lunes, 13 de agosto de 2012

Los caprichos de Paganini




Cuenta el Libro de Registro de los Muertos Pasados y Futuros, que en el año de 1840 se le otorgó a Nicoló Paganini, como se le otorga solamente a unos pocos, la posibilidad de volver de nuevo a la realidad terrenal para continuar con su vida.
Dice el suscrito y perenne secretario, que se encontró entonces ante uno de los casos más peculiares y así lo narra:


Hallábame en el resquicio de la puerta de los mundos, cuando acudió a mí un recién llegado. Tenía un aspecto muy particular, alto en exceso, delgado como un bailarín. Se acercó con mucha calma y hasta podría decir que una sonrisa intentaba esbozar.
Cuando estuvimos frente a frente me dijo su nombre.
—Soy Niccolò Paganini, ¿quién es usted?
—Soy el perenne secretario y custodio de la puerta de los mundos. Mi misión aquí es comunicarle la decisión que han tomado los sabios acerca de su destino después de haber pasado a esta realidad o mundo.
Me escuchó atentamente, parecía pensar en algo. Luego me preguntó:
—¿Tiene que ver esto con algo de la Iglesia?
—No, este es un sitio neutral. Aquí le damos opción de aceptar, decidir o rechazar lo que le ha sido asignado, libre de toda creencia y religión.
—¿Y podría decirme qué es lo que me ha sido asignado?
En este momento su mirada se fijó en la mía como nunca en la eternidad lo hizo nadie. Era una especie de laguna profunda de aguas turbias y tranquilas lo que reflejaban sus ojos. Con un tono entre sereno y alegre (que es el que suelo utilizar para dar esta escasa noticia) le dije:
—¡Ha sido usted premiado con el don de volver a culminar lo que empezó! Se le dotará de buena salud y fortuna para el éxito de su empresa.
Al terminar no pude evitar sonreír, que por regla está prohibido, ya que mi trabajo requiere total neutralidad, como dije anteriormente. Su ceño se frunció inmediatamente y cayó en una especie de delirio interior. Movía sus manos torpemente intentando comprender algo. Luego el silencio se apoderó de ese momento. Aquí no solemos manejar el asunto del tiempo, pero fue un lapso en el que pude atender a tres más que llegaron y darles lo que les correspondía.
De repente una risa se dibujó en su rostro, era una especie de mueca entre furia y burla. Mirándome a los ojos profundamente me dijo:
—¿Es esto acaso una burla del Sublime, o del que maneja nuestros hilos de marioneta, sea quien fuere o la cosa que fuere?
—No, no lo es —respondí interrumpiéndole.
—¿Cómo puedo volver al mundo del que he sido expulsado casi a patadas por mis semejantes, por los que se hacen llamar mensajeros de Dios y niegan a los supuestos hijos de Dios la entrada en su reino? ¿Cómo puedo pensar tan siquiera en retornar a esa jaula de envidias y desazón de la que he sido liberado ahora?
Parece esto una burla. Ya una vez se me concedió volver, y retorné entonces inocente y niño sin saber qué me esperaba. Fui dotado de genio y arte, de riquezas y éxito. Cumplí cabalmente con lo que me fue encomendado, pero llegado un punto en ese transcurrir de la vida todo lo que hice pareció volverse mi enemigo.
La música me fue dada como don y mandato, y por ella hice cuanto la existencia me permitió. A diario, horas enteras dediqué mi niñez, mi juventud, mi enfermedad y mis fuerzas, a darle grandeza a través de un Violín. Ese instrumento amado que al final de mis días fue lo único que no me abandonó, el que todo me dio. Y si hice un paco con alguien no fue con el diablo, fue con la música que es una diosa llena de poder. La salud me fue esquiva desde que abrí los ojos a este mundo. El amor fue para mí un pájaro nervioso e inconstante, sediento y cautivo, enfermo de inconvenientes y entrometidos. Me resulta una broma el sólo pensar en el retorno a aquella maraña de contradicción y afanes.
He sido llamado por muchos nombres despectivos, he sido injuriado y apedreado por quienes y a quienes dediqué mi arte, mi creación. He sido llamado malabarista, cuando las notas que saltaron de mi violín no fueron más que un elogio al romanticismo, sí, al romanticismo, porque fue allí donde nací, mi verdad y mi guía tenían refugio en él.
El amor a la música, a la combinación de la locura y la pasión, son la mezcla de todo lo que entregué a los artistas y al mundo.
He sido tachado de figurista y complicado, se ha dicho que mis composiciones son para que las toque un acróbata, un diestro técnicamente, un milimétrico matemático, ¡y eso es mentira! Lo que he parido y entregado lo he dado a los artistas. Y artista no es el que logra solamente con perfección lo escrito, eso es fácil. Artista es aquel que con su arte, su entrega y delicadeza logra emocionar y hacer vibrar a su público. Por más que intento no logro encontrar una razón para regresar. La venganza no me empuja, ya de eso está lleno el mundo, y el tiempo se encarga por sí solo de dar justicia.
¿Volver a ver a los que amé y me amaron? No. De ellos me basto para que un rincón de mi corazón siga limpio. A los que di amor y me dieron, a esos agradezco no haberme podrido antes, a ellos agradezco y honro por su paciencia.
Después de decir esto se quedó en un largo silencio. Lejano, tranquilo, sosegado. Luego se acercó un poco más a mí y me preguntó:
—Si me negara a cumplir ahora con mi mandato de retorno, ¿podría pedir algo a cambio?
Nunca me habían pedido esto. Por tal razón tuve que consultar el Gran Libro y ver si esto era posible. Él esperó pacientemente e inmerso todavía en cavilaciones.
Al cabo de un rato encontré que sí era posible lo que me pedía y se lo hice saber.
—Entonces quiero que me permita observar desde algún lugar qué será de aquello que he legado, qué pasará con eso que con tanto ahínco y amor entregué.
—Sígame, lo llevaré al Gran Ojo de los Tiempos Terrenos y allí podrá observar en el Tiempo que usted desee —intervine frente a este gran hombre.
Se puso frente al Ojo. Y antes de acercarse juntó sus manos y las apretón llevándoselas al pecho como preparándose para recibir con valor lo que vería.
Estuvo durante largo rato estupefacto, sin movimiento alguno. Parecía una estatua. Yo le podía ver de lado y sus ojos no parpadeaban. Confieso que tenía una gran curiosidad por observar lo que él estaba viendo en ese momento, pero mi condición no me permite acceder a ningún tipo de contacto con los otros mundos. Como dije antes, debo ser completa y absolutamente neutral.
—Es más que suficiente —dijo con la voz ahora más serena y retirándose del Gran Ojo.
Debió de observar en mí algún indicio de curiosidad porque me explicó al instante:
—¡Qué regalo! Le llamaría tranquilidad a lo que siento en estos momentos. Saber que lo que dejo ha sido recogido por grandes y que esos grandes lo tomaron y lo aprecian tanto como yo. No necesito regresar en cuerpo a la Tierra. He observado que me mantengo vivo a través del Tiempo. ¿Y los necios...? Los necios seguirán siendo necios.
Me quedé un tanto maravillado frente al discurso de este hombre. Su rostro se iluminó y su mirada cobró una claridad y una paz que en pocos he visto. Luego me preguntó a dónde le correspondía ir. Y yo le abrí la puerta que conduce a la Eternidad. Lo hice con una sensación de vacío en el pecho y un cosquilleo en la garganta, aunque corregí de inmediato ese sentimiento ya que aquí, como dije antes, debemos ser absolutamente neutrales.



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