente ven a una minoría ligada al
aparato de poder prosperar de manera insultante, obscena. Aquí aparece
el concepto de "globalización indirecta", que se refiere a la
experiencia de esos países que no pueden aprovechar las supuestas
ventajas del neoliberalismo, pero cuyas sociedades pagan todos sus
costos: ausencia o precariedad del empleo y alta concentración del
ingreso.
LOS PUNTOS DE CONTACTO
"Los enojados", como llama alguna prensa extranjera a los jóvenes
manifestantes mexicanos, ganaron la calles de manera sorpresiva y el
detonador fue un incidente aparentemente secundario -la reacción del PRI
al abucheo de su candidato en una universidad privada- como en Túnez.
Su forma de organización son las redes sociales, su liderazgo es nuevo y
flexible, como el de los jóvenes de España o Estados Unidos.
En México "los enojados" tienen como uno de sus motivos inmediatos de
protesta el mismo que opera en el resto de los países de protestas
masivas: la brutal reducción de su horizonte económico. Hoy, una
economía de mercado donde el PIB apenas crece ofrece al joven que sale
de las universidades, cuando le ofrece algo, un empleo inseguro y
remunerado muy por debajo de sus expectativas. Pero junto al problema
económico está otro, tan o más profundo: el sentido de marginación y de
humillación. La raíz de tal sentimiento es la actitud de una clase
política y de una élite económica que ha hecho de la supuesta
democratización mexicana una burla. Para todos es evidente la
prevalencia de la impunidad y de la corrupción pública y privada. Es
particularmente antidemocrática la manipulación que hace de las noticias
una televisión monopolizada y que es la fuente principal o única de la
información política en que abreva la mayoría de los mexicanos.
Como en el Cercano Oriente y Noráfrica, en México es insultante la
diferencia en las formas de vida de la minoría rectora -un botón de
muestra lo acaba de ofrecer, motu proprio, la hija del líder del
sindicato petrolero, Carlos Romero Deschamps, que deambula por el mundo
en un estilo propio de miembro de una monarquía árabe (Reforma, 19 de
mayo), frente al de las clases media y popular de México.
Se dice que, a diferencia de África del Norte y Medio Oriente, en México
quienes protestan ya no confrontan a un antiguo régimen autoritario,
pues a partir del 2000 México goza de uno nuevo, democrático. Esta es
una verdad a medias, pues en realidad el cambio de guardia en "Los
Pinos", del PRI por el PAN, no tocó en lo fundamental la estructura de
poder y privilegios del viejo régimen autoritario ni sus prácticas
corruptas. En varios estados el PRI nunca ha dejado la Casa de Gobierno y
ya ha cumplido 83 años ininterrumpidos en el poder, situación única en
el mundo actual. Así pues, la protesta política en México, especialmente
la dirigida contra un PRI que es fiel a su pasado y que amenaza con
regresar a la Presidencia en la próxima elección, es una protesta contra
un régimen que finalmente nunca se ha ido y cuya esencia repele a los
jóvenes que han salido a las calles.
Si un PRI que mantiene su esencia original no sólo gana en 2012 la
Presidencia con un heredero del grupo Atlacomulco al frente, sino que
también logra mayoría en el Congreso y extiende su dominio a más de los
20 estados que hoy controla, lo poco de democracia que hay en México
estará a la defensiva y en peligro, pues el PAN y el PRD han demostrado
ser organismos absolutamente cooptables cuando están en la oposición.
LOS PELIGROS
Las manifestaciones son política de alta intensidad que no
necesariamente gana en las urnas, donde domina la política de alta
extensión. La sociedad ya ha ido a las manifestaciones, ahora toca a los
manifestantes no conformarse con las concesiones dadas por la
televisión producto de su presión e ir ellos a esa parte enorme de la
sociedad que sigue apática y convencerla de usar su voto no para
legitimar el retorno del pasado o de otra fórmula no democrática. El
ejemplo de Egipto debe alertarnos, pues ahí la "primavera árabe" amenaza
con acabar abriendo el camino del poder a un general del antiguo
régimen, o bien, a un islamista.
La movilización del 68 del siglo pasado terminó en tragedia, esta no
debe tener un fin equivalente. Debe prepararse para el largo plazo, para
ser el antídoto contra las centenarias inercias que buscan cimentar en
México una contradicción: un autoritarismo democrático.
http://www.reforma.com/editoriales/nacional/659/1317251/default.shtm
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