Los rumores y la descalificación del proceso
electoral resuenan de nuevo. En los círculos cercanos a AMLO se habla no
del fraude que vendrá, sino del fraude que ya está en marcha
El
19 de mayo de 1974, Valery Giscard d'Estaing se impuso sobre François
Mitterrand por una mínima diferencia: 1.26 por ciento. El candidato del
Partido Socialista Francés aceptó la derrota y jamás denunció la
existencia de un fraude electoral. Siete años después, Mitterrand
derrotó a Giscard d'Estaing y se convirtió en el primer presidente
socialista de la posguerra.
El 18 de septiembre de 2005, Angela Merkel venció a su contrincante
socialdemócrata por un solo punto (35.2 por ciento versus 34.2 por
ciento). Los integrantes del Partido Socialdemócrata no sólo no
impugnaron los resultados, sino acordaron formar gobierno con la Unión
Demócrata Cristiana y la Unión Social Cristiana, y Merkel fue elegida
canciller.
El pasado 17 de junio, los griegos fueron a las urnas para decidir si
continuaban o no en la Comunidad Económica Europea. Alexis Tsipras,
candi- dato de la izquierda (Syriza), obtuvo 26.89 por ciento versus
29.66 por ciento de Antonis Samaras, de Nueva Democracia. La diferencia
fue de 2.77 por ciento. No hubo impugnaciones ni denuncia de fraude.
La mañana del 2 de julio de 2006 nadie hablaba de fraude electoral.
Horacio Duarte, representante ante el IFE de la coalición que apoyaba a
López Obrador, manifestó: "Estamos convencidos de que el día de hoy a
las 8 de la noche, cuando cierre la última casilla de nuestro país, los
ciudadanos habrán de estar levantando la V, la V de la victoria, la
victoria de los ciudadanos. Es la hora de México, es la hora de los
ciudadanos y a eso nos atenemos en la Coalición por el Bien de Todos".
No hubo en su discurso ninguna queja ni denuncia de irregularidades. No
habló de inequidad en la contienda ni se refirió a la compra o coacción
del voto. Y no tenía razones para hacerlo. Porque Televisa, durante
cinco largos años, había dado una cobertura sin precedente a López
Obrador. Todas las mañanas las conferencias del jefe de Gobierno eran
transmitidas y fijaban la agenda del día.
La denuncia de un gran fraude empezó hasta la tarde del 3 de julio.
López Obrador denunció la pérdida de 3 millones de votos. La mentira era
mayúscula. Pero había sido precedida por otra cifra igualmente falsa:
los conteos rápidos le otorgaban, según él, una ventaja de 500 mil
votos.
Lo que vino después fue una feria de delirios y disparates. Se habló de
un algoritmo (una fórmula en la computadora) que alteraba el conteo del
PREP a favor de Felipe Calderón. Y luego se denunció un fraude a la
antigüita mostrando un solo video que resultó completamente falso.
Ahora, a seis años de distancia, los rumores y la descalificación del
proceso electoral resuenan de nuevo. En los círculos cercanos a AMLO se
habla no del fraude que vendrá, sino del fraude que ya está en marcha.
Un académico "de altos vuelos" presenta pruebas tan contundentes como la
confabulación de Peña, Televisa y los gobernadores priistas.
Y esto sin mencionar la consigna del sector más cercano al perredismo
del movimiento #YoSoy132: "si hay imposición, habrá revolución", que se
traduce en una tesis muy simple: si pierde AMLO y gana Peña, hay
imposición. ¿La prueba? El hecho mismo. Para ellos es una verdad
evidente que no necesita demostración. Pero, ¿qué es lo que está
fallando? ¿El andamiaje democrático? ¿Las leyes y las instituciones de
Francia, Alemania y Grecia son infinitamente superiores a las mexicanas?
¿Es por eso que estamos atrapados y nos encaminamos hacia otro
conflicto poselectoral?
No, no es el caso. El andamiaje democrático es muy sólido. Enumero: un
IFE autónomo. Ciudadanización de las elecciones: personas comunes y
corrientes organizan y cuentan los votos en las casillas. Un padrón
confiable. Credencial con fotografía. Presencia de los partidos en todas
las casillas e instancias electorales. Equidad en la contienda, tanto
en recursos como tiempo en medios electrónicos.
Y añado la prueba de fuego: la alternancia. En 1997, el PRI perdió la
mayoría en la Cámara de Diputados y reconoció la victoria de Cárdenas en
el DF. En 2000, Vicente Fox obtuvo la victoria y el PRI reconoció sin
chistar su derrota. En 2003, el PAN no obtuvo la mayoría en la elección
intermedia. Y en 2009 volvió a ocurrir lo mismo.
Pero además, todo indica que mañana el PAN perderá la elección
presidencial y algunos estados donde lleva sexenios gobernando. Y no hay
ni la más remota sospecha o evidencia de que el gobierno de la
República o los gobernadores panistas vayan a desconocer los resultados
de las elecciones.
Así que no hay que hacerse bolas. La prueba de fuego del temple
democrático de un partido, político o gobierno está en reconocer la
derrota y ajustarse al resultado de las urnas. Esto es lo que pasa en
todos los países democráticos. Por eso no hay conflictos poselectorales.
En México, el PRI y el PAN han acreditado fehacientemente su apego a
este principio. Porque de no haber sido así, el PAN no habría alcanzado
la Presidencia de la República democráticamente y ahora intentaría
mantenerse en el poder por cualquier medio.
El conflicto poselectoral que se avecina, como el de 2006, no es
consecuencia de la falta de cultura cívica de la ciudadanía. Es
consecuencia de una "izquierda" que es incapaz de reconocer sus
derrotas. Pero sobre todo es consecuencia de Andrés Manuel López
Obrador.
A final de cuentas, él ha sido el principal instigador y promotor del
conflicto poselectoral. Lo fue en 2006 y lo está siendo otra vez. De ahí
que cause risa que los perredistas espanten con el petate del muerto
del autoritarismo priista, cuando tienen a su Ilustrísima en su propia
casa.
La prueba de fuego de un demócrata está en reconocer la derrota y AMLO jamás la ha pasado.
Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/663/1325077/
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