THE ECONOMIST
Counted out
López Obrador, sore loser
AFTER recounting more than half the ballots at the request of Andrés Manuel López Obrador, Mexico’s electoral authority confirmed the original result of the July 1st presidential election. Mr López Obrador (31.6%) lost to Enrique Peña Nieto (38.2%) of the Institutional Revolutionary Party (PRI).
Despite the clear margin, Mr López Obrador wants the election annulled by the Electoral Tribunal. (He finds no fault with the congressional and gubernatorial races held on the same day, presumably because his left-wing coalition did well in them.) He claims that the PRI bought votes in return for supermarket gift-cards; the PRI says these were given out under a public programme, not for votes. The National Action Party, which came third, has made some belated complaints but accepts the result.
Presidents from Barack Obama to Hugo Chávez (who backed Mr López Obrador in his protest against a narrower defeat in 2006) have recognised Mr Peña’s victory. A protest “mega-march” in Mexico City on July 7th attracted half as many people as anti-PRI marches before the election. Mr López Obrador will go on claiming fraud, but without more evidence, he will not get far.
Fuente: http://www.economist.com/node/21558611?zid=309&ah=80dcf288b8561b012f603b9fd9577f0e
EL PAÍS
Obrador es un lastre
Es muy improbable que prospere el recurso de la izquierda mexicana, aglutinada en torno al derrotado Andrés López Obrador, para invalidar las recientes elecciones presidenciales, argumentando la compra y manipulación de millones de votos por el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Los siete puntos de ventaja (más de tres millones de sufragios) del presidente electo y candidato del resucitado PRI, Enrique Peña Nieto, representan presumiblemente para las autoridades electorales, que tienen hasta septiembre para pronunciarse, un argumento contundente sobre un proceso en el que no hay evidencia de irregularidades a gran escala.
Sin duda, las protestas callejeras expresan la insatisfacción de muchos mexicanos con el regreso al poder del PRI, que mantuvo durante siete décadas el control absoluto del país, hasta su defunción electoral en 2000. Pero ese inquietante retorno de un partido íntimamente asociado a la corrupción —aunque con una mayoría insuficiente que le obligará a pactar con otras formaciones para sacar adelante sus proyectos— no puede ocultar el hecho de que el populista Obrador ha sido siempre un mal perdedor.
Lo es ahora, aun cuando curiosamente no haya denunciado los resultados de las elecciones al Congreso —celebradas también el 1 de julio y en idénticas circunstancias que las presidenciales—, quizá porque su coalición izquierdista se ha convertido en la segunda fuerza del nuevo Parlamento. Y lo fue en 2006, de manera totalmente impresentable, cuando perdió por menos de un punto la jefatura del Estado ante Felipe Calderón; entonces se declaró presidente legítimo y encabezó durante meses una desestabilizadora protesta callejera en la capital del país.
La izquierda mexicana viene fracasando desde 1988 en su intento de alcanzar la presidencia. Para los correligionarios de López Obrador parece llegado el momento de preguntarse si les conviene como líder un hombre dos veces derrotado, con tendencia al victimismo conspiratorio y cuyo estilo abrasivo y anquilosado le ha enajenado una parte de su voto natural. Obrador es un lastre. En su propio partido, el PRD, hay dirigentes —Marcelo Ebrard, jefe del Gobierno del Distrito Federal, o su sucesor, Miguel Ángel Mancera, entre otros—, pragmáticos y dialogantes, que no suscitan el rechazo de los electores y están en mucha mayor sintonía con las realidades del México de hoy.
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