domingo, 23 de diciembre de 2012

Rene Delgado - Juicio y beca a Callderón

Cuántos juicios penales afrontará Felipe Calderón, quién sabe. Por lo pronto se han presentado dos recursos en la Corte Internacional de la Haya pero, sin entrar a especular al respecto, el otro juicio, el juicio político emprendido con elegancia y discreción por el nuevo gobierno le resulta demoledor: lo condena como un incapaz, profundamente antipolítico, tentado por el arrebato, la violencia y la arbitrariedad.

El diagnóstico sobre el estado de inseguridad heredado por Calderón reporta un fracaso hecho tragedia. El avance de la reforma educativa reporta la reivindicación de la política, una herramienta inútil en manos de Calderón.

Allá Harvard con su extraña decisión de acoger a un hombre en fuga, un administrador sin brillo en sus ideas y prácticas políticas. Asombra la decisión de la John F. Kennedy School of Government de becar y asilar a Felipe Calderón, un hombre sin dote académica ni práctica en la política. Allá Harvard, aquí ya compartió su conocimiento y experiencia... fue devastador.




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El nuevo gobierno ha hecho una contundente descalificación de la administración de Felipe Calderón sin recurrir al expediente de culpar al pasado de las dificultades del presente. No, fijó la vista en el futuro.

Con actitudes y acciones el peñismo ha pintado su raya, pero sin eludir en el trazo la exhibición de lo recibido y lo encontrado ni hacer de ello piedra de escándalo o justificación. Si ya desde la propuesta -hecha a través de la fracción parlamentaria tricolor- de reformar la Ley Orgánica de la Administración Pública se advirtió en la desaparición de la Secretaría consentida de Calderón, la de Seguridad Pública, y la reconfiguración de la Secretaría desairada por Calderón, la de Gobernación, una dura crítica a la estrategia anticriminal adoptada y al concepto de la política practicado, los otros ajustes operados revelaron el deseo de gobernar soluciones y no sólo de administrar problemas.

A esa acción se sumaron otras de fondo y forma que, en su expresión, fueron enjuiciando y condenando al calderonismo. La composición del gabinete; la liturgia, el escenario y protocolo en la ceremonia inaugural del sexenio; las decisiones o medidas anunciadas el primero de diciembre; la suscripción multipartidista del Pacto por México y de la propuesta de reforma educativa -donde Elba Esther no tuvo lugar en el pódium ni espacio donde firmar- fueron poniendo en evidencia lo hecho y deshecho por el calderonismo pero, todavía mejor, el afán de no resignarse ante un supuesto destino manifiesto.

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En ese marco, el diagnóstico del secretario Miguel Ángel Osorio Chong sobre el estado que guarda la inseguridad pública, junto a los datos aportados después por el procurador Jesús Murillo Karam, resulta demoledor de "la obra magna" de Felipe Calderón.

Siete de cada 10 mexicanos se sienten inseguros. Uno de cada tres hogares reporta, al menos, una víctima de violencia o delito. La captura y abatimiento de grandes líderes criminales fragmentó sus organizaciones en 60 u 80 bandas más violentas y mucho más peligrosas. Más de 10 mil homicidios dolosos se registraron en 2007, más de 22 mil en 2011. El secuestro aumentó 83 por ciento; el robo con violencia 65; la extorsión 40; los delitos sexuales 16; el robo en carretera más de 100 y el robo de vehículos asegurados se duplicó. En total, 10.6 millones de delitos entre 2006 y 2011 y, de ellos, sólo uno de cada 100 se castigó. Se duplicaron los recursos en seguridad y se incrementaron los delitos.

Ese diagnóstico omitió cifras fundamentales pero luego, extraoficialmente, trascendieron. El número de muertos producto de la violencia criminal se estima en 70 mil, 9 mil de ellos sin identificación. Las ejecuciones ocupan el segundo lugar en cuanto a defunciones se refiere. Los desaparecidos se estiman en 25 mil personas (ayer, el Centro de Investigación y Capacitación Propuesta Cívica la fijó en 20 mil 851). Los desplazados por la violencia se calculan en alrededor de 230 mil. Y, desde luego, faltan cifras de lisiados, huérfanos...

Resaltar esas cifras no imputa a Felipe Calderón la culpa de esa tragedia, pero sí su responsabilidad al implementar una estrategia que en vez de atemperarla la agravó. Más de una vez, de un modo u otro, se le advirtió del imperdonable derramamiento de sangre que aquella acentuaba y del desgarre social que implicaba. Se le dijo también que, con su guerra, lejos de garantizar, conculcaba derechos y libertades fundamentales. Su necedad hirió ferozmente el Estado de derecho y la democracia: a la violencia criminal sumó la del Estado.

A ver qué enseña o aprende en Harvard.

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Sin certeza del efecto de la reforma del artículo 3 constitucional y su consecuente ley reglamentaria en la mejora de la calidad educativa, esa iniciativa tiene por sí un doble mérito: reivindica la política como instrumento para alcanzar acuerdos y rescata las políticas públicas del mercado de votos o apoyos. El avance registrado en esa materia hace de la política como tal y de la política educativa algo probable. Enjuicia, así, a la administración anterior que de la política hizo un olvido y del canje de votos el sacrificio de políticas públicas. La alianza electoral del calderonismo con el magisterio encabezado por Elba Esther Gordillo frustraba, de origen, cualquier intento por mejorar la calidad educativa. La política, curiosamente, fue el mejor imposible de Calderón, lanzaba iniciativas o reformas sin negociarlas y, tras el obvio fracaso, a la cuenta del Poder Legislativo cargaba la factura. El exceso de esa práctica fue maniobra distractiva al cierre del sexenio: como quien arroja confeti en un funeral, lanzaba iniciativas sin destino... hasta la ocurrencia de cambiarle el nombre al país tuvo.

Falta por ver, importa subrayarlo, si el nuevo gobierno corona el esfuerzo político impreso en su arranque con resultados que, por un lado, repongan la seguridad, la justicia y la paz que el país reclama y merece, así como si la reforma al artículo 3 constitucional se traduce en mejora de la calidad educativa que el país requiere para construir un mejor futuro.

Por lo pronto, la actitud y la acción del peñismo enjuician y condenan a Felipe Calderón como un aprendiz de brujo.

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Allá Harvard por adoptarlo. Ojalá Felipe Calderón aproveche su beca y, en vez de enseñar, aprenda a gobernar, aunque sea después de haberlo ensayarlo. Claro, si no es que se ve obligado a afrontar juicios de índole distinta a la política.

sobreaviso12@gmail.com

Leído en http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/821164.juicio-y-beca-a-calderon.html

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