sábado, 3 de noviembre de 2012

Rafael Loret de Mola - Tráfico

A menos de un mes para la asunción de Enrique Peña Nieto a lo que ha dado en llamarse la “Primera Magistratura” para subrayar el peso del Ejecutivo sobre los otros poderes de la Unión, contrariando así el espíritu del Constituyente que exaltó las autonomías aunque confundiera el concepto de soberanía para endilgárselo a las entidades federales, son evidentes los enormes retos que enfrenta, desde ahora, y los debates por venir, bastante más trascendentes a las defensas apasionadas en pro de los grupos lésbico-gays, tan de moda gracias a la protección oficial que considera vanguardismo a la exaltación callejera de los mismos –sin que esto implique un acento homofóbico para quienes tienen otras preferencias sexuales, siempre y cuando se ventilen en las alcobas y no al paso de los transeúntes como procuran hacer los heterosexuales con algún pudor-.

Por principio de cuentas debe asomarse al balcón de la violencia y optar, desde el inicio, por uno de los caminos que se abren sin otra ruta para llegar al propósito de establecer la tranquilidad, en contra de los anhelos expansionistas de cuantos, desde el norte, ya quisieran vernos convertidos en un “estado fallido” para imponernos todavía más condiciones. En esta línea, el desafío es claro. Veamos.

El otro camino abierto entraña la posibilidad de legalizar el tráfico y el consumo de estupefacientes, medicaciones de por medio, claro. Sin negocio, los cárteles se convertirían en células comerciales que no tendrían necesidad de guerrear para trasladar sus mercancías, mismas que de cualquier manera llegan al gran gigante del consumo para distribuirlas sin mayores presiones como todos sabemos... luego de dejar un reguero de sangre, tan inútil como bárbaro, entre los mexicanos. Más de ochenta mil víctimas –y el recuento puede subir a la hora de conocer los verdaderos datos duros, ocultos en los búnkers de la Secretaría de Seguridad Pública-, obligan a insistir en un dato abrumador: sus sacrificios no sirvieron para reducir, siquiera en un gramo, las “exportaciones” de cocaína sudamericana y mariguana mexicana hacia los Estados Unidos. ¿Cuál es, entonces, el sentido de sostener una batalla que siembra dramas y no da ninguna clase de frutos?

Leído en http://www.enlagrilla.com/not_detalle.php?id_n=17771

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