Entren y sepan que no están solos, que deprimirse en Navidad, en ocasiones hasta el suicidio; es mucho más frecuente de lo que se admite. Tanta felicidad alrededor resulta insoportable para más gente de la que imaginamos. La dificultad económica o emocional de mantener la actitud socialmente correcta que exige la temporada (regalos, sonrisas, abrazos, prosperidad) propicia severas crisis existenciales. Para mis amigos a quienes la edad ha hecho melindrosos, es difícil sentirse feliz en medio del oropel, de la indiferencia envuelta para regalo, del amor instantáneo que en estos días se enciende colorido y efímero como las luces pirotécnicas.
¿Sabía usted pacientísimo lector que este 2012 hasta Santa Clós está deprimido? Parece que también a Santa la Navidad empieza a cansarlo. Le duelen los huesos, ya no se ríe como antes y acaba de enviar un mensaje en YouTube a los niños del mundo rogándoles que no sean tan abusivos, que pidan pocos juguetes porque él está viejo y cansado; y Rodolfo su Reno de confianza, con la pata izquierda rota y enyesada, tendrá que cumplir su misión de entregar juguetes a todos los niños del mundo.
Menos mal que a los pobres no tiene que dejarles nada y eso aligera bastante su trabajo. Y bueno, considerando la melancolía que para los deprimidos se acentúa con el boato de estas fiestas; primero abriré los brazos de par en par para despedir a mis niños y a los niños de mis niños antes de que me abandonen para irse de vacaciones con sus perros, sus gatos y sus tiliches. Después, abriré las puertas para que lleguen mis amigos con sus penas a cuestas. He preparado la casa para recibir a los tristes, a los que están solos o están en mala compañía. A todos aquellos que andan con el corazón agujerado porque tienen la desgracia de convivir con alguien a quien no aman o han perdido a un ser amado.
Tengo las puertas abiertas y la casa iluminada para que lleguen todos los que en estas fechas no encontramos lugar donde cobijar el alma. He encendido la chimenea para que se calienten los corazones helados de quienes tienen mucho para regalar, pero no tienen a quien, y a quienes no recibirán esa llamada especial que esperan todos los años en estas fechas.
Tengo un manantial de lágrimas para compartirlo con los frustrados y los resentidos y los enojados; mientras miramos por la ventana como los felices echan cohetes y cantan villancicos. Tengo el hombro dispuesto para que recarguen su cabeza los amargados y los rencorosos. Vengan todos a destilar sus frustraciones, mis frustraciones en mi compañía. Aposéntense en esta su casa donde desde hace algunos años, por Noche Buena nos reunimos los infelices para brindar con burbujas por nuestras penas.
Pasen todos, yo los invito a que hagamos una pira con las tarjetas de crédito para arrojar ahí a los banqueros y dejar que se achicharren tres, seis y hasta nueve meses. Maldigamos juntos a los diputados, al cáncer y a la maldita guerra. Destilemos nuestras furias y resentimientos, y en un arranque de impudor que sólo se justifica esta noche, mostremos al mundo lo vulnerables y frágiles que somos.
Lloremos por los cuarenta millones de pobres y por los pobres pavos que condenamos a pena de muerte cada Navidad. Pensando en los niños del mundo que no tienen nada que comer, no dejemos en el plato ni un cachito del pavo que sacaré del horno, dorado, crujiente y relleno de almendras, de pasas, de nueces y de todo lo que engorda y da colesterol.
A la hora de los postres podremos seguir rumiando las razones que nos hacen desdichados y obsequiarnos mutuamente el valor de ser todo lo infelices que el corazón nos pida; aunque el mundo entero rechine de felicidad. Las puertas están abiertas para que el decrépito Santa Clós, se tome un ponchecito caliente con nosotros sin tener que arrojarse por la chimenea. Pasen, tomen posesión de su casa, yo los invito a que pasemos juntos una amarga e inolvidable Navidad; aunque les advierto que mañana bien tempranito deberán retirarse porque lo que me pide el cuerpo es entristecerme a solas. Salgan en silencio y por favor, perdonen que no los despida, pero debo concentrarme en mi tristeza.
Además, con la edad me he vuelto exigente y me niego a recibir abrazos huecos y obsequios que no vengan del corazón. Ahora exijo regalos amorosos como los que me hacen mis Mayelas allá en Torreón. Obsequios como el humor y la risa de mi amiga Mo, o las galletas de avena y nuez que todos los años achicharran especialmente para mí, los niños de mis niños. Vengan, entren peregrinos, yo los invito a ser locamente desgraciados esta noche, considerando que el año próximo todo puede empeorar. Pasen y brindemos por nosotros y por todos aquellos que como José y María, van tocando de puerta en puerta sin que nadie quiera darles posada.
adelace2@peodigy.net.mx
Leído en http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/821160.entren-santos-peregrinos.html
Bienvenido al club de los corazones rotos
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