LOS ADJETIVOS DE UNA DEMOCRACIA
El 2 de julio del 2000 una parte del electorado mexicano, incluidos muchos que no habían votado por el vencedor, dio rienda suelta en las calles a un sentimiento de júbilo por haberse sacudido el peso de 71 años ininterrumpidos de control de la Presidencia por un solo partido verdadero con tres personalidades distintas: PNR, PRM, PRI. Sin embargo, nada equivalente ocurrió el 1o. de julio de 2012 después de que el presidente del IFE anunciara que el candidato que había recibido la mayoría relativa de los votos era justamente el del PRI. Los supuestos ganadores no salieron a manifestar su júbilo y para las otras dos grandes corrientes políticas y que juntas eran mayoría -las de la izquierda y el PAN- el retorno del PRI a "Los Pinos" significó no sólo una derrota electoral -algo normal en las democracias- sino un retroceso histórico. Para estos últimos, la tristeza inicial se transformó en resignación para unos y en indignación y ánimo de resistencia para otros.
UN RETROCESO QUE PUDO EVITARSE
Como bien advierte Arnaldo Córdova, tras 35 años de esfuerzos continuos por lograr una reforma a la estructura política que ayudara al país a superar su larga historia de imperfecciones y fracasos en el campo del ejercicio del poder, México pareciera haber arribado a la estación equivocada: al punto de partida, con el PRI en la Presidencia, con el control de la mayoría de los gobiernos de los estados y con la mayoría (relativa) en el Congreso. Córdova explica ese casi volver a empezar por un hecho evidente: la fuerza que en todo momento acabó por determinar la naturaleza de los intentos de cambio fue el propio PRI, es decir, el actor que menos deseaba un cambio real (La Jornada, 12 de agosto). De habérselo propuesto, el PAN, con dos sexenios al frente de la institución política más importante -la Presidencia-, hubiera podido intentar la transformación de fondo del proceso político mexicano pero no se atrevió. Y la izquierda, siempre dividida y actuando en un entorno social conservador, no lo logró.
Y fue así que con el respaldo de tan sólo el 38% de los electores y que por convicción o conveniencia emitieron su voto a favor de la coalición PRI-PVEM "Compromiso por México", el viejo partido antidemocrático está a punto de reimponer su marca -y sus intereses- en la siguiente etapa del proceso político mexicano. Realmente es triste atestiguar en qué quedó el esfuerzo que hizo esa parte de México que no se resignó a vivir en el marco de la "dictadura perfecta": ese donde se construyó el sistema autoritario más exitoso del siglo pasado y que estuvo centrado en un presidencialismo sin contrapesos y sostenido por la cadena ejército revolucionario -PNR-PRM-PRI. En 1997, con una Cámara de Diputados con mayoría opositora, pareció que finalmente tal cadena se había empezado a romper y en el año 2000 se le creyó definitivamente rota. Sin embargo, un PRI al que el PAN le echó la mano desde la época de Carlos Salinas para no tener que enfrentar solo a la izquierda y al que luego Fox invitaría a "cogobernar", aprovechó todas las contradicciones panistas para sobrevivir en los estados y desde ahí soldar -quien sabe si bien- los eslabones rotos.
TRISTEZA
A lo largo del tiempo, a la democracia y en el lenguaje de las ciencias sociales, se le han puesto adjetivos: representativa, social, política, liberal, elitista, socialista, popular, formal, sustantiva, directa y otros. Y cuando se examinan sus logros, se le califica de fuerte o débil, madura o en construcción. El concepto de una "democracia triste" no pareciera apropiado pues la tristeza no es parte de las herramientas analíticas de las ciencias sociales. Sin embargo, la caracterización de la democracia como triste pudiera captar bien el ambiente que hoy priva en una parte de la ciudadanía mexicana en relación con la naturaleza del sistema que hoy enmarca su vida política.
Se puede alegar que entre los objetivos de la democracia no figura el de llevar a la ciudadanía a un estado de alegría o júbilo. Sin embargo, conviene recordar que la democracia norteamericana, al nacer, propuso como una de las metas de sus ciudadanos la búsqueda de la felicidad. Además, en circunstancias excepcionales, por ejemplo, cuando se ha puesto fin a una dictadura o a una ocupación extranjera y se restauró o se inauguró un sistema que prometía la democracia, sí se han abierto periodos de auténtico júbilo colectivo -la "Revolución de los claveles" de Portugal, en 1974, o el inicio de la "Primavera árabe", en 2010-2011, son dos ejemplos-, pero en todo caso se trata de un fenómeno pasajero.
En circunstancias normales, la democracia es simplemente un tipo de arreglo político para permitir que la compleja y cotidiana red de transacciones entre los miembros de una sociedad, siempre cruzada por desigualdades y contradicciones, se desarrolle de manera pacífica, segura y ordenada, donde se mantenga el respeto a la dignidad de los individuos y se favorezca la coordinación de esfuerzos indispensable para que los subsistemas económico, jurídico y cultural funcionen de tal manera que los individuos y los grupos puedan convivir en armonía y puedan mantener su independencia como miembros de la comunidad internacional. Fallar en el intento de lograr lo anterior sí puede llevar a un estado de ánimo colectivo triste.
EL MEOLLO: EL FUTURO INMEDIATO
Concluidas la campaña electoral y la elección del 2012, el PAN entró en la etapa de asimilar su gran derrota y restañar heridas pero la izquierda y ese actor inesperado que es el #YoSoy132, cada uno por su lado, se han concentrado en impugnar la elección no por un mal conteo, como en el 2006, sino por las condiciones en que tuvo lugar: el opaco arreglo, desde hace siete años, entre el candidato ganador y Televisa, el medio de comunicación políticamente más influyente; el gasto excesivo del PRI en la campaña y su compra masiva de votos. Si la elección pasada es un indicador de lo que sucederá en septiembre, entonces se puede suponer que la autoridad electoral va a ratificar la victoria en las urnas del PRI y los impugnadores no lo aceptarán y la actual polarización política se va a agudizar.
México tiene un amplio abanico de problemas fundamentales que resolver si quiere lograr que el siglo XXI no sea, como el siglo XIX, un tiempo histórico perdido en esa carrera entre sociedades nacionales y donde los ganadores afianzan su desarrollo y los perdedores se hunden en el atraso. Idealmente, la energía de la sociedad mexicana debería dirigirse de manera consciente y hasta obsesiva a resolver los grandes problemas nacionales de este siglo y que son: dar forma a un sistema económico que reedite el "milagro mexicano" de hace 60 años pero con mejores bases, disminuir la proporción del empleo informal en beneficio del formal, hacer más igualitaria la estructura social, lograr un sistema de justicia que ya no nos avergüence y que nos sirva, combatir con eficacia la corrupción, dar seguridad a la vida cotidiana, hacer que la lucha contra el narcotráfico use menos de la fuerza y más de la inteligencia en su acepción más amplia -y donde se incluya no sólo a las policías, Fuerzas Armadas y Cisen sino a las autoridades bancarias y de Hacienda y todo lo que combata el lavado de dinero-, llevar a cabo la reforma fiscal pospuesta desde hace décadas y dejar de usar el petróleo para financiar el gasto corriente, hacer que la educación pase de ser dominantemente mediocre a fundamentalmente buena y excelente, revertir la degradación del medio ambiente, volver a dar sentido al término "soberanía nacional" y hacer de la política exterior parte importante del proyecto nacional y, en fin, definir con claridad en qué consiste el proyecto nacional mexicano.
Los temas anteriores y los otros igualmente importantes que constituyen la agenda nacional requieren no una democracia triste como la actual, sino una llena de confianza en sí misma. Sin embargo, esa democracia no se podrá tener si la energía social, siempre escasa con relación a sus tareas, se gasta en lo que parece que la vamos a gastar: en un episodio más en el seno del incipiente pluralismo mexicano, de la pugna entre los defensores y los opositores de los grandes intereses creados.
Y es la perspectiva de volver a utilizar nuestra energía durante otro sexenio no en algo constructivo sino en el choque entre la voluntad de unos por mantener la defensa de los intereses creados y la voluntad de otros por lograr el cambio, lo que hace que dé tristeza el triste estado en el que se encuentra la democracia mexicana.
Fuente: http://www.reforma.com/editoriales/nacional/669/1336016/
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