La movilización de Andrés Manuel López Obrador por el resultado de la elección presidencial comenzó. Esta semana detallará su Plan por la Defensa de la Democracia y la Dignidad, y llevará por el país un documento de adhesiones a la impugnación por el resultado electoral. La batalla es política y por la opinión pública, pues la parte legal para invalidar la victoria de Enrique Peña Nieto, saben él y su equipo, con la documentación actualmente en su poder, será casi imposible lograrla.
Las pruebas de que se violaron los principios constitucionales para una elección libre y justa son el plan del sindicato de maestros, “Operativo Ágora”, para obtener cinco millones de votos para Peña Nieto, que asegura López Obrador fueron “comprados”; la acusación contra Monex de ser una estructura financiera paralela del PRI, desechada ya por los órganos electorales, y que según la periodista Carmen Aristegui, cercana a López Obrador, no hay pistas aún que conecten al PRI; y contra Soriana por monederos electrónicos supuestamente para uso electoral, y decenas de denuncias en las redes sociales sin haber sido verificados.
Peña Nieto y la impugnación presidencial son en realidad una coartada. López Obrador necesita un enemigo que le dé viabilidad política seis años y aspirar a la Presidencia en 2018. El ex candidato presidencial imagina el recorrido, y ya lo habló con algunos de los suyos. La protesta es y ha sido en su vida el motor de su avance. Impugnó las elecciones municipales en Tabasco en 1981 y realizó su primer Éxodo por la Democracia. Tras perder la elección por la gubernatura en Tabasco de 1994, hizo su segundo Éxodo por la Democracia en 1995. En 2007, tras perder la elección presidencial de 2006, se fue a Oaxaca y de ahí a recorrer todo el país.
Esos periodos de alejamiento, para el único político que es capaz de irse al desierto y regresar con mayor fuerza, son su hábitat natural. López Obrador necesita el oxígeno de la impugnación presidencial para acudir a la cita aplazada por varios años: el final de la izquierda como la conocemos, y el resurgimiento de uno o varios partidos con esa ideología. López Obrador, aunque es un activo de la izquierda, ya no cabe en varios grupos de la izquierda. Por ejemplo en el que controla al PRD, la corriente de Los Chuchos, que hoy encabeza Jesús Zambrano y que tiene un gobernador electo totalmente suyo, Graco Ramírez en Morelos, y una alianza en el Distrito Federal con el jefe de gobierno Marcelo Ebrard.
Ramírez pidió públicamente a López Obrador que reconozca el resultado de la elección, y avaló la victoria de Peña Nieto en las urnas. Ebrard guarda una posición más prudente, pero su principal asesor y próximo senador, Manuel Camacho, buscó a Peña Nieto en los últimos días. La izquierda se está reacomodando y no toda piensa en la alianza con López Obrador. Ebrard quiererefundar al PRD, pero no podrá hacerlo al terminar su cargo en diciembre, porque las elecciones para nuevo dirigente serán hasta 2014, y con fuera que alcanzaron Los Chuchos en la última elección, no se ve cómo puedan regalarle el control del partido.
Ebrard sólo tiene la posibilidad de vigencia en la medida que controle una de las cámaras y reciba el apoyo político de su sucesor, Miguel Ángel Mancera, que aunque no tiene grupo en de la izquierda, fueron él y Camacho quienes lo llevaron a la candidatura. López Obrador también necesita llegar al 2014, cuando se abra el registro de nuevos partidos. Hoy tiene aMorena -que en varias partes del país es el PRD-, y la subordinación del Partido del Trabajo y el Movimiento Ciudadano, la placenta de su nueva vida.
La impugnación de López Obrador agudizó las contradicciones en la izquierda, a quien desea tomar una vez más como surehén. Su avance no está sólo en los tribunales electorales ni en la ruidosa oposición a Peña Nieto, sino en la propia izquierda, que ha vivido más de una década bajo su cautiverio y que hasta hoy no se han decidido a romper con él y probar si pueden o no vivir sin López Obrador.
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