Por Fernanda De La Torre.
"La necedad es la madre de todos los males”, dice una frase atribuida a Marco Tulio Cicerón. No sé si de todos, pero sin duda lo es de muchos. Yo no sé si hay algo en los astros y andamos todos más necios, pero a últimas fechas he percibido altos niveles de necedad.
Por ejemplo, hace unos años se cambió el sentido de la calle donde vivo —dejó de ir en una sola dirección para ser de ida y vuelta—, para permitir a los habitantes de esa cuadra salir sin hacer vuelta. No sé si es por la fuerza de la costumbre o la necedad de los automovilistas, pero cuando ven a un auto tratar de salir de la colonia, se niegan a esperar en la parte más ancha de la calle para que el otro coche pase. Por el contrario, se avienta y aceleran. Como se imaginarán, su negativa de ceder el paso ocasiona un pequeño infierno. Poseídos de un espíritu justiciero gritan: “Va en sentido contrario” acompañado, claro está, de varios insultos.
Cuando esto me sucede, dependiendo del humor que esté y la prisa que tenga, generalmente freno, me bajo del auto y les explico a estos “vengadores de tránsito anónimos” que hay un señalamiento de doble sentido y les muestro la señal. Las reacciones son diversas. El otro día una señora que me había insultado bien y bonito a pesar de que llevaba a sus hijos en el asiento trasero, me dijo: “Ah, pero esa señal es falsa”. No lo podía creer. ¡Ahora resulta que la mujer sabe distinguir si los señalamientos de tránsito son autorizados o piratas! Me rindo. Sí, la necedad humana puede ser enorme. La falta de civilidad, también.
La obstinación juega en contra de todos los involucrados. El maniobrar en reversa en la parte estrecha toma mucho más tiempo y se hacen nudos de tránsito, así que todos perdemos tiempo y nos ponemos de mal humor. Ante la necedad de uno, todos salimos perdiendo.
Cuando una persona es terca y obstinada no hay mucho que hacer. Pueden ver el letrero que les dice que efectivamente es doble sentido y prefieren pensar que este es falso antes de reconocer que no tienen la razón. Ojalá la única necedad que existiera fuera la de mi calle. La obstinación y la imposibilidad de ver el punto de vista de otros está por todas partes. El problema es que la necedad nos vuelve inamovibles y hace imposible encontrar soluciones. Si alguien está de obstinado (en “necio-mode”, podríamos decir) y no piensa escuchar y valorar razones, las cosas difícilmente pueden cambiar.
La historia de la humanidad está plagada de ejemplos de grandes necios y de las terribles consecuencias que han sufrido sus pueblos por ello. La terquedad es una característica de la soberbia. Deberíamos saber a estas alturas del partido que no podemos obtener resultados diferentes si hacemos siempre lo mismo. ¿Entonces por qué ser tan tercos? ¿Cómo podemos pretender que algo se solucione si estamos en una posición inamovible?
La terquedad no es exclusiva de la historia mundial. Nuestra historia personal también está plagada de ella. Algunas veces nosotros hemos sido los necios y otras veces los demás. Dolorosamente hemos aprendido que nada bueno se obtiene de esa obstinación. Solo dolor, tristeza y frustración. Como recompensa a nuestra obstinación, nos quedamos atorados en el mismo problema, pero ahora es aún mayor.
El que muchos piensen igual, no mejora la situación. “Una necedad, aunque la repitan millones de bocas no deja de ser una necedad”, decía Anatole France. Por eso considero que es indispensable aprender a ser más críticos ante las verdades inamovibles que repite todo mundo. Hay que leer más, informarnos sobre un tema y después formar nuestra propia opinión. Puede coincidir o no con la de los demás. Eso no es lo importante. Lo fundamental es que hayamos reflexionado y valorado esa opinión.
El martes pasado tuve una buena lección sobre la terquedad. Estaba muy ilusionada con una idea para un proyecto. Mi “fabulosa” idea no fue tan bien recibida. Al principio me ofendí y los otros se enojaron. El proyecto casi termina en el basurero. Afortunadamente, pude entender las razones de la contraparte y ellos las mías. Empezamos a negociar y posteriormente, llegamos a un acuerdo. Con uno poco de ganas logramos que triunfara la razón sobre la necedad. Finalmente, aunque muchas veces no nos percatemos, vivimos en una democracia, no una autocracia; y por mucho que nos guste la canción de El Rey de José Alfredo Jiménez, nuestra palabra no es la ley. Tenemos que aprender a ponernos en los zapatos de otros y dejar nuestra necedad a un lado.
“Sería una necedad pretender que el pueblo no puede cometer errores políticos. Puede cometerlos, y graves. El pueblo lo sabe y paga las consecuencias, pero comparados con los errores que han sido cometidos por cualquier género de autocracia, estos carecen de importancia”. John Calvin Coolidge.
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