lunes, 26 de noviembre de 2012

Karel Capek - El cuento de los pájaros

Karel Capek
1890 - 1938
El cuento de los pájaros

Qué va, niños, vosotros no sabéis lo que se cuentan entre sí los pájaros. Y es que ellos hablan en el lenguaje de los humanos sólo por la mañana temprano, a la salida del sol, cuando vosotros aún estáis durmiendo; más tarde, durante el día, no tienen tiempo para muchos discursos...ya sabéis el mucho trabajo que da picar un granito aquí, sacar una lombríz allá o atrapar una mosca volando acullá.

Un papá pájaro puede desgastarse las alas en estas cosas, mientras la mamá pájaro tiene que estar cuidando a los niños en casa. A ello se debe que los pájaros hablen sólo por la mañana temprano, cuando abren las ventanas de sus nidos, mientras sacan los edredoncitos a orear y están preparando el desayuno.

- Buenos días -grita el mirlo que tiene el nido en el pino a su vecino el gorrión que vive en el alero-. Ya es hora.



- Lo sé, lo sé, lo sé -dice el gorrión-. Ya debería volar adonde algo pudiera pillar, pillar, pillar, para tener algo de comida, ¿no tiene uno que buscarse la vida?

- Así es, así es -zurea un tórtolo desde el tejado-. Eso da preocupaciones, hermano. Hay poco grano, hay poco grano.

- Así es, así es -apostilla un gorrión saliendo de la camita-. Eso es culpa de los coches, ¿sabe? Mientras hubo más caballos, por todas partes había grano esparcido, ¿y ahora? ¡Ahora un coche volando de una pasada y no deja tras de sí nada, nada, nada!

-Sólo tufo, sólo tufo -canturrea el tórtolo-. ¡Qué vida tan penosa, brrrr! ¡Aaah! ¡Mejor sería pasar de todo, hombre! ¿Cúantas vueltas tengo que dar, y cuánto tengo que zurear, y qué consigo por todo ese trabajo? Ni un puñado de grano. ¡Qué situación tan terrible!

-¿Cree que a los gorriones les va mejor? -se encrespó un gorrión-. Le diré que, si no tuviera aquí mi familia, ya me habría ido a otra parte...

-Como ese gorrión de Deivice -se dejó oir desde los arbustos un reyezuelo.

-¿De Deivice? -dijo el gorrión-. Allí vive un conocido mío que se llama Philip.

No me refiero a ese -dijo el reyezuelo-. Aquel gorrión que se marchó se llama Pepe. Era un gorrión desastrado que ni se lavaba ni se peinaba como es debido, y no hacía otra cosa que quejarse todo el día: que en Deivice la vida era aburrida y un asco, decía, y que otros pájaros se marchaban a pasar el invierno al sur, algunos a la Costa Azul, eventualmente a Egipto, como por ejemplo los estorninos y las golondrinas y los ruiseñores, y que sólo los gorriones debían quedarse toda la vida en Deivice, currando. " Y yo esto no lo voy a dejar así ", gritaba aquel gorrión que se llamaba Pepe. " Si cualquier golondrina que vive en La Esquina puede volar a Egipto, ¿por qué no iba a poder volar yo, no os parece? Voy a volar allí adrede, para que lo sepáis, sólo voy a coger el cepillo de dientes, el camisón y la raqueta con las pelotas para poder jugar al tenis allí. Ya veréis como les voy a dejar a Cochet, Kozeluh y Tildn; yo ya les tengo cogida la medida, voy a hacer como si sacase la pelota, pero en lugar de la pelota volaré yo mismo, y cuando quieran darme con la raqueta me doy el piro, ¿sabéis? ¿sabéis? Y cuando les gane a todos me casaré con una americana rica, y luego compraré el palacio de Valdstein, y allí pondré mi nido en el tejado, pero no un nido cualquiera de paja vulgar, sino de paja de arroz, de marzoleta, de rafia, y de algas marinas, y de crines de caballo, y de colas de ardilla, ¡para que os enteréis...!". Así presumía aquel gorrión, y despotricaba cada mañana diciendo estar de Deivice hasta las narices y que se marchaba a la Costa Azul.

-¿Y llegó a volar? - preguntó el mirlo del pino.

-Voló -continuó el reyezuelo desde los arbustos-. Sólo esperó hasta el veintiocho de octubre para oír tocar a la banda militar...a él le gustaban mucho esas cosas...y nada más llegar la mañana se largó al sur. Lo que ocurre es que los gorriones nunca vuelan al sur y por ello no conocen el camino correcto. Y además aquel gorrión, Pepe, no tenía bastante pluma, o sea dinero, para poder hacer noche en una posada, ya sabéis que los gorriones de siempre son proletarios, en todo el santo día no hacen otra cosa que revolotear por los tejados. En resumidas cuentas, el gorrión Pepe sólo llegó a Kardasova Recice, y ya no podía más, no tenía ni un duro; tuvo la suerte de que el alcalde de los gorriones de Kardasova Recice le dijera amistosamente: "¡Qué listillo y qué vagabundo eres, qué pájaro tan inútil!, ¿es que piensas que en Kardasova Recice tenemos boñigas de caballo suficientes para cada vago, gandul, holgazán o pícaro que pase por aquí? Si quieres que te demos permiso de estancia en Kardasova Recice, no debes picotear grano ni en la plaza, ni delante de la taberna, ni tampoco en la carretera, como hacemos nosotros los lugareños, sólo te está permitido hacerlo en las afueras del pueblo; y como vivienda, el poder público te adjudica un puñado de paja en la cabaña que hay junto a la finca número cincuenta y siete. Firma aquí, en la hoja de inscripción, y lárgate, que no te vea más". Y así sucedió que el gorrión Pepe de Deivice se quedó en Kardasova Recice en lugar de volar a la Costa Azul.

-¿Y sigue allí hasta hoy? -preguntó el tórtolo.

-Hasta hoy -contesto el reyezuelo-. Tengo una tía allí, y ella me ha contado su historia. Dice que se dedica a hacer burla de los gorriones de Kardasova Recice y grita: "Ser gorrión en Kardasova Recice es un puro aburrimiento, aquí no hay tranvías como en Deivice, ni hay coches, ni estadios del Sparta o del Slavia, bueno, nada de nada"; y que ni se le ocurre morirse de asco en Kardasova Recice, que él tiene una invitación a la Costa Azul, y que sólo espera que le manden dinero de Deivice. Y tanto ha hablado de Deivice y de la Costa Azul que hasta los gorriones de Kardasova Recice empezaron a creer que podrían estar mejor en otra parte, y ya no se dedican a picotear el grano, sólo pían y protestan, y dan la tabarra, como hacen los gorriones en todas las partes del mundo, y dicen: "En cualquier sitio se está mejor, mejor, mejor!".

-Así es -se dejó oír el herrerillo sentado en la mata de la retama-, hay pájaros muy raros. Por allí, cerca de Kolin, en una tierra tan fértil como esa, vivía una golondrina, y ésta había leído en los periódicos que aquí se estaba haciendo todo de mala manera, mientras que en América, sí señor, son mucho más listos, y todo lo que saben, y cosas por el estilo. De modo que esta golondrina se empecinó en que tenía que ir a ver la tal América. Y se marchó allí.

-¿Cómo lo hizo? -preguntó en seguida el reyezuelo.

-Eso no lo sé -contestó el herrerillo-, lo más probable es que se marchara en barco. Pero, a lo mejor, lo hizo en un dirigible. En ese caso podría incluso haber construido en el fondo del dirigible un nido, como una cabina con ventanilla, para poder sacar la cabeza y hasta escupir abajo. En definitiva, un año más tarde volvió otra vez y contó que había estado en América, y que allí todo es de otra manera que aquí; ¡qué va!, por lo visto no hay ni punto de comparación; decía que allí hay progreso: por ejemplo, por allí no hay ni una sola alondra, y las casas son tremendamente altas, afirmaba, que si un gorrión tuviera su nido en un tejado, y de ese nido se le cayera un huevo, el huevo estaría cayendo durante tanto rato que, por el camino, antes de llegar al suelo, nacería de él un gorrioncillo, y crecería, y se casaría, tendría un montón de hijos, y envejecería, y moriría a una edad avanzada, de modo que en lugar del huevo de gorrión caería a la acera un viejo gorrión muerto; así de altas son las casas de allí. Y además esa golondrina decía que en América todo se construye de hormigón, y que ella también lo ha aprendido, y que fueran todas las golondrinas a ver, que ella les podía enseñar cómo se construyen nidos de golondrina de hormigón, y no de barro como lo hacían las tontas de las golondrinas hasta entonces.

Imagínense que llegaron las golondrinas hasta de Mnichovo Hradiste, Caslav, Prelouc, de Cesky Brod, de Nimburk, hasta de Sobotka y Celakovice; se juntaron tantas golondrinas que la gente tuvo que tender diecisiete mil trescientos cuarenta y siete metros de cable de teléfono y telégrafo para que esas golondrinas tuvieran donde posarse. Y cuando todas aquellas golondrinas estuvieron reunidas, dijo la golondrina americana: "Estad atentos, chicos y chicas, para ver como construyen en América las casas, o sea los nidos de hormigón. Primero hay que traer un montoncito de cemento. Luego hay que traer un montoncito de arena. A continuación hay que echarle agua y se prepara una especie de puré, y con ese puré se construye un nido moderno. Si no tenéis cemento, entonces no podéis construir un nido de hormigón sino únicamente de argamasa. Entonces se prepara un puré de cal y arena, pero la cal tiene que estar muerta. Primero os enseñaré cómo se prepara la cal".

Eso dijo y echó a volar hacia una casa en construcción, que levantaban unos albañiles, en busca de cal viva. Tomó un trocito de cal con el piquito y echó a volar de vuelta. Pero, como dentro del piquito hay humedad, la cal empezó a reaccionar, a quemar y a borbotear en su boca. La golondrina se asustó, soltó el trocito de cal y exclamó: "Bien, ahora ya sabéis como se mata la cal. ¡Ay, ay, ay, cómo quema! ¡Por todos los diablos! ¡Cómo pica! ¡Caramba! ¡Huy, huy, huy, huy! ¡Mecachis en la mar! ¡Oh la la! ¡Ascuas! ¡Ay, mamaíta! ¡Ay qué dolor, ay qué dolor! ¡Así es como se mata la cal!". Las demás golondrinas, al oírla lamentarse y quejarse tanto, no esperaron más a lo que iba a seguir, sacudieron las colas y volaron a casa. ¡Estaría bueno, se dijeron, que nos quemásemos el pico de la misma manera! Y ésa es la razón por la que hasta hoy la golondrinas siguen construyendo sus nidos de barro, y no de hormigón, como pretendía enseñarles la golondrina de América...Pero qué se le va a hacer, queridos amigos, ahora tengo que ir volando de compras.

-Madrina herrerilla -llamó la señorita mirla -, ya que va al mercado, cómpreme allí un kilo de lombrices, pero que sean buenas y largas; hoy no me queda ni un ratito libre, pues me toca enseñar a volar a mis hijos.

-No se preocupe, vecina, se las traigo de mil amores - dijo la herrerilla -. Sé muy bien, querida, el trabajo que da enseñar a volar a los hijos correctamente.

-Apuesto a que no saben - dijo el estornino del abedul- quién ha sido el que nos ha enseñado a volar a nosotros los pájaros. Pues se lo voy a decir; me lo dijo el cuervo de Karlstein que una vez llegó aquí, cuando las grandes heladas. Ese cuervo tiene ya cien años y se lo oyó contar a su abuelo, al que se lo dijo su bisabuelo, éste lo sabía por su tío abuelo, de la abuela de la familia materna, de modo que es una verdad sacrosanta. Como ya saben, a veces de noche se caen estrellas. Pero alguna de esas estrellas que caen no es una estrella sino un huevo de oro de los ángeles. Y debido a que ese huevo cae del cielo, se pone candente a causa de tamaña caída y brilla como el fuego. Y esto es una verdad sacrosanta porque me lo contó ese cuervo de Karlstein. Lo que ocurre es que la gente llama a esos huevos angelicales de otra manera, algo así como metro o mentor o montador o motor o algo así.

-Meteoro - dijo el mirlo.

-Eso es -estuvo de acuerdo el estornino-. En aquel entonces los pájaros aún no sabían volar y corrían por el suelo igual que las gallinas. Y, al ver caer del cielo aquellos huevos angelicales, se dijeron que deberían empollarlos, para ver qué pájaro iba a salir de ellos. Y esto es una verdad verdadera, porque lo decía aquel cuervo. Una vez por la tarde, cuando precisamente estaban hablando de ello, detrás del bosque, muy cerca de ellos, ¡bum!, con un gran zumbido cayó del cielo un huevo dorado y luminoso. Entonces todos echaron a correr hacia allí, la cigüeña la primera, ya que tiene las patas más largas. La cigüeña encontró el huevo de oro y lo tomó en sus manos; el huevo estaba enteramente incandescente por la caída, de modo que la cigüeña se quemó las dos manitas, pero aún así consiguió llevar el huevo abrasador entre los pájaros. Luego, rápidamente, ¡hoop la!, se tiró al agua para enfriar sus manos quemadas. Desde aquel entonces las cigüeñas gustan de chapotear en el agua para refrescarse las garras. así me contó aquél cuervo.

-¿Y qué más contó? -preguntó el reyezuelo.

-Luego -continuó el estornino-, llegó un ganso salvaje que quería empollar ese huevo ardiente. Pero el huevo seguía aún candente y, en consecuencia, el ganso se quemó la tripita y tuvo que saltar al lago para refrescársela. A ellos se debe que los gansos naden hasta hoy con la tripita metida en el agua. Más tarde llegó un pájaro tras otro y todos se ponían sobre el huevo angelical para empollarlo.

-¿El reyezuelo también? -preguntó el reyezuelo.

-También él - contestó el estornino-. Todos los pájaros del mundo se turnaron para empollar el huevo. Salvo que cuando le dijeron a la gallina que le tocaba ir a empollar, la gallina dijo: "¿Cómo? ¡Qué va, qué va! ¿Acaso me queda tiempo? Yo tengo que picotear. ¡Ni hablar, ni hablar! Tendría que ser tonta". Y no fue a empollar el huevo de los ángeles. Y cuando todos los pájaros se hubieron turnado sobre aquel huevo de oro, la cáscara se rompió y de ella salió un ángel de Dios. Y cuando hubo salido, no se puso a picotear ni a piar como los demás pájaros, sino qué voló directamente al cielo y cantó "¡Aleluya, hosanna!. Luego dijo: "¿Qué puedo daros, pajaritos, por vuestro amor, con el que me habéis empollado?

En recompensa, desde hoy vais a volar como los ángeles. Mirad, sólo tenéis que mover las alas así y ¡chas!, ya se vuela. Así que, atentos: ¡una, dos, tres!", y al decir "tres" todos los pájaros se pusieron a volar y siguen volando hasta nuestros días. Sólo la gallina no sabe volar, debido a que no quiso empollar el huevo de los ángeles. Y todo esto es la santa verdad, porque así lo contó el cuervo de Karlstein.

-Atentos todos -dijo el mirlo-. ¡Una, dos, tres! - entonces todos los pajaritos sacudieron las colas, batieron las alas y echaron a volar, cada uno con su canto y en busca de su sustento, como les había enseñando el ángel de Dios.

De Nueve cuentos y uno de propina , Josef Capek Ediciones Siruela/ Bolsillo

Traducción del checo de J. Mlejnkova y A. Ortiz

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